El señor Unamuno da la impresión de no haber estado nunca a gusto en ningún sitio: de joven tendió al socialismo, luego al existencialismo que el ayudó a configurar para, finalmente, embarcado en la patriótica aventura noventayochista en la que la mayoría de su generación se había embarcado, se unió a las filas franquistas. Sin embargo, poco le duró este idilio a nuestro gran pensador, y no fue porque muriera al poco de esta polémica que voy a relatar.
Con sus galas, el general gritó que catalanes y vascos eran el cáncer de España. Esto, como me gusta decir, tocó las vasco-gónadas a d. Miguel, que increpó con inteligencia y dialéctica a su menos digno, pero violento, adversario. Los soldados allí reunidos lanzaron proclamas en contra del viejo rector y el lema favorito del general: «¡Viva la muerte!». Cuando Unamuno atacó este grito, calificándolo de necrófilo (justa palabra) los insultos se multiplicaron: «¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!», llega a decir Astray; al ver que la vida del pensador corría peligro, la mismísima doña Carmen acompañó a Unamuno fuera, no sin que antes d. Miguel se dirigiera al «respetable» auditorio con esta célebre frase, la muestra de su descontento: «Venceréis, pero no convenceréis», sentencia que se convirtió en profecía. Unamuno moría de viejo pocos días después, seguramente envuelto en rabia, vergüenza, tristeza y arrepentimiento.
Esto me recuerda a una anécdota que conté a un buen amigo: dicen que cuando Pablo Iglesias firmó el manifiesto socialista, tenía los dedos y las uñas negros de tinta de años de trabajo como tipógrafo. Mi amigo me refirió a esta historia, por eso de «muera la inteligencia», porque el hecho es justo la antítesis de tan desafortunada sentencia.
Si encuentro la transcripción del incidente, lo publicaré aquí. Y recordad: sed Unamuno, nunca Millán Astray.