Archive for 14 de marzo de 2007

Historia de la canción de autor: 1968-1975


A mediados de los 60, una tímida apertura propiciada por la subida al poder de las familias tecnócratas, más preocupadas por el desarrollo tecnológico e industrial del país que por la salvación moral o el espíritu nacional (aunque quiero dejar constancia que de ninguna manera esto constituye una alabanza) y, muy especialmente, por el potencial turístico que siempre poseyó España, permitió ciertas libertades en las artes. En palabras del cineasta Jesús Franco, la llegada al poder de personajes como Manuel Fraga y Pío Cabanillas supuso una bocanada de aire fresco (¡Fíjate cómo estábamos!, dice el director). Pero claro, nadie se llame a engaño, censura había, generalmente preceptora de los principios del movimiento nacional y de la moral cristiana. Simplemente fueron tiempos propicios para hacer algunas cosas y aprovechar esa pequeña apertura. Es en ese contexto en el que nace en todo el país la canción de autor.
Pienso que posiblemente el gobierno franquista no prestará mucho caso a ciertas manifestaciones y considerarlas simples fenómenos folklóricos minoritarios, pero debió llegar un momento en el que se vio desbordado ante la cantidad de canciones sospechosas. Canciones como «L’estaca» se publicaron sin muchos problemas creyendo haber salvaguardado los principios «patrios»; sin embargo, al gobernador civil de Cataluña se le debió de caer el mundo encima cuando vio cómo cantaba el público: «Segur que tomba i ens podrem alliberar»… A raíz de esto la censura fue endureciéndose. Pero no sólo por esto…
En 1968, la sucesión de revueltas estudiantiles, inspiradas por el Mayo francés, la presión de los grupos de oposición y la actuación armada de algunos grupos de extrema izquierda e independentistas provocaron que fuera declarado el estado de excepción. Muchas publicaciones y obras de cualquier tipo son secuestradas por el Ministerio de Información y, la mayoría, no ven jamás la luz: es el caso del libro-disco de Labordeta Cantar y callar, que desaparece en el año 69: se trataba de un EP acompañado por un libro de poemas del cantante aragonés. Pero curiosamente, en los primeros años 70, a pesar de prohibiciones, los cantautores y grupos de folk encontraban sitio en televisión y radio: esto es sólo explicable porque allí llegó gente nueva, gente joven y progresista que deseaba meter el dedo en la llaga de alguna u otra manera.
Por otro lado, varios cantantes, a finales de los 60 y principios de los 70, se ven obligados a emigrar. La presión sobre Paco Ibáñez, que intentaba residir en Barcelona, consigue que regrese a su París natal. Lluís Llach decide actuar fuera para quitarse el sanbenito de cantante social y consigue un gran éxito en Francia, en el Olympia, y en Alemania, lugares donde todavía es bastante admirado. Un novel cantautor de nombre Imanol, involucrado en sindicatos abertzales y en ETA, es detenido bajo la acusación de pertenencia a banda armada; es soltado, pero cuando llega el proceso de Burgos decide exiliarse a Francia, en donde empezará su gran obra. También otros como Elisa Serna, harta de denuncias y detenciones, se verán obligados a pirarse: Xerardo Moscoso se va a París también, Benedicto a Portugal, en donde trabaja y colabora con el gran José Afonso. Algunos otros, sin tener una necesidad amenazante de emigrar, descubren el placer de actuar fuera. Francia era el lugar adecuado para ello: los jóvenes franceses veían a sus compañeros como un pueblo que luchaba por la libertad de su tierra y eran acogidos con los brazos abiertos. Quizá sí recordaban quiénes entraron primero en París.
Pero la dictadura franquista no fue nunca constante. Hay que tener en cuenta que España era un país en desarrollo, es decir pobre, y a algunos países no les hacía demasiada gracia la dictadura (aunque la prefirieran a la comunista); y por otro lado, la iglesia ya no era la del papa Pío IX, sino la de Juan XXIII y Pablo VI, papas más aperturistas que sus predecesores. Por eso, tras la tempestad, vino la calma. Pero encontramos un paisaje variado: la resistencia exterior e interior sigue presionando, aprovechando las épocas de apertura. Los cantantes exiliados, y algunos de los de dentro, son considerados tan peligrosos como la Pasionaria o Rafael Alberti, como es el caso de Paco Ibáñez, y a los que están aquí se les sigue con lupa: no es de extrañar que después de haber dado una gira por el extranjero un cantante o grupo descubriera que no le dejaban volver… Lejos de amedrentarse, se recrudecen las letras; los grupos de folk, hasta entonces considerados grupos de intérpretes de música tradicional, se politizan y hacen campañas regionalistas en discos y conciertos. A pesar de un gran regionalismo presente en la mayoría de los cantantes, se da una gran unidad entre ellos, y se llega a cierta conciencia de «raza musical»: la canción ibérica reúne a todos los cantantes y grupos de los pueblos de España, pero también a los de Portugal y Latinoamérica, e incluso saharauis; comienzan a hacerse recitales multitudinarios en los que cada región o país estaba representado por lo menos por un cantante o grupo… Pero, aunque esto suena muy utópico, la dictadura seguía estando ahí presente, y era una dictadura que mataba.
Hacia 1975, especialmente tras el atentado contra el presidente del gobierno Carrero Blanco, un nuevo estado de excepción volvió a traer el imperio del terror: toda actividad, incluida, y especialmente, la actividad artística, es observada con lupa. Se suceden las reyertas entre grupos de izquierda y derechas: descontrolados, los grupos paramilitares de ultra-derecha, muchos de ellos comandados por gente del gobierno, practican el miedo atentando, no sólo contra terroristas, sino contra todo tipo de persona sospechosa de «roja»: abogados, estudiantes, sindicalistas… Las manifestaciones y huelgas diversas son disueltas con gran violencia. Las detenciones masivas de sospechosos, así como las torturas, se sucedían; y, finalmente, los juicios sumarísimos, los tribunales militares y las ejecuciones: Salvador Puig Antich, anarquista, sería ajusticiado a garrote vil; más tarde serían los cinco últimos fusilados por el franquismo, con la firma del general: tres chicos del FRAP y dos de ETA. Este suceso movió conciencias masivamente: ni siquiera Pablo VI pudo resistir pedir su amnistía. Y tal vez fue el hecho que inspiró más canciones: por citar unas cuantas, porque este tema ya se abordará, podemos hablar de «Xurgatu egin zituzten» de Koska, «27 de septiembre» de José Barba, «27 de septiembre de 1975» de José Pérez, «Gure lagunei» de Urko, «El pueblo no olvidará» de Imanol, «Muerto a muerto» de José Menese, y el disco Manifiesto de Bernardo Fuster bajo el pseudónimo Pedro Faura; pero por supuesto, «Al alba», de Luis Eduardo Aute. Serrat, en gira por Latinoamérica entonces, no cantó nada al respecto, o al menos nada explícitamente como en estos casos, pero sus declaraciones al respecto le valieron el no poder volver a España.
En los 70, estas canciones se habían convertido, a pesar de la censura, en himnos de batalla para toda una generación, en la que dolorosamente hay deserciones también. «A galopar», «L’estaca», «Para la libertad», «Agur Euskal Herriari», «Pola unión», «Canto a la libertad» o «O can» se habían convertido para los opresores en temas tan peligrosos como «La Internacional» o «A las barricadas»; por esa razón se prohibían en los recitales -si es que los había, porque dicen que podías ser prohibido por provocar con la mirada, como dicen de Lluís Llach-.
Y un día de noviembre…

A Agustín González, actor


Hará ya dos años que falleció el inolvidable actor Agustín González. Le tenía un cariño especial a este actor porque prácticamente fue el primero con el que me quedé el nombre y el rostro (para estos asuntos yo soy pésimo); le había visto siendo un niño, casi un adolescente, en la serie "Los ladrones van a la oficina" y en la película de Martes y 13 "En martes ni te cases ni te embarques": fue para mí tal shok aquel hombre con cara de buena persona haciendo tantos espasmos al cabrearse, pero sin llegar nunca a la sobreactuación, que me propuse seguir su carrera… y nunca me defraudó. Me reí con él a rabiar en "La escopeta nacional" y en "Patrimonio nacional", de Luis García Berlanga: ¿cómo podía retratar también a los curas franquistas? Tan integristas, tan extremistas… Era tal la devoción que mis amigos y yo le tenemos que de siempre, uno de nuestros pasatiempos favoritos era imitar al maestro. ¡Qué risas! A fin de cuentas, gracias a él supimos apreciar lo que era la profesionalidad en la escena, y admirar a sus compañeros de armas: actores y actrices como J. L. López Vázquez, M. Aleixandre, Emma Penella…, y directores como Berlanga, Camus o el también actor Fernando Fernán Gómez.
Pero no todo era comedia: el maestro sabía sacar su carga dramática. Para mí es inolvidable su actuación en "Las bicicletas son para el verano" como padre liberal y humanista… No puedo decir más que era una bestia de la interpretación. Nunca le vi, por desgracia, en teatro, pero ¡imaginen! Si en cine era una bestia, en teatro debía ser un monstruo…
Me hubiera gustado alguna vez estrechar la mano de este gran actor, tan sólo eso, y expresarle mi admiración, pero esa ilusión se desvaneció hará ya dos años:
Un escenario vacío, y un eterno aplauso.

P.S: me hubiera gustado colgar un vídeo suyo, pero no hay ninguno, o yo no lo encuentro… ¡Una pena! Como esta entrada es más sentimental que profesional, os remito a páginas especializadas con información completa sobre el gran actor:
Culturalia
Nuestrocine
El Mundo.es
Y os paso la noticia tal y como la recogió El Mundo

TENÍA 74 AÑOS

Fallece el actor Agustín González tras sufrir una neumonía

MADRID.-
El actor madrileño Agustín González ha fallecido en Madrid a los 74 años tras una neumonía que le mantuvo ingresado en la clínica de la Zarzuela casi dos semanas, según han informado fuentes próximas al fallecido.

Agustín González había estrenado el pasado mes de noviembre en el Teatro Reina Victoria de la capital la obra "Tres hombres y un destino", junto a José Luis López Vázquez y Manuel Alexandre.

El actor había sido sustituido por Juan Jesús Valverde en las últimas
dos semanas, debido a su enfermedad, que según ha indicado el
empresario teatral Enrique Cornejo, se originó hace tiempo con una
gripe que González sobrellevó actuando en el Reina Victoria "debido a su gran sentido de la responsabilidad".

Según Cornejo, finalmente el actor ingresó en urgencias de la
clínica de La Zarzuela con principio de neumonía, dónde permaneció
ingresado en los diez últimos días hasta que el pasado jueves recibió el alta médica y regresó a su casa.

Veinticuatro horas después de recibir el alta médica sus familiares
apreciaron un empeoramiento en su estado de salud y al regresar al
hospital fue ingresado en la UVI, donde ha fallecido sobre las 11.00 horas por un paro cardíaco.


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