La búsqueda del significado de una canción o de su historia me lleva a veces por caminos insospechados, y por ese camino encuentro muchas cosas, algunas muy placenteras y otras desagradables, como me ocurrió intentando buscar el significado de una canción romaní, que me llevó a las páginas de estudios gitanos.
Nos pasa muchas veces que admiramos a los grandes hombres del pasado hasta que un día encontramos unas declaraciones sobre algún tema, que hacen que nuestra admiración se tambalee. No hace mucho, por ejemplo, oí que un gran compositor español de principios del siglo XX (que no recuerdo exactamente quién era, por lo que no diré especulaciones), aferrado a su integrismo cristiano antisemita de los años 20, decía opiniones deleznables sobre los judíos; o un gran filósofo contemporáneo extranjero –¡coño!, del que tampoco recuerdo el nombre- que declaraba en la TVE de la década de los 80 o 90 que había que matar a la gente con deficiencias mentales. Y, el que nos ocupa hoy, Miguel de Unamuno.
Antes de nada, solo un aviso: una sola opinión o un único hecho cometido por un hombre no debe empañar el resto de su historia y carrera; es decir, esto no supone más que una curiosidad, un ejemplo de que hasta el más grande puede equivocarse, lo cual hace a las grandes personalidades más cercanas a nosotros; pero eso no puede ser una excusa para permitirnos decir o hacer tamañas barbaridades.
Miguel de Unamuno, pensador, ensayista, novelista y, a veces, poeta, tiene el honor de haber sido uno de los precursores del existencialismo y de haber sentado las bases de un pensamiento y un arte comprometido con su tiempo y con la sociedad, dando la directriz al artista y al pensador de ser siempre crítico con el poder establecido. Pero los últimos años de Unamuno transcurren en una tremenda contradicción: de haber sido socialista en su juventud, comienza a abrazar las corrientes fascistas, llegando a saludar fervientemente el alzamiento militar de 1936, a riesgo de ser para el fascismo español lo que D’Annunzio fue para el fascismo italiano: su principal ideólogo. Sin embargo, el incidente con Millán Astray y la pretensión del poetastro Pemán de excomulgarle de la buena intelectualidad, con su declaración final de «Venceréis, pero no convenceréis», en un ataque de lucidez, viene a exonerar al pensador a los ojos de los demócratas hasta el punto de ser declarado inocente por su buen amigo –nunca dejó de serlo, a pesar del abismo ideológico- Antonio Machado. En el transcurso de estos años, no obstante, Unamuno parece haber perdido el norte humanista que había caracterizado su obra anterior (fuera desde una perspectiva socialista o cristiana). Recién comenzada la guerra civil, el escritor francés Jérôme Tharaud entrevistaba a don Miguel para el libro Cruelle Espagne (1938), y le preguntaba si era posible que nuestra herencia bereber condicionara de alguna forma los radicalizados enfrentamientos de aquella guerra, a lo que Miguel de Unamuno respondió no como cabría a un gran hombre de letras y pensamiento:
«Es posible, pero otra sangre corre también en nuestras venas. De ésta no se habla nunca. Pero, para mí, tiene una gran importancia en la formación de nuestra raza y de nuestra mentalidad: es la sangre de los gitanos, esta población errante, de herreros, de paragüeros, de mercaderes de caballos, de cesteros, de adivinadoras, que se encuentran por todas partes en este país, incluso en el pueblo más pequeño. Estos gitanos tienen instintos primitivos, inhumanos, antisociales, y estoy persuadido de que es por ellos, sobre todo, que una herencia cruel se ha introducido en nosotros».
(fuente: Antonio Gómez Alfaro – HISTORIA Y POLÍTICAS EDUCATIVAS CON EL PUEBLO GITANO)
Sebastián Miranda, un periodista del ABC, en 1970, al leer el libro se escandalizaba y escribía esta apología, en principio de Unamuno, pero que se convertía más bien en defensa del pueblo gitano: http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1970/04/04/007.html
En esta historia hay varias cosas mal. Para empezar, la pregunta del propio Tharaud (del que ignoro su posición política en los turbulentos años 30 y quién fue en realidad) se las trae, pues implica un doble racismo trasnochado propio del más rancio romanticismo, no sé si propiciado por una anterior respuesta del pensador bilbaíno, caracterizando a los españoles como seres semiirracionales, brutales, pasionales y sangrientos; y doble, ya que pretende indicar que esa supuesta naturaleza irracional, vengativa y sanguinaria es herencia bereber. Años después, a este mismo autor se le podría haber preguntado algo similar cuando el mariscal Pétain no solo abría las puertas de Francia a Hitler, sino que permitía que los alemanes exterminaran a ciudadanos de la República Francesa por ser judíos, gitanos o genéricamente antifascistas; o, sencillamente, sobre lo que ya había y estaba ocurriendo: la sangrienta imposición francesa sobre las colonias africanas y asiáticas. El tercer error lo comete el propio Unamuno al admitir esa determinación racista de los españoles (este fue, sin embargo, uno de los grandes errores de algunos miembros de la Generación del 98: un cierto racismo positivo español que ya sabemos quién heredó): sencillamente entra al trapo y admite que exista una determinación natural en el «ser vengativo» de los españoles. Y el cuarto error, obviamente, es atribuir esa determinación natural como innata a los gitanos. Así que, por lo visto, querido supremacista español, racista y amigo de ciertas tendencias que quieren ponerse en boga que has venido a leer esto y te estás cabreando, resulta que solo los españoles somos vengativos y unos descerebrados. No lo digo yo, lo dicen tus filósofos, que mucho «España, español, ibérico» y etcétera, y los primeros racistas hacia nosotros mismos han sido ellos, los muy-pero-que-muy-españoles. Ya puedes irte por donde has venido, porque el supremacismo hispánico ha resultado ser un fiasco.
Esto debe quedar como demostrativo de que el argumento de la autoridad no siempre es válido. Por mi parte: