El primero es que la censura nunca fue un método uniforme. Lo dado a censurar cambiaba con los años, claro que siempre había unos patrones comunes (el más notable, que la figura del caudillo era inviolable), depenidiendo de cuál quisiera ser la forma de gobierno, casi siempre marcada por las relaciones (o no relaciones) con el exterior. Entre 1939 y poco antes de 1950, el régimen se consideraba a sí mismo fascista, así que toda manifestación cultural tenía que ser un himno al caudillo, a su lucha y a su victoria sobre los bolcheviques: los uniformes y el saludo romano debían estar a la orden del día. Tras la derrota de la Alemania nazi, Franco supo que el fascismo europeo tenía los días contados, así que decidió seguir el ejemplo de Salazar e inaugurar una dictadura nacional-catolicista y populista; y, además, como el apoyo portugués era muy pequeño, decidió acercar posturas con aquello que le unía al capitalismo (el falangismo dice ser anti-capitalista a la par que anti-comunista): la guerra total contra el marxismo; ésta será la época en la que Franco se erigirá como el benefactor de los obreros y de las clases desfavorecidas: aparecen multitud de personajes de culto en la música y en el cine que vinieron con lo puesto y por su talento natural se hicieron populares y ricos: ejemplos son el «Cordobés», Joselito, y un largo etcétera de ex-pobres agradecidos a la España de Franco. El cine, a veces hecho con el protagonismo de estos personajes, trataba sobre eso: era el triunfo en la gran pantalla del sentimentalismo ramplón y ridículo del fascismo y el nacional-catolicismo. La censura de esta época se vuelve más católica que fascista, y vigila muy bien cualquier tipo de incitación al pecado carnal que pudiera producirse; por otra parte también, se vigila que no se meta nadie con los nuevos aliados, aunque el propio Franco lo hubiera hecho en el pasado.
El otro problema que afectaba a su funcionamiento, en ocasiones felizmente, era que dependía casi exclusivamente de la subjetividad del censor. Este otro problema va unido al otro porque en esa subjetividad prima el interés ideológico del censor, el cuál dependía de los intereses del régimen casi exclusivamente. El encargado definitivo de autorizar una obra, una vez efectuados los cambios oportunos, era el gobernador civil de la ciudad; en realidad, no se debe hablar de un solo franquismo, sino de varios que intentaban confluir en el jefe del estado: así pues, un gobernador de tendencia liberal permitiría más que otro del Opus, y, a su vez, un gobernador nacional-catolicista se preocupará más de ver defectos morales o blasfemias que un falangista, que intentará desentrañar burlas al régimen.
Alguien definió a la censura como una máquina engrasada por el mal funcionamiento, o algo así; y debe ser cierto por lo que veremos a continuación.
En una obra fonográfica, la censura era triple: primero la letra; después la música, intentando desentrañar cualquier parecido con el «Himno de Riego», «La Internacional» o el «Cara al sol» incluso; visto esto, se procedía a examinar la portada del EP o del LP, no fuera a tener algún contenido ofensivo contra la moral católica o contra los principios del régimen. Vistas esta tres cosas se procedía a permitir su publicación. Pero, por supuesto, la censura no era infalible, y, fuera por desconocimiento, anchura de miras o astucia del autor, casi siempre se escapaba algo; o, por el contrario, se permitía su publicación, pero no su difusión. Ésta es por ejemplo la historia de «L’estaca» de Lluís Llach, primeramente aprobada por el gobernador civil de Barcelona, pero una vez vistos sus efectos sobre un público inteligente, se prohíbe su radiodifusión y el ser ejecutada en público. La ejecución de una canción en público o no también era decisión del gobernador de la ciudad; no sabría decir si es casualidad o no que algunas canciones grabadas en estudio sean técnicamente buenas, pero esas mismas canciones ejecutadas en un recital ganen en ritmo, entonación y aceptación del público. De nuevo el caso de «L’estaca»: hay que pararse a comparar la versión original de estudio y cualquiera de las versiones interpretadas en directo, con el aliciente de un público entregadísimo coreando la canción. Existe una anécdota genial sobre «L’estaca» recogida en su disco en directo Ara i aquí: al comienzo del disco podemos oír a Llach explicando que «por razones que no son ya desconocidas, no podrá tocar «L’estaca»», pero después disfrutamos de una versión instrumental a la que el público se encarga de ponerle la letra. Para mejor entender lo que digo, os propongo que, acontinuación, comparéis dos versiones de su canción «Cal que neixin flors a cada instant», una es el sencillo original y otra una versión en directo recogida en Gener 76:
Cantar una canción prohibida por el gobierno civil podía costar una multa o incluso la cárcel, como le ocurrió a Elisa Serna. Raimon comenta que una vez presentada las canciones para un recital de doce canciones en una hora, podía perfectamente verlas reducidas a seis, ocurriéndole en Sabadell tener que cantar «La nit» hasta cuatro veces. Por su parte, Joan Manuel Serrat declara que el proceso era totalmente aleatorio: canciones que en una ciudad le permitían tocar, no las podía interpretar en otra ciudad. Por esa razón se puede concluir que la censura en su totalidad era un mecanismo que dependía exclusivamente de la subjetividad del gobernador civil, y que como organismo homogéneo parece no haber existido, si bien hay cosas comunes.
Hace ya algún tiempo escribí aquí mismo una entrada titulada «Cagadas de la censura». Me gustaría rescatar algunos de los ejemplos que allí presentaba.
Un ejemplo bonito es el de Raimon y su «Diguem no»: no le dejaban cantar un verso que decía «Hemos visto que han encarcelado a muchos hombres» o algo así (perdonad a mi pobre memoria); entonces él lo sustituyó por un verso alternativo que sonaba a desaire y a venganza: «Hem vist qu’han fet callar a molts homes plens de raó»: hemos visto que han hecho callar a muchos hombres llenos de razón. El verso habla por sí solo, utilizando el candado de la censura para denunciarla. Parece ser que nadie se dio cuenta.
Serrat por su parte también sufrió algún que otro tijeretazo a temas como «Fiesta» o «Muchacha típica», ésta última por las referencias monárquicas de la ideología del padre de la muchacha; pero curiosamente, sus temas en catalán parecen escapar a la tijera: ¿es que el gobernador no vio que el soldado de la canción «Camí avall» es republicano, e incluso tal vez anarquista o comunista? Pero en esto, como veremos, siempre interviene la inteligencia del autor. Más penosas fueron algunas imposiciones que sufrieron otras tantas canciones: la prohibición a Vainica Doble de poner «perfil borbónico», que en la canción «Adelante, hombre del 600» de Desde Santurce a Bilbao Blues Band, en vez de decir «porque la niña tiene irresistibles ganas de mear» decir «irresistibles ganas de bajar»… Y cosas así.
Ahora, no todos los despistes se les han de achacar a la miopía de los censores, ni mucho menos. Un papel muy importante jugó la inteligencia y el talento del autor. Cada cual tenía sus truquillos, que eran varios. En los tiempos del auge de la música tradicional se podía recurrir a ciertos textos y melodías escudándose en que eran textos y músicas tradicionales milenarias; o respecto al cantor de poesía: a ver quién era el guapo de censurar a un Góngora, un Quevedo o un Arcipreste de Hita en la voz de Paco Ibáñez estando cierto sector del régimen tan orgulloso del ejemplo de lengua castellana con el que solían apedrear a los defensores del gallego, del vasco y del catalán. Estos sin embargo, eran los caminos prefijados, pero ¿qué ocurría si el cantante era el autor de la canción? Pues lo que se ha venido haciendo de siempre: metáfora y símil. ¿Quién duda de que los cuervos que cantaban Almas Humildes eran los ministros y los curas, que la noche (la nit) o la estaca de Raimon y de Llach respectivamente eran el franquismo, o que el silencio de Celdrán era la represión, expresada especialmente en la censura? Pero claro, lo que está implícito no se puede demostrar, aunque sí intuir, y por eso la canción era aceptada pero bajo el sello de no-radiable. En estos procesos los autores jugaron con un gran número de símbolos, la mayor parte tomados de la poesía del 27, del 50 o del exilio, y otros reinventados: la noche, el silencio, la oscuridad, la «longa noite de pedra», la estaca, la montaña, el color gris (éste además con doble intencionalidad: se refiere al franquismo y a la policía), los cuervos, los grajos, el oso poderoso de Vainica Doble, el duro o largo invierno (negu luze) son símbolos negativos relacionados con el régimen y con su máximo exponente, a quien se le califica como verdugo, carcelero, perro sin raza (can de palleiro), perro fiero (también aplicado a Pinochet por Manuel Gerena), etc. Los símbolos positivos son el amanecer, la luz, la primavera, el verano, el sonido, la canción, la tierra, el viento, la lluvia, el mar, el alba… son los símbolos de un futuro esperanzado que tardaba en venir. Pero no sólo de simbología vivía el cantor: otra técnica eran, pensando en que la canción se podría cantar en público, el símil fonético; ejemplos son Pi de la Serra, que al no poder cantar ni llamar «merda» a la canción, la tituló con una palabra muy parecida en catalán: «verda», el grado femenino del adjetivo «verde»; la gracia estaba en que al repetirla en cada estrofa nadie podía resistirse a decir «merda» y no «verda» (de hecho, Quico, en su actuación el Olympia, presenta a la canción bajo el título «Merda», acompañándolo con una fingida tos), siendo además, prácticamente imposible no decirlo. También Llach, en su «La gallineta», dice «Visca la revulsió!» siendo bien consciente de que el verso sería cantado como «Visca la revolució!»; analogamente Bibiano, en su «Can de palleiro» o «O can», piensa exactamente lo mismo cuando escribe «¡Abaixo a dentadura!». Por supuesto, llegada la transición y la democracia, los cantantes pudieron recuperar en directo esas letras.
Había otras técnicas más «mundanas» e incluso graciosas, como la empleada por Luis Eduardo Aute: su técnica curiosa consistía en enviar muchas canciones al censor, la mayoría de ellas sin intención de querer grabarlas, cada una más censurable (en este sentido, supongo) que la anterior, hasta que daba la que quería grabar, que no era tan explícita: el censor estaba ya tan abrumado que tal canción no le pareció tan mala, y solía aceptarla.
Sin embargo, aunque la censura, indirectamente y siempre dependiendo de la habilidad y el talento del autor, contribuía a mejorar el nivel poético de las canciones forzando la imaginación de algunos autores, también es verdad que atrofiaba a otros, más por cansancio que por falta de imaginación, y se veían obligados, aunque fuera eventualmente, a emigrar a Francia, Suiza, Alemania o a algún país latinoamericano, descubriendo el gozo de cantar y escribir sin la esquizofrénica tijera del censor husmeando alrededor, aun conscientes de que ese trabajo, seguramente, no podría venderse en España; los casos estaban ahí: Imanol, Elisa Serna, Pedro Faura, Francisco Curto, y Paco Ibáñez, quien intentó regresar a España hacia el 68, pero la presión ejercida sobre él y sobre su trabajo le obligó a volver a París.
La censura obligaba a realizar un peregrinaje que, sin haber existido, hubiera sido simplemente para mejorar el producto y no por necesidad (lo cual está muy bien y es mucho mejor, ya que es síntoma de imaginación y de libertad a la vez): tener una idea que se expresa con una palabra y hacerla migrar hasta poder hacer nido en otra palabra: llamar a la dictadura noche, a la represión silencio o a la soledad desierto, requiso un gran ejercicio de talento que no debe ser despreciado. Pero es un error atribuir todo ese mérito a la actuación castradora de la censura, sino, es preciso repetirlo, a la inteligencia e imaginación de unos talentos que, careciendo de libertad de expresión, encontraron su libertad en el acto creador.
(Fotos:
-el bardo y el herrero de Asterix simbolizan jocosamente esa censura.
-A finales de los 70, Adolfo Celdrán pudo sacar un disco que era en realidad un recopilatorio de canciones que le habían prohibido total o parcialmente
–Quejido fue un disco que Elisa sacó en París y que se vendió aquí como Este tiempo ha de acabar después de las oportunas depuraciones
-Las ingeniosas sátiras de Moncho Alpuente, letrista y vocalista de Las Madres del Cordero y de Desde Santurce a Bilbao Blues Band, fueron objetivo primordial de la censura)