Durante la estancia de Hernández en la cárcel, su esposa Josefina Manresa le decía de las penurías que estaban pasando, como toda la población, que sólo tenía cebollas para alimentar al hijo de ambos. Miguel, que le iba dando de vez en cuando, e intentando burlar la censura, algunas de sus más bellas poesías que había escrito en su carrera. Las "Nanas de la cebolla" fue una de ellas: una especie de carta a su hijo y un mensaje de esperanza a su esposa. Como la mayoría de las poesías escritas durante esta época, junto "Antes del odio" y "Eterna sombra" y otras, las nanas se convirtieron en el himno del sufrimiento de todo un pueblo, especialmente de los presos políticos, y más aún cuando fue tan magnificamente musicada. De tantos que le dieron un tratamiento musical merece la pena destacar las versiones flamencas de Enrique Morente o, más reciente, la de Manuel Gerena. Pero de todas ellas la más popular fue sin duda la musicación de Alberto Cortez, que Joan Manuel Serrat incluyó en su disco homenaje Miguel Hernández, que es la que podemos escuchar en el disco:
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
el vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

Miguel Hernández, 1939