Por recomendación de su padre, Labordeta entró a estudiar Derecho, cosa que no le hacía gracia: le espantaba acabar de diplomático. Así que, a pesar del cariño que le profesaba a su padre, cuando éste falleció, José Antonio, tras discusiones con su madre y con el respaldo de su hermano Miguel, entró a estudiar Filosofía y Letras, carrera que le apasionaba más. Siempre tuvo la impresión de que en el Congreso nunca encajó demasiado bien, porque mientras él era un hombre de letras, la mayoría de los políticos profesionales venían de carreras como Derecho, Económicas o Ciencias Políticas, cosa que tampoco está mal, conste, pero que en exceso tampoco puede ser bueno.
Probablemente su decisión por el mundo de la enseñanza le vino por el ejemplo de su padre, quien quizás fuera el maestro que él aspiraba a ser. De todas formas, ya en los últimos años de vida de su padre, José Antonio ayudó a su hermano Miguel en la administración del centro; fue éste quien le convenció para irse sacando la oposición de enseñanza, ya que el centro no daba para mucho. Así comenzó a hacerlo, pero antes, en el año 57, a la hermosa edad de 23 años, le vino una oportunidad dorada de iniciarse en la enseñanza, y más dorada aún si venía con las apetecibles palabras “en Francia”; el problema es que ignoraba qué ocurría en la Francia. De cualquier forma aceptó trabajar de lector de español, en un curso sobre Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós, en Aix-en-Provence, Marsella.
Cuando llega a Francia no reconoce el alegre lugar en donde veraneaba (en la frontera): militares y gendarmes se agolpaban con caras de pocos amigos en las calles. Le explicaron que, debido al proceso de independencia de Argelia, con las hostilidades entre el ejército de la república, por un lado, y los milicianos independentistas, por el otro, contra la población civil de ambos bandos, más la decisión del general Charles de Gaulle, presidente de la república, de otorgar la independencia a la colonia, algunos militares medio-sublevados, aglutinados en torno al ejército clandestino de la OAS, y grupos de ultraderecha que actuaban en la metrópoli, estaban resucitando el fantasma de la guerra civil, que al parecer no fue del todo superado tras la II Guerra Mundial (antes de la ocupación nazi, Francia ya estaba rozando el enfrentamiento civil): viejos fantasmas resurgían de sus ataúdes. En este clima de alta tensión, Labordeta intentaba dar un seminario sobre Galdós a unos alumnos divididos: había una mayoría de alumnos españoles de tendencia ultraderechista que defendían la dependencia de Argelia contra los alumnos autóctonos, la mayoría pro-independencia, que creaba un ambiente enrarecido contra el que el director del centro, a la sazón antiguo brigadista en la guerra civil española, ya le había advertido: “cíñase a Galdós”, le dijo; pero los alumnos españoles le pedían un día para explicar la situación de la colonia a través de la prensa española, ya que en Francia “había mucha censura” (bien, nunca llueve a gusto de todos). Y fue por culpa de esa prensa por la que Labordeta conoció a un buen amigo: Expósito, camarero exiliado español, militante de la CNT, que había pasado demasiado tiempo en cárceles y campos de concentración como para permitirse el lujo de odiar a primera vista a cualquier facha que entrara con el ABC en la mano y servirle de mala manera un café. Pero cuando al reprender su actitud se conocieron, en seguida se cayeron bien. Fue Expósito quien le llevó por los círculos anarquistas de Marsella, quien le llevó al recital de Georges Brassens, “uno de los nuestros”, quien le llevaba a charlas, conferencias, etc. Y fue contra el que sus alumnos pieds-noirs (“pies-negros”: era el nombre despectivo que los argelinos aplicaban a los ocupadores, según algunos debido al calzado, y que durante estos conflictos, los partidarios de “Argelia francesa” tomaron orgullosamente como denominación) le “advirtieron”: Expósito murió en un atentado con bomba en la cafetería donde trabajaba. La violencia de Argelia ya había pasado a la metrópoli: casi todos los alumnos “pieds-noirs” desaparecieron, Labordeta supo de algunos detenidos y otros muertos en disturbios, y seguramente nunca olvidará cuando una noche, al volver a casa, se encontró a la portera con un casco de la I Guerra Mundial diciéndole: “Los paracaidistas vienen y yo voy a defender la República”. También conoció a un buen nutrido grupo de estudiantes latinoamericanos que le pusieron en contacto con las canciones de su tierra, e incluso uno le regaló un revolver contra cualquier hostilidad viniera de donde viniera… Probablemente el mismo que confesó al término de curso que se iba a unir a la guerrilla.
Llegaron las vacaciones de Navidad y Labordeta volvió a Zaragoza (durante el viaje, todavía habría algunos sobresaltos en el tren debido al conflicto argelino). Pero cuando quiso volver a sus clases, le denegaron el pasaporte debido a ciertos informes provenientes de la ultra-derecha francesa que le acusaban de frecuentar círculos de extrema-izquierda. Así que ya aquí, comienza su estudios para la oposición en enseñanza. En el transcurso de esos años, se casa con Juana, que también es profesora. Ambos sacaron plaza en Teruel, en 1965, en donde encuentran un nutrido grupo de alumnos muy dispuestos a aprender, sobre todo aquello que estaba prohibido. Para entonces, Labordeta ya cantaba y escribía, y era casi irónico que el mismo inspector de la político-social que le vigilaba tenía a su hijo matriculado en la clase de Labordeta (ninguno de los dos se aprovechó nunca de su situación). A Labordeta Teruel, a parte de la alta población de pseudo-ciegos (la secreta pensaba que era una buena manera de vigilar a la población), le parecía como si fuera el lugar en donde se reunía todo el progresismo español, tanto en cuanto a profesores, alumnos, artistas y pensadores se refiere; durante mucho tiempo desarrollaría en esta región sus actividades, tanto pedagógicas, como intelectuales y también políticas. Tuvo alumnos brillantes, del que destacamos al gran Joaquín Carbonell, que quedó deslumbrado cuando supo que su profe cantaba, y encima sus propias canciones. También el dibujante asiduo de El Jueves, Azagra, autor de, entre otras tiras, “Paco Pico/ Pico Vena”, de quien hemos reproducido un fragmento de su viñeta-dedicatoria.
A muchos de ellos Labordeta les parecía un profesor excepcional, si bien es verdad que ya para entonces toda una generación de jóvenes docentes venían no sólo a sustituir a los maestros y curas de la educación nacional-católica y del espíritu nacional, sino a desmantelar su enseñanza con la crítica y con la verdadera cultura española. Labordeta les despertaba su espíritu crítico, les animaba a hacer lo que quisieran; realizó seminarios interesantes sobre literatura, cine, poesía (siempre y cuando etc.); organizó talleres de teatro, del auténtico teatro (nada de “mesa camilla”). Y por eso, a pesar de discrepancias ideológicas de algunos, le recuerdan con cariño, admiración y respeto (que de paso podrían haber trasladado también a alguno de los compañeros de canción de Labordeta, dicho esto con acritud). Considero que no es justo que digan “el alumno que le salió rana”; tal como él decía cuando le preguntaban en qué falló con tal o cual alumno, que se lo preguntasen a los partidos en los que militó. Pienso que muchos, en ese batiburrillo confuso de ideales, siglas, partidos, etc. que fue la transición, se perdieron por el camino y quedaron desilusionados, y de esa desilusión surgió una fuerte reacción contra lo que fueron, y por extensión, contra aquellos en lo que creen ver lo que fueron, reestructurándose todo su universo ideológico. Labordeta fue un genial profesor seguramente, y no siempre se puede achacar a los profesores o a los padres los errores de los alumnos o de los hijos (dicho esto sin acritud).
Para acabar, hoy traemos dos canciones que se refieren a la práctica del mundo docente. Una de sus canciones emblemáticas es ésta, en la que canta/ narra lo que ocurrió cuando un día, al pasar lista, le faltó un alumno: Ramón Cabeza, militante del JGR, que fue detenido y torturado. Impresiona cómo un profesor, un buen profesor, puede preocuparse por sus alumnos, casi como si fueran sus hijos. Eso es un buen profe:
Paisajes urbanos, días escolares
Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza
y al preguntar por él
sus compañeros
me han mirado con rabia,
con tristeza.
Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.
Me dicen que su madre
también pregunta
y que su padre apenas
la pena oculta
luego me dicen que
ayer lo vieron
con frases en la mano
de puerta en puerta.
Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.
Sus frases en la mano
de tierra hablaban
de gestos solidarios
de paz, que hermana,
alguien se las truncó
antes del alba
sus frases en el aire
ahora cabalgan.
Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.
Cabalgan hondamente
por las entrañas
de la raíz profunda
de las montañas
y unidas por el aire
a las del agua
cubrirán todo el mundo
con sus palabras.
Hoy no ha venido a clase
Ramón Cabeza.
Pero los años pesan, las generaciones se suceden una tras otra y da la impresión de que unas son peores que otras, pero que en todas se encuentran grupos de individuos potenciales. El trabajo del profesor es duro, y a veces parece que los alumnos no es que no entiendan, es que no quieren entender, cosa mucho más palpable en primavera cuando las feromonas hacen de las suyas. Es entonces cuando el profesor se acaba preguntando “A veces me pregunto qué hago yo aquí” mientras busca bromas con las que captar la atención de los alumnos.
A veces me pregunto
A veces me pregunto qué hago yo aquí,
explicando la historia que recién aprendí:
los líos de romanos, de moros y cristianos,
el follón del marxismo y el otro coté
donde los yanquis tienen el mango y la sartén.
A veces me pregunto qué hago yo aquí.
viendo como la tarde se duerme frente a mí,
mientras usted Martínez se evade en el jardín,
y la dulce Encarnita García Cortejón
confunde a los etruscos con los negros del Gabón
entre miradas tiernas de Pablo el empollón.
A veces me pregunto qué hago yo aquí,
intentando que aprendan lo de la Ilustración
cuando ellos sólo entienden cosas del rock and roll
y haciendo que comprendan una revolución:
la rusa, la francesa, la de Tutankhamón
y encontrando a Picasso perdido en un balcón.
A veces me pregunto qué hago yo aquí
viendo como los días se pierden sin un fin
y menos mal que a veces una tarde de abril
un alumno te abraza y te dice: “Don José
que bien que lo pasaba en las clases de usted
con la visión cachonda del tiempo que se fue”.
A veces me pregunto qué hago yo aquí.
y en noches de vigilia, te rondan por doquier
los rostros de María, de Pedro y de Javier,
y el gesto de aquel chico que explicaba sin fin.
la batalla del Marne y el cruce sobre el Rhin,
y que leía versos de Rilke y Valery.
A veces me pregunto qué hago yo aquí.
textos de ambas canciones extraídas de
http://50enlasaulas.blogspot.com/2010/09/labordeta-en-clase.html