Dedico esta entrada a todos los que lucharon contra el franquismo,
pero especialmente a Teo, cuya información de primera mano
me ha sido muy útil.
27 de Septiembre de 1975: Ángel Otaegi, Jon Paredes Manot "Txiki", Xosé Humberto Baena, Ramón García Sanz y José Luis Sánchez Bravo son fusilados bajo la condena de rebelión militar y pertenencia a banda armada. Condenados por Franco en persona, nunca se pudo demostrar que asesinaran a nadie. De hecho, su fusilamiento estaba totalmente fuera de lugar. Ésta es una crónica de aquel día, en el que el general que nació matando moriría matando meses después, pues la historia de este crimen está íntimamente ligado a la muerte del general.
Para 1975, el franquismo se estaba apagando al mismo tiempo que su fundador. Entre sus ministros había dos tendencias: inmovilistas, apodados "el búnker", que, a pesar de todo seguían confiando en un franquismo sin Franco; y los reformistas, de los cuales, más o menos liberales unos que otros, optaban por la democratización, algunos parcial, otros total, del país. A pesar de la presión de los inmovilistas, casi todos veían como imposible la continuidad del régimen sin su fundador. No obstante, el general todavía iba a dar sus últimos coletazos mortales antes de irse.
El franquismo se estaba quedando anticuado, incluso respecto a nuevas dictaduras como la chilena: en Europa se había quedado sola desde que la Revolución de los Claveles de 1974 derrocó al régimen salazarista, que era su único apoyo dentro del continente, y, a pesar del apoyo de Estados Unidos, ningún país europeo democrático confesaría tener ningún tipo de relación con España. Por otro lado, interiormente, veía como se multiplicaban las deserciones: el búnker tachaba a los reformistas de traidores; desde hacía tiempo la iglesia conciliar española, encabezada por el cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal, había comenzado a cuestionar el franquismo: la iglesia había sido uno de los apoyos esenciales a la hora de justificar aquello de la cruzada contra el marxismo; y, para rematar, lo que ninguno de ellos podía imaginar ni en sus peores pesadillas, descubrieron una asociación de militares que también cuestionaba al franquismo: no eran soldados rasos; la UMD, Unión Militar Democrática, estaba compuesto de oficiales de alto rango, gran prestigio y probada experiencia. Aunque poco numerosos, suponían un peligro para el franquismo, con el antecedente de la Revolución portuguesa, y se intentó tapar por todos los medios. Pero la noticia salió a la calle, y así la mayor parte de la población tuvo constancia, para su sorpresa, de que había un conjunto de militares no franquistas, lo cual es muy grave si partimos de que el ejército era, incluso más que la iglesia, el apoyo principal del régimen. Al mismo tiempo casi, se empiezan a producir en el Sáhara hostigamientos armados en la frontera con Marruecos, que ya había planeado anexionarse la región aprovechando el momento de debilidad política de España. Cada vez con más fiereza se imponía la necesidad de una demostración de fuerza.
1975 fue un año bastante turbulento: diversas manifestaciones eran convocadas por la oposición por todo el país, respondidas con gran crudeza por parte de la policía. Por ejemplo, se produce la primera huelga de actores; fue un año de huelgas que iba a ver, en las postrimerías del régimen con su fundador vivo, una de las etapas de mayor represión hasta la fecha -exceptuando la pos-guerra-. También fue un año bastante sangriento: por un lado, los atentados y agresiones de grupos para-militares de ultra-derecha, promovidos por algunos ministros del búnker y algunos policías de la siniestra Brigada Político-Social, destinados a disuadir a toda la oposición, tanto la armada como la pacífica, de intentar nada; por parte, los atentados de grupos armados como ETA (Euskadi ta Askatasuna) y FRAP (Frente Revolucionario Armado Patriótico), el brazo armado del Partido Comunista marxista-leninista, que eran entonces los más famosos (aunque el FRAP a diferencia de ETA no nació como grupo armado) contra policías, guardias civiles e incluso civiles, llevó a una mecánica de acción/reacción de la que poca gente podía escapar y mantenerse neutral: cada atentado era respondido con suma violencia por parte de los cuerpos de seguridad contra toda la población del País Vasco, particularmente, pero también contra toda la población del país que fuera sospechosa de pertenecer a movimientos subversivos -incluidos católicos progresistas-. Esto lleva finalmente a que se imponga definitivamente el estado de excepción en Vizcaya y Guipúzcoa. En ese estado de excepción serán arrestados once personas, acusadas de pertenencia a banda armada.
Para comprender lo que pasaba en el País Vasco hay que tener presentes todas las versiones. Euskadi se debatía entre la repersión estatal y la resistencia armada. Entre 1973 y 1975, ETA se había convertido en omnipresente en la vida cotidiana del País Vasco: organiza manifestaciones, huelgas de hambre entre los presos, huelgas obreras, amenaza, extorsiona y hasta mata a los empresarios que se niegan a acceder a las exigencias de los trabajadores. Esto conlleva un aumento de la represión brutal por parte de la policía y la guardia civil, que detiene indiscriminadamente a la población para más tarde, bajo fuertes torturas y amenazas, que en demasiadas ocasiones acaban en el asesinato del detenido, arrancar una confesión. Con esto consiguen que prácticamente toda la población vasca apoye, no sólo a los presos políticos de tendencia abertzale, sino a la misma ETA: casi todo el mundo en Euskadi tenía o conocía a alguien que tuviera algún pariente en prisión o hubiera sido detenido. Se suma a esto la actividad de comandos paramilitares de ultra-derecha, como Guerrilleros de Cristo Rey, la Triple A o el Comando Vasco-Español, cuyos atentados tanto en el País Vasco español como francés suman 40 para 1975. Dichos grupos no sólo cuentan con la connivencia y la complicidad de la policía y del estado, sino que eran controlados por inspectores de la Político-Social, por procuradores de las cortes que se alineaban en asociaciones como la Asociación de Ex-Combatientes y en proto-partidos como Fuerza Nueva, y por dirigentes del sindicato vertical (como el obesamente siniestro García Carrés), que de esa manera se tenían garantizado el control sobre los trabajadores más subversivos.
Así pues, esta situación lleva al gobierno a decretar el estado de excepción en Vizcaya y en Guipúzcoa, durante el cual se llevan a cabo numerosas detenciones con las consiguientes torturas. En agosto de aquel año se levanta el estado de excepción, al mismo tiempo que se presenta una nueva ley anti-terrorista aprobada el día 22 de ese mes por la cámara de ministros presidida por Franco, que lejos de moderarse, es aún más dura que la anterior, afectando incluso a la oposición pacífica. En el transcurso de estos meses fueron detenidos y juzgados entre el 28 de agosto y el 19 de septiembre en cuatro juicios sumarísimos (es decir, por tribunales militares) once personas bajo la acusación de "terrorismo y agresión a las fuerzas de seguridad": todos ellos son del FRAP y de ETA, y se les acusa, a los de ETA, de la muerte de un guardia civil en Azpeitia y del asesinato de un policía durante un atraco a un banco en Barcelon; a los del FRAP se les acusa de un atentado en la casa de un policía y la muerte de un guardia civil, ambos en Madrid y . El propio Franco firma la condena de muerte: es agosto y nadie se lo toma demasiado en serio; seguramente muchos pensaran que, al igual que ocurrió con el Proceso de Burgos, finalmente Franco, haciendo gala de la justicia que presumía tener (como los grandes reyes y emperadores), concedería el indulto, volviendo a quedar como el benévolo salvador de la patria que decía ser. Pero Septiembre avanzaba y el indulto estaba comenzando a tardar…
No había pruebas suficientes contra ellos salvo las que les arrancaron a la fuerza mediante fuertes torturas, hasta el punto de quedar irreconocibles hasta para sus familiares. Detrás de esta operación policial estuvo el comisario Roberto Conesa, junto a sus lugartenientes Carlos Domínguez Sánchez y Juan Antonio González Pacheco, alias "Billy el Niño", ambos conocidos torturadores que aún no han sido sentados en el banquillo de los acusados.
El juicio es una pantomima: sin "habeas corpus", se rechazan pruebas esenciales como huellas dactilares, autopsias de los cadáveres… , testimonios que no reconocen a los acusados, como en el caso de Txiki. A Otaegi se le acusa de albergar en su casa a militantes de ETA: la prueba, una declaración firmada por el etarra Garmendia que fue arrancada como era usual: este hombre fue herido de bala en la cabeza durante su detención, quedando disminuido psíquicamente; le obligaron a firmar esa declaración con una huella dactilar.
Durante el mes de Septiembre prácticamente todo el mundo es un clamor: "¡Salvadles!". En Europa, muchas asociaciones, y no sólo de españoles exiliados lo exigen: realizan manifestaciones, recogidas de firma: en una de ellas, en Estocolmo, se puede ver firmando a Olof Palme, primer ministro sueco. Pablo VI pide en una semana, en homilías públicas, tres veces el indulto para los once muchachos. Otras personalidades de lo más variopinto exigen el indulto durante septiembre: Juan de Brobón, a quien se le había prohibido la entrada a nuestro país, lo intenta por mediación de su hijo, el príncipe Juan Carlos; la Conferencia Episcopal, presidida por Tarancón, también lo intenta; prueba suerte incluso, a través de una carta, Nicolás Franco, hermano del dictador.
Franco, en su línea de parecer un dirigente absoluto justo, opta por una solución salomónica para intentar a la vez, salvaguardar el orden y la justicia de su régimen y lavar su imagen de cara al exterior: el 26 de Septiembre concede seis indultos de los once pedidos. El ministerio del interior hace público la condena a muerte por fusilamiento que se hará efectiva al día siguiente sobre Anjel Otaegi, Ramón García Sanz, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Jon Paredes Manot "Txiki".
En España nadie habla, nadie dice nada: hay miedo. Pero, durante esa noche se producen manifestaciones en toda Europa. En Londres, París, Roma y en otros sitios se llegan a atacar las delegaciones diplomáticas, las oficinas de turismo y las de Iberia (así nos lo contaba ayer en su blog mi amigo Antonio Piera, que estuvo en la de París: malablancayenbotella); los gritos más repetidos son, en castellano y en otros, "Franco asesino", "España vencerá"… El altercado más importante tiene lugar en Lisboa: un gentío enardecido asalta y saquea la embajada española sin que las fuerzas del orden intervengan: han dibujado swastikas en las paredes y han escrito: "España vencerá". Pero todo es en vano… Un último intento desesperado de parte de quien seguramente era el único hombre con autoridad para convencer a Franco: son las 4.00 de la mañana y suena el teléfono en el Pardo; es el papa, pablo VI, intentando hacer mella en la conciencia del general; pero fracasa: "Su excelencia se ha ido a dormir y ha dado órdenes de no ser molestado bajo ningún concepto".
A pocas horas antes de amanecer, se pone en marcha desde Carabanchel la comitiva que lleva al campo militar de tiro de Hoyo del Manzanares a los tres miembros del FRAP: García Sanz, Baena y Sánchez Bravo. Son ejecutados a las 9.20 de la mañana y enterrados allí sin avisar a sus parientes, que tardarían años en recuperar sus cuerpos y enterrarlos en sus lugares de origen.
A las 8.30 es ejecutado en Burgos Anjel Otaegi, y a las 8.35 Jon Paredes.
Las ejecuciones levantan airadas protestas internacionales y de asociaciones pro-derechos humanos. El lunes 29, después de una reunión extraordinaria del consejo de ministros, el presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro se dirige a la nación en un especial informativo de TVE, en el que acusa los actos acontecidos y la complicidad de los gobiernos de estos países. Llega a declarar que detrás de todo esto se esconde el comunismo internacionalista. Mientras tanto, las protestas van tomando cuerpo: dieciséis embajadores de países europeos, junto con los de Canadá y los del este, abandonan España; el presidente mexicano Echeverría exige la expulsión de España de la ONU, la ruptura de relaciones diplomáticas y el aislamiento comercial. La sombra del aislacionismo de los años cuarenta sobrevuela de nuevo España, puesto que Franco y sus ministros insisten en su postura.
1º de Octubre: es el 39º aniversario del encumbramiento de Franco como jefe del ejército. Todos los años se celebraba con un gran mitin en la Plaza de Oriente: este año el cariz político es mucho más marcado. Ante una enfervorecida masa totalmente entregada al dictador, Franco acusa directamente al comunismo y a la masonería de carácter internacionalista entre ovaciones de un público que no se cansa de cantar "¡Que viva España!". Tras el acto, grupos de ultras se dirigen a la embajada de Portugal a manifestar su desprecio al país vecino, pero las fuertes medidas de control de la policía española impiden cualquier altercado más allá de los consabidos alaridos fascistas.
Casi al mismo tiempo, cuatro policías que prestaban servicio en diversas sucursales de banco son asesinados. El atentado, no reivindicado entonces por nadie, es una venganza desesperada por los cinco fusilados de un grupo todavía inconexo cuyas siglas más adelante serían conocidas por todos: Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (por ser ésta la fecha de su primer golpe): GRAPO. ETA también vengaría el asesinato con más asesinatos: desde esa fecha hasta el 4 de octubre, asesinan a varios guardia civiles, dos civiles y al alcalde de Ohiartzun.
He dicho que la muerte de Franco está íntimamente ligada a la de estos muchachos y no exagero. En Octubre, al realizarse su chequeo médico, sus médicos personales le advierten del riesgo inminente de sufrir un infarto grave; el viejo general, apesadumbrado, les confiesa que hacía quince días que no dormía. En la fabulosa serie documental "La transición", uno de estos médicos da una nota significativa al respecto: si se echan las cuentas pertinaces, esos quince días que agravan el estado de salud del dictador, se corresponden exactamente con los días de protestas internacionales y amenazas de aislamiento de los países que condenaron el crimen. Desde entonces hasta el 20 de Noviembre, tras una larga y dolorosa agonía, Franco moría de una serie de complicaciones causadas directamente por la ajetreada política internacional e, indirectamente, por el mismo. Puede decirse, si cabe de consuelo, que al menos estas cinco muertes las pagó en vida.
Una de las fotos que podéis observar abajo fue dibujada por Florencio Clavé, dibujante de cómics ya fallecido