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Himnos para un recital: 13 de Marzo


Woodstock y Monterey no fueron los únicos festivales pop (o rock) de los años 60, pero sí los más importantes: Monterey porque fue el primero, y Woodstock porque batió varios récords y significó mucho para la época, hasta el punto de quererse imitar su espíritu libertario, pero con desastrosas consecuencias la mayoría de las veces. Quizás siguiera en importancia el de la Isla de Wight, en el Reino Unido, y después algunos más o menos menores en Estados Unidos y Europa. Pero, ¿qué pasaba en España? ¿Hubo festivales memorables? Sí, pero por desgracia, no tan recordados ni tan publicitados, por varias razones.

Raimon, cantante cívico ("La crisis de la Nova Cançó", Luis Carandell: www.triunfodigital.com)A finales de los 60 y principios de los 70, no es que no hubiera ganas ni afición, y había gente en las discográficas, productoras, radios y televisión muy preparada para haberlo hecho –como luego demostraron al organizar eventos similares y las primeras actuaciones (¡por fin!) de los grandes grupos extranjeros, aunque en su país estuvieran ya en cierto declive, no muchas veces merecido-, pero había varios atenuantes. Celebrar un festival de la canción pop y rock tal como éstos, que reuniera a los grupos más punteros tanto nacionales como internacionales, era algo imposible por varias razones: la mayoría de esos grupos o estaban vetados en este país, o se negaban a venir mientras no hubiera un régimen democrático (a pesar de las fotos de los siempre sonrientes Beatles posando con un sombrero cordobés, en su única visita a España en 1965, el cuarteto salió espantado del país: el cómo la policía trataba a los asistentes, la horrible diferencia entre pudientes y pobres –mayor de la que pudieran ver en su propio país-, y los comentarios chovinistas fuera de tono de la prensa afín al régimen, eran motivos suficientes como para no repetir… quizás incluso pensaran que no fueron detenidos de milagro). El festival de Woodstock fue cubierto por la prensa y la televisión nacional, y, aunque a veces se hizo a instancias de los periodistas más jóvenes, aficionados al rock y críticos con el régimen, se tuvo que emplear el idioma oficial del régimen y presentarlos como degenerados morales, un ejemplo a no seguir.

También era imposible hacerlo con grupos y cantantes nacionales: en primer lugar, por la prohibición de tocar a muchos de estos artistas, para nada simpatizantes con el régimen, y, por supuesto, los organismos locales no iban a dar su consentimiento para estos actos, ya no sólo por discrepancias ideológicas, sino por las consecuencias que esto traería para sus respectivos cargos. Otra cosa eran los “festivales del canción comercial”: Benidorm, “del Mediterráneo”, etc., pero eran organizados por las discográficas y eran más bien concursos (“eurovisiones” en miniatura); se celebraban siempre previa censura y depuraciones, y la mayoría de sus asistentes eran cantantes bastantes asépticos, y algunos simpatizantes del régimen, lo cual no fue óbice para que se llevaran el susto cuando Raimon –nuestro protagonista de hoy- participó acompañado de Salomé cantando en catalán; y, aunque es una canción de lo más aséptico y comercial, la atención que concentró puso en guardia tanto a los organismos del régimen como a la organización, quienes juraron que “alguien así” jamás volvería a participar.

Cartel de la 2ª edición de Canet Rock, 1976Pero había muchas ganas, y no sólo por la música. El rock sinfónico, el duro y el progresivo comenzarían a tener sus encuentros multitudinarios a partir del año 75: su festival más importante fue el Canet Rock, realizado en la población de Canet de Mar, a imitación de Woodstock, y que tendría otras tres ediciones en los años siguientes. Es casi el único festival de rock de los años 70 que fue grabado en una película, concretamente por Francesc Belmunt, y que contó con los grupos más progresivos del rock catalán y andaluz: Gualberto, Iceberg, Companya Elèctrica Dharma, Lole y Manuel -con su flamenco, a veces puro, otras psicodélico-, etc., y cantautores “heterodoxos” y progresivos como Pau Riba (impresionante embutido en un bañador femenino) y Jaume Sisa (cuya actuación fue prohibida en último momento, aunque Bellmunt le recoge cantando al aire libre), y con la presencia de Maria del Mar Bonet, cantautora folk, pero siempre interesada en los progresos de la música. Pero, a pesar del carácter “apolitizado” del festival de rock, éste y otros similares recibieron las acostumbradas “críticas”, por llamarlo de alguna manera, de la prensa afín: “el festival del aullido”, decía el diario ultra El Alcazar, mientras que un lumbrera de columnista, no sé si por éste o por otro, recomendaba a los asistentes no quedarse dormidos en cualquier parte, pues corrían el peligro de que los basureros se confundieran y acabaran en el vertedero (un estilo periodístico que aún se puede encontrar en cierta prensa). Y es que, aunque el festival no tenía una significación política, o al menos clara, estos hippies españoles también eran incluidos en el mismo saco de “indeseables” para el franquismo.

sis hores 2Canet Rock era un descendiente de las Sis Hores de la Cançó a Canet, una serie de festivales multitudinarios, entre 1971 y 1978, en la misma población en la que participaron varios cantautores de la Nova Cançó: Pi de la Serra, Rafael Subirachs (quien en la edición de 1975 se arrancaba con una versión de “Els Segadors”, Ovidi Montllor, La Trinca (que fueron arrestados en la del 74), Maria del Mar Bonet y Toti Soler. Obviamente, éste sí tenía algunas finalidades políticas, y es casi milagroso que se pudiera realizar (sorprendente artículo en Blanco y negro, suplemento del ABC). La realidad es que los precursores de los grandes festivales fueron los cantautores contestatarios. Desde muy al principio, varios cantautores se reunían en recitales conjuntos en diversos lugares: parroquias de barrio, colegios mayores, centros de trabajadores… La mayoría de las veces con fines benéficos para sindicatos, trabajadores, parados y/ o represaliados, y, a veces, en la más absoluta clandestinidad. Si hubo un Woodstock de la canción de autor internacional, ése fue el celebrado en La Habana en 1967: el Festival de la Canción Protesta, que contó con trovadores de todas las partes del mundo, y, representando a España, estuvo Raimon. A parte de las Sis Hores, dos fueron los grandes “woodstocks” de la canción de autor en 1976: La Trobada dels Pobles, celebrado en Valencia, y que fue suspendido por la presencia de banderas no autorizadas (eran las banderas autonómicas aún no reconocidas); y el Festival de los Pueblos Ibéricos, celebrado en la Universidad Autónoma de Madrid, en el que, durante la actuación de Benedicto hubo cierta tensión cuando un espectador se subió al escenario para anunciar y denunciar el asesinato de Ricardo García Pellejero y Aniano Jiménez Santos, dos carlistas de la rama demócrata, a manos de los mercenarios de la facción ultra del carlismo en Montejurra. A pesar de este suceso, el festival acabó felizmente. Ambos festivales reunieron a los cantautores y grupos de folk más destacados de cada región, incluso con invitados portugueses (Fausto y Vitorino), uruguayos y chilenos. Aunque hasta entonces, el rock y la canción de autor habían ido separados en estas aventuras, tendrían sus festivales conjuntos en futuros festivales, como las Fiestas del PCE y los conciertos multitudinarios contra la OTAN, en los cuales personas como Labordeta compartieron escenario con grupos como Obús, movidos por las mismas inquietudes.

campusEl escaso apoyo de las discográficas y productoras a estos eventos, se impidió que se pudiera desarrollar tanto cierta publicidad como una distribución de productos de estos eventos, como sí los tienen Woodstock y Monterey: películas, discos, etc., algo con lo que quizás sus protagonistas no estarían muy de acuerdo, pero los aficionados más jóvenes agradeceríamos su existencia. Por esa razón, hay pocas producciones que traten de estos eventos, y lo mismo pasa con las canciones que hablen de ellos. Sólo he encontrado una, a cargo de Raimon. Uno de los pioneros de los festivales de canción de autor fue uno realizado el 13 de Marzo de 1968 en el Gran Price de Barcelona, a beneficio de las Comisiones Obreras, en el que participaron, según Raimon, “mucha gente” (ignoro cuántos y quiénes, información tomada de aquí: http://a-cantiga-foi-uma-arma.blogspot.com/2009/08/viii-tu-que-mescoltes-amb-certa-por-iv.html). Tal y como Raimon presenta la canción en su recital del Campus de Bellaterra, el ambiente que se vivió se dividía entre la gente que pensaba que las cosas no podían cambiar, y, por contra, los que pensaban que sí, y era a ellos a quienes Raimon dedicaba esta canción. Aunque lo de esa fecha fuera más un recital que un festival, por ahora, es el único himno que he encontrado que hablara sobre un evento musical multitudinario de música no-comercial.

13 de Març, cançó dels creients

No ens ve de la terra i també de la terra
aquesta força que ens puja fins als límits del crit.
Perquè tenim la cançó contra la por d’ara,
perquè tenim la cançó contra la mort d’ara,
contra el dubte que s’amaga en més petit racó:
no ens ve de la terra i també de la terra.

Hem sortit al carrer convençuts tantes vegades.
Cada cop un poc més donem vida
a esperances segles i segles buscades.
No ens ve de la terra i també de la terra.

No sols és la ràbia i és també la ràbia,
aquesta ràbia més nostra que el pa,
que no és segur avui i qui sap si demà.
No sols és la ràbia i és també la ràbia
aquesta força que ens manté encara lluitant.
No ens ve de la terra i també de la terra.

13 de Marzo, canción de los creyentes

No nos viene de la tierra y también de la tierra/ esta fuerza que nos alza hasta los límites del grito./ Porque tenemos la canción contra el miedo de ahora,/ porque tenemos la canción contra la muerte de ahora,/ contra la duda que se esconde en el más pequeño rincón:/ no nos viene de la tierra y también de la tierra.// Hemos salido a la calle convencidos tantas veces./ Cada vez un poco más damos vida/ a esperanzas por siglos y siglos buscadas./ No nos viene de la tierra y también de la tierra.// No sólo es la rabia y es también la rabia,/ esta rabia más nuestra que el pan,/ que no es seguro hoy y quién sabe si mañana./ No sólo es la rabia y es también la rabia/ esta fuerza que nos mantiene aún luchando./ No nos viene de la tierra y también de la tierra.

Raimon

Historia de la canción de autor: regionalismo, nacionalismo y solidaridad


Sin desprecio de otros temas, ésta es una de las dimensiones más interesantes de las que rodean a la canción de autor española: en un tiempo como el de ahora, en el que para algunos los regionalismos y nacionalismos son perjudiciales, por un lado, y en el que, para otros, la palabra «español» conlleva nociones peyorativas o tiende a no usarse para evitar el abrazo de ciertas personas, resulta curioso, a la par que admirable, que en los años 60-70 existiera una enorme reivindicación regional/ nacional (de naciones históricas dentro del estado español) a la vez que una solidaridad gigantesca entre todos los pueblos. Para explicar esto prescindiré de cualquier referencia a la actualidad, en la cual muy pocas cosas a este respecto tienen algo que ver con el modo de entender estas cosas por aquel entonces.
La razón de todo esto hay que observarlo en la historia inmediata a la dictadura. Desde el despertar de las conciencias de los pueblos que tuvo lugar durante el romanticismo (ss. XVIII-XIX) muchos fueron los pueblos que comenzaron su lucha por la auto-determinación, de manera violenta o pacífica. Es a partir de entonces, más o menos, cuando las tierras de Cataluña, País Vasco, Galicia y otras comienzan a considerarse como naciones (desde el romanticismo se viene diciendo que es la lengua la que constituye a un pueblo, frente a la noción más improbable y dañina de raza). Surgirán partidos reivinidicativos en todo el país, bastante conservadores al principio. En la Segunda República obtuvieron el estatuto de autonomía Cataluña y País Vasco, pero el golpe de estado de los generales en 1936 truncó durante décadas esta pretensión, y los líderes nacionalistas fueron perseguidos con la misma saña que los líderes comunistas y anarquistas.
Para entender todo esto hay que entender esta confrontación ideológica que ha existido desde que la primera región quiso alzarse frente la cohesión: curiosamente fueron Castilla y Valencia (porque las Islas Canarias fueron conquistadas por la corona de Castilla) en 1521 (comuneros y agermanados -o agermanats-): ¿es España una unidad indivisible o, por el contrario, una reunión de pueblos bajo un estado? La historia, desde la Antigüedad a nuestros días, parece dar la razón a los segundos, ya que la idea de España como nación no surge sino hasta el siglo XVIII.

De esta manera, uno de los demonios con los que quiere acabar el franquismo es con el separatismo, considerado como una de las lacras junto al marxismo, el ateísmo y la masonería. Por esa razón el lema de la dictadura fue «Una, grande y libre»: el modelo de cultura y lengua impuesto sería el castellano (pero ni tan siquiera éste, sino una versión idealizada, inspirada en el idealizado y sobrevalorado «Imperio español»). No obstante, contra la tendencia generalizada de consideración, el régimen respetó las que él llamaba «peculiaridades históricas y regionales» de las regiones de España: en primer lugar, no estuvieron totalmente prohibidos los idiomas hoy cooficiales, llamados entonces vernáculos, aunque sí denostados frente al castellano; sí estaban prohibidos en el uso público y en la enseñanza; se respeta, sin embargo, en el ámbito privado-doméstico y en las manifestaciones culturales folklóricas regionales. En segundo lugar, el régimen -por lo menos la dóctrina oficial- pensaba en esas «peculiaridades» como las auténticas articuladoras de la unidad de España: en esto tuvo una importancia primordial la Sección Femenina de Falange y su Coros y Danzas, dedicadas a compilar cantos y bailes tradicionales de todas las regiones e idiomas de España; si bien dicha labor fue encomiable, también es verdad que tuvo una cierta función castradora al no recoger cantos muy explícitos, especialmente de temática erótica-amorosa y por basarse en una idea de raíz bastante falsa de lo que pudiera ser el espŕitu español.
Pero que nadie se llame a engaños tampoco: era articular la unidad a través de la divergencia, pero pensando siempre en la primacía cultural y política de Castilla (por la sencilla razón de que se la considera la cuna de España cuando Isabel de Castilla inicia la Reconquista junto a Fernando de Aragón), y en el hecho terminológico: «peculiaridades históricas y regionales de las diferentes regiones» y no «manifestaciones culturales de los pueblo y nacionalidades históricas», idea esta mucho más constitucional. Por esta razón, muchos de los jóvenes cantautores rechazarían el folklore como medio de expresión, no así a su derecho de considerarse como se consideraran.
De esta manera se puede hablar, escribir y cantar en cualquiera de los idiomas cooficiales del estado, pero con restricciones y siempre desde la perspectiva de que son «peculiaridades», por lo que nunca gozarían -en principio- de la misma publicidad que una obra en castellano. Por esta razón, el mero hecho de cantar en cualquier otro idioma español que no fuera el castellano ya era recibido como un acto de rebeldía, revestido de un romántico halo de pueblo sometido, pero siempre dependiendo de lo que se cantase (por supuesto, y sin el más mínimo juicio de valor, no podía considerarse acto de reafirmación de la identidad cosas como la versión en euskera de la canción de Salomé, a André do Barro o a, por mucho que quisiera, Juan Pardo).
Es pues en este ambiente en el que la Nova Cançó Catalana da el pistoletazo de salida a una canción escrita en otro idioma que no fuera el castellano. Las premisas de la Nova Cançó fueron rescatar, prestigiar y reivindicar la lengua catalana frente a la lengua oficial, en diversas ocasiones recurriendo a los grandes poetas catalanes. El ejemplo catalán sería seguido por los vascos al formar la Euskal Kanta Berria y, después, por los gallegos en la Nova Canción Galega, pero también por los castellanos en Canción del Pueblo (la Nueva Canción Castellana, como se la dio en llamar, era más un truco publicitario) y por otros a lo largo de la década de los 60 y 70: Canción Aragonesa, Canciú Mozu Astur, Canción Canaria, Manifiesto Canción del Sur, junto a otras propuestas músico-regionales algo más minoritarias (el Nuevo Flamenco era una reivindicación más musical y de clase que regional), pero igualmente interesantes. Aunque, por supuesto, a Canción del Pueblo le faltaba una de las premisas que sí tenían evidentemente las nuevas canciones catalanas, vascas y gallegas: todo aquello respecto a la lengua, ya que era imposible sin revestirse de hipocresía e incluso de reaccionarismo pretender una reivindicación del lenguaje castellano. Por supuesto, las asociaciones y manifestaciones de cantautores en castellano fuera de Madrid y de Castilla, todavía podían reivindicarse sus dialectos como forma de expresión: el canario, el andaluz, y muy especialmente el asturianu y el aragonés (por supuesto, no me meto en si son lenguas o meros dialectos: no soy filólogo y mi opinión queda a discrección).
Así pues, los vascos, gallegos y catalanes arrancaban con algo a su favor en relación a la reivinidicación nacional/ regionalista: el lenguaje; cada vez que alguien cantaba en alguno de estos idiomas expresaba su derecho a hablarlo y a su identidad como pueblo (repito: con excepciones, especialmente cuando durante un tiempo se puso de moda cantar en gallego; de ninguna manera podemos poner a la misma altura el «Canto a Galicia» de Julio Iglesias que el «Ti Galiza» de Miro Casabella). Esto que para ellos era una ventaja en la apreciación de fuerza poético-musical anti-franquista, pero no así en la difusión, era justamente lo contrario para los cantautores en castellano a primera vista. Hay que insistir en que todas las tierras de España sufrieron la misma represión, si bien en las tierras con otra lengua tuvo ese aliciente represor, aunque, no obstante, la represión en Euskal-Herria fue mayor, tal vez no sólo por el terrorismo.
Por esta razón, fueron muchos los cantautores y grupos de lengua castellana los que encontraron precisamente en el folklore regional la vía de manifestar su sentimiento de pueblo, aunque al principio fuera sólo la mera interpretación de temas tradicionales por parte de Joaquín Díaz. La música folk, a finales de los 70, se constituye como un arma eficaz de reivinidicación regional: Joaquín Díaz, por supuesto, en Castilla (aunque al principio tuviera que sufrir el sanbenito de reaccionario) y Nuestro Pequeño Mundo, al que también seguirían los grandes grupos de folk castellano: Jubal, Vino Tinto, Carcoma y, especialmente, Nuevo Mester de Juglaría; en Canarias, en 1967, arranca desde lo que fue una estudiantina el grupo canario Los Sabandeños, al que le seguirían Verode, Chincanarios, Taburiente y otros. La música folk se va politizando, y así, a finales de los 60, aparecería el 1er gran LP de reivindicación regional: Los Comuneros, de Nuevo Mester de Juglaría, basado en el poema de mismo título de Luis López Álvarez. A él le seguirían otros grandes LPs monográficos como La cantata del Mencey loco de Sabandeños, o Quan el mal ve d’Almansa de Al Tall, junto a otros como El anarquismo andaluz de Luis Marín o Andalucía: 40 años del cantaor José Menese y muchos más, por lo menos casi uno por región. Así pues, cada región tuvo, por lo menos, un cantor/ grupo reivindicativo, o incluso una sola canción: Daniel Vega le cantaba a Cantabria; Carmen, Jesús e Iñaki insistían en que La Rioja «existe, pero no es»; Pablo Guerrero llenó el pabellón del Olympia con su acento pacense al cantar «Extremadura»; Paco Muñoz: «Què vos passa, valencians?» o Raimon con aquellos «Quatre rius de sang», cuatro ríos de sangre que hacen referencia a la cuádruple llama que adorna la bandera de las tierras que antaño integraron la Corona de Aragón (siendo ésta casi su única canción de corte regionalista, pese a lo que digan ciertos detractores). Así pues, las regiones españolas, a mediados de los 70, eran un hervidero de cantantes y grupos que reivindicaban sus raíces, sus culturas, su derecho de autonomía o incluso su independencia.
Respecto a los Països Catalans es importante dejar una cosa clara: aunque se expresaran generalmente en catalán, si uno inspecciona sus letras descubre que aproximadamente sólo el 1% de ellas tiene una letra que pueda llamarse regionalista, nacionalista o independentista; son incluso casos muy puntuales como el «Quatre rius de sang» de Raimon, «A Alcoi» de Ovidi Montllor, algunos temas de Llach, las versiónes sobre «Els Segadors» (himno nacional de Cataluña) que respectivamente realizaron Marina Rossell y Rafael Subirachs… siendo ya en los 70 cuando se produciría la canción propiamente llamada regionalista con -además de Rossell y Subirachs- de mano, generalmente de grupos folk: los ibicencos Uc y los valencianos Al Tall, pero también Paco Muñoz o María del Mar Bonet («Cobles de la divissió del Regne de Mallorca»), mientras que en el caso de los vascos, los gallegos e incluso los castellanos y canarios, la reivindicación regional estaba prácticamente desde el principio, y, por otro lado, el porcentaje de estas canciones queda bastante por debajo del porcentaje de canciones regionalistas andaluzas, por ejemplo.
A pesar de todo este hervidero regionalista y nacionalista, siempre hubo sitio para la solidaridad entre los pueblos; y si hablamos de solidaridad, uno de los maestros es Raimon, que dedicó dos canciones al País Vasco («País Basc» y «A un amic d’Euskadi») y otra a Madrid («18 de Maig a la Villa»); también Elisa Serna, castellana de nacimiento, le dedicaba una hermosa canción a su «querido catalán»; o Imanol, que comparaba en igualdad las penurias de la emigración de los castellanos al País Vasco y, al revés, de los vascos a Castilla, en aquel «Euskadin Castillan bezala» («Tanto en Euskadi como en Castilla») o, aquel texto de Telesforo Monzón que cantaba Urko, «Gure lagunei», en el que hacia la mitad comienza a cantar en castellano: «Soy un hijo de Extremadura», en homenaje a «Txiki», o más reciente del mismo autor «Galizia zuretzat» (para ti, Galicia). Aunque, bien es cierto, que muchas de las poesías y canciones hablaran mal de Castilla («Dios te guarde de Castiella», de los asturianos Nuberu, por ejemplo), siempre se habló de ello como símbolo del centralismo y de la unión a la fuerza, y nunca contra los castellanos o las tierras de Castilla.

El mejor ejemplo de toda esa solidaridad inter-cultural fue la concepción de hermandad ibérica de cantores: el Festival reunía bajo sí a los cantantes y grupos de todas las regiones españolas, pero también de Portugal y de todos los países latinoamericanos. El II Festival de la Canción Ibérica en 1971 reunió, entre otros, a Paco Ibáñez, María del Mar Bonet y al portugués Jose Afonso:

Más ejemplos de aquellos festivales solidarios fueron la malograda «Trovada dels Pobles» en Valencia: suspendida por la gobernación civil por la presencia de banderas «ajenas» al festival, en el que sólo se podía exhibir la recién aprobada bandera de la Generalitat Valenciana. La prohibición tuvo lugar después de que un joven, justo antes de la actuación de la cantautora vasca Lupe, subiera de improviso al escenario agitando una ikurrina, entonces ilegal:

Desenlace más feliz tuvo El Festival de los Pueblos Ibéricos, que tuvo lugar en 1976 en la Universidad Autónoma de Madrid, al que acudieron Benedicto y Bibiano por Galicia; Labordeta y La Bullonera por Aragón; Raimon por Valencia; Pi de la Serra por Cataluña; La Fanega y Julia León por Castilla; Manuel Gerena (el único que bebió alcohol, porque aquello con Fanta no funcionaba) por Andalucía; Carmen, Jesús e Iñaki por La Rioja; Mikel Laboa por Euskal-Herria; Pablo Guerrero por Extremadura…; además de la presencia de Isabel y Ángel Parra por Chile, y de Fausto y Vitorino por Portugal. En aquel festival no hubo límite en la presencia de banderas: senyeras, ikurrinas, pendones morados, banderas castellanas, gallegas…, también del Sáhara: aquello demostró que los pueblos de España querían su poder para regirse ellos mismos al mismo tiempo que entre ellos había una gran amistad y solidaridad.

(Actuación de Manuel Gerena, que queda cubierto por su guitarrista, Pepe «el Habichuela»).

Hoy en día, en el que cierto locutor de radio, amparado por el manto de la jerarquía eclesiástica, puede darse el lujo de verter mentiras flagrantes sobre el euskera, o un presentador o un político demagogo denosta el exacto y aprobado término filólogico de Euskal-Herria o Països Catalans, en el que ciertos términos tales como pueblo, autodeterminación o nación (palabra ésta que a mí, particularmente, no me gusta) están o denostadas o sobrevaloradas por ambos extremos; en los que te dan la espalda en algunos lugares por venir de Madrid, debiéramos recordar y tomar ejemplo de aquellos días, en los que había muchas reivindicaciones regionales, pero también una tremenda solidaridad entre todos los pueblos que conforman este país. Era entonces formar la unidad desde la diversidad:


(Raimon habla con Benedicto; en 1er plano Miro Casabella: Festival de los Pueblos Ibéricos
Arquivo Gráfico e Documental de Voces Ceibes-)

 

En esta enlace podéis ver una relación interesante de canciones regionalistas de todas las regiones:
http://albokari.spaces.live.com/blog/cns!61E9B08CEBCBE7EE!325.entry
 

Historia de la canción de autor: ¡En directo!


En toda música destinada al consumo, suele ser tan importante el estudio como el directo, incluso a menudo es en el directo donde se suele a medir a un intérprete, hasta el punto de existir hasta cierta categorización entre músicos, solistas y bandas de directo y de estudio, por ejemplo, Grateful Dead en directo y Beatles en estudio; lo ideal es que se controlen ambos ámbitos, pero eso es muy difícil.
Hay ciertos géneros y estilos que tienen una relación muy especial con el directo, no como el pop, en cuyos directos se tiende a la fiel interpretación del tema previamente grabado en estudio. Son estilos como el jazz, cualquier subgénero del rock, -pero muy especialmente el rock duro, el rock psicodélico y el jazz-rock-, el flamenco, y, entre otros, la canción de autor.
Canción de autor y directo son dos términos que a primera vista pueden parecer contradictorios, si se piensa en la canción de autor como poseedora de una música suave, más propia para escuchar en tu cuarto que en un gigantesco estadio o plaza de toros. Pero nada más lejos de la realidad, y sobre todo en los años del franquismo, pues los directos de la canción de autor de entonces tenían siempre algo de mitin político semi-legal, por un lado; y, por otro, era en el directo en donde el autor podía comprobar la magnitud del impacto que sobre el público y la sociedad en general había tenido su canción. Hay canciones que en versión de estudio pueden no parecer ser tan impresionantes como en directo: 

http://www.goear.com/files/localplayer.swf

http://www.goear.com/files/localplayer.swf(esta versión corresponde al disco Gener 76)

Esto es lo que yo llamé en cierta ocasión el efecto Seeger, inspirado por mi impresión al oír a Pete Seeger cantar en directo «We shall overcome» y quedar como acompañante del público, que acaba siendo quien realmente la canta: ese es realmente el momento en el que un autor se da cuenta de que su canción ha dejado de pertenecerle para pertenecer al pueblo; ocurrió con «L’estaca», con «Al vent», con «A cántaros», con «Adiós ríos, adiós fontes» y muchas más. Es un momento que todo el mundo desea, y es el momento en el que una canción se convierte en himno: el autor no hace himnos, los hace el público; «Al vent» no era en su génesis, o por lo menos no lo parece, un himno político: se convirtió en ello gracias al público, aunque la censura contribuyó a ello al prohibirla, dotándola de un halo de rebeldía y subversión del que la canción carece en apariencia, pero bastaba con que Raimon tocara los rabiosos acordes iniciales para que la audiencia se volviera loca, se pusiera en pie, la tararease y, algún atrevido, alzara su puño.

En realidad la canción de autor y el directo tuvieron una estrecha relación desde su nacimiento: podemos pensar en aquellos conciertos benéficos con fines políticos que Almanac Singers, con Seeger y Guthrie, hicieron a beneficio de los obreros, los sindicatos, el movimiento de los derechos civiles o algún partido político de izquierdas. Ya era entonces esos eventos lugares en donde compartir sentimientos y rabia a los compases de temas como «This land is your land» o el propio «We shall overcome». Lo mismo ocurre en Latino-América con Violeta y Atahualpa, siguiendo la tradición de insignes precursores como Joe Hill, Paul Robeson o Martín Castro. Realmente, a finales del siglo XIX, los sindicatos contaban con algún cantor popular que amenizara las reuniones, al tiempo que catalizaba los sentimientos de la audiencia en una canción. Y era, tal vez, más temido en España, en el tardo-franquismo, el directo que el disco de estudio: eso explicaría parcialmente el hecho de que hubiera artistas que podían grabar discos, pero no interpretarlos en directo.

Nos situamos a mediados de los 60 en nuestro país. La Nova Cançó catalana ya está en marcha, y el régimen empieza a descubrir que Setze Jutges y Grup de Folk no eran meras agrupaciones de cultura catalana. Composiciones como «L’estaca», «Al vent» y «Diguem no», en versión de estudio, pasaron desapercibidas para la censura, pudiéndose tocar libremente en cualquier punto del país: pero es en ese momento en el que Llach, Raimon, Pi de la Serra comienzan a cantar sus canciones semi-legales ante una audiencia numerosa, cuando ven que dichas canciones eran realmente peligrosas para la paz mentirosa que reina en España. Raimon recorre España, y allí donde él tocaba, a la vez que se llevaba un buen recuerdo del lugar, dejaba una semilla de esperanza y rebeldía que germinaba en castellano, en vasco y en gallego. De aquellos encuentros con la juventud de todas partes, Raimon escribió «País Basc», de los sentimientos nacidos durante el recital que dio en Euskadi en 1967, y «18 de Maig a la Villa», de cuando actuó en Madrid en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid (hoy Facultad de Geografía e Historia) en 1968. Aunque éste último era un recital legal, los «disturbios» que se produjeron durante él, consiguieron que se disolviera a la audiencia con la in-oportuna intervención policial y sus caballos. A Raimon se le prohíbe actuar en Madrid, y posteriormente en cualquier parte de España, al tiempo que permanece vetado en televisión debido a que en su actuación interpretó «Al vent» y «Diguem no»: dicho veto no se levantaría hasta los años 80. Por otro lado, los cantaores del flamenco protesta tampoco lo tuvieron fácil: apartados de los certámenes oficiales de los ayuntamientos y regionales por motivos políticos, y a alguno con el falso estigma de ser un mal cantaor, Gerena, Morente, Menese y otros se vieron obligados a cantar en sitios no tradicionalmente flamencos, como facultades o sedes sindicales ilegales. No obstante, desde mi punto de vista, estas prohibiciones para el Nuevo Flamenco fueron bastante positivas, ya que su visión del arte hondo no casaba muy bien con los certámenes oficiales, más proclives a aquello que se empezaba a denominar nacional-flamenquismo o nacional-folklorismo (un invento político-turístico), de manera que tal vez tuvieron la libertad de escapar de la impopular para muchos bata de cola y sombrero cordobés.

Fue en directo en donde los grandes colectivos de cantautores recibieron su bautizo de fuego: Canción del Pueblo, por ejemplo, se da a conocer en un recital, en 1967, en el instituto «Ramiro de Maeztu«, casi al mismo tiempo que lo hacía Voces Ceibes en la universidad de Santiago, o Ez Dok Amairu… La fuerza de aquellos directos (aunque se podía considerar que muchos de estos cantantes estaban todavía algo verdes) demostraba el «peligro» latente para las instituciones del franquismo, y las autoridades competentes no estuvieron las más de las veces por la labor de autorizar un segundo concierto. Eran los últimos 60, y personajes como Raimon, Llach y Pi de la Serra se habían convertido para toda España en un símbolo a la altura de Rafael Alberti, lo cuál, desde mi punto de vista, les situaba incluso por encima de Santiago Carrillo, Felipe González o Josep Tarradellas (el President de la Generalitat de Catalunya en el exilio); por lo tanto, sus conciertos y recitales tenían siempre un halo de subversión, siendo parte concierto, parte recital poético y parte mitin político: por entonces sus canciones ya rozaban el mismo grado de rebelión que «La Internacional» y quedaban un grado de ilegalidad por debajo de las clásicas canciones revolucionarias.
A veces el recital podía parecer pobre: no llamaban a los cantautores «cantamañanas» por azar, sino porque cantaban a partir de las doce de la noche. Labordeta revela el por qué de esto: se tenía siempre que estar vigilando que no te prohibieran el concierto incluso a la mitad de éste, por eso lo más que te podías permitir de acompañamiento era un piano y gracias. Realmente era así: primero que accediesen a la realización del evento; si era que sí, presentar la lista de canciones al gobierno civil para que las autorizase o no: el problema de esto, como dice Serrat, es que era un proceso totalmente aleatorio: canciones que te permitían en un sitio, no te dejaban en el otro, e incluso te podían permitir cantar una canción no radiable y prohibirte una radiable. Una vez pasados estos trámites, se podía comenzar el recital, pero siempre pensando que en cualquier momento llegue la prohibición por parte del gobierno, incluso a mitad del concierto. De especial importancia era el comportamiento del público: no podía desmadrarse (esto incluía los aplausos casi), cualquier «viva» podía contraer la inmediata clausura del concierto. No obstante, para que ello no se produjese, invadían la sala varios policías, algunos de paisanos, para vigilar a un público tan aterrorizado que ni se atrevía a aplaudir; y aunque el público fuese respetuoso, a veces más por el artista que por su propia integridad física, en ocasiones hacían acto de aparición, como grandes estrellas invitadas sorpresa, los grupos de ultraderecha, invitados generalmente por la dirección de seguridad, dispuestos a lanzar toda clase de improperios al cantante o grupo con el fin de crear un altercado del que «milagrosamente» salían ilesos y sin cargos. También la brígada político-social se traía lo suyo, en ocasiones imprimiendo panfletos subversivos que arrojaban durante el evento (ocurrió en una de las representaciones del espectáculo «Castañuela 70») o -y esta táctica sigue vigente- colocar infiltrados que disfrazados de izquierdistas dieran la oportunidad de o clausurar el recital por la vía legal, o más generalmente a palos. Para la policía el cantante era responsable de cualquier cosa que ocurriera, incluso fuera del recinto al acabar la función y sin que tan siquiera se enterara; por esa razón, el comportamiento de los cantantes durante toda aquella época era de una suavidad increíble y digna de admiración: sabían que aunque quisieran, no podían caldear los ánimos, así que siempre se tendía a la llamada a la calma. Valga como ejemplo este extracto del recital que Bibiano y Benedicto dieron en 1976, en el que se puede oír a Bibiano llamar a la calma a la audiencia algo encendida:

Llegó un momento en el que tocar en España se había convertido en una odisea, principalmente porque para muchos no quedaban ya lugares en los que no estuvieran prohibidos. Por otra parte corrían el peligro de que la fuerte carga política ahogase la música. Es por ello por lo que la actuación en salas del extranjero como el Olympia de París era una prueba de fuego y a la vez, la demostración de que eran buenos no sólo por el mensaje, sino también por la música. El primero en tocar en el Olympia fue Raimon (unos meses después que Bob Dylan); después le siguieron Llach en el 72, Pi de la Serra en el 74, Pablo Guerrero en el 75, y también Xavier Ribalta, Manuel Gerena, José Menese, Ovidi Montllor, María del Mar Bonet… De la mayoría de aquellas actuaciones resultaron discos geniales, en los que la calidad del artista prevalece sobre su simbología política, arropados por paisanos españoles y por admiradores franceses interesados y deslumbrados por la cultura de la resistencia española. Puede ser que el mejor de aquellos conciertos y discos fuera el del recital de Paco Ibáñez, que se editó con el nombre Los unos por los otros; tal vez fuera éste el recital grabado con más carga política de los que se vendieron: es casi la primera vez que se puede oír al público vitorear «Amnistía y libertad», apuntando a lo que vendría después en lo que a recitales y conciertos se refiere en España. Con la máxima «nadie es profeta en su tierra» a la fuerza, algunos cantautores realizan giras internacionales: Latinoamérica, Estados Unidos, Centro-Europa, Francia, Italia… (Raimon llega a actuar en Japón) que les permiten reconocerse como buenos músicos e intérpretes, incluso en festivales más dedicados a la canción convencional como San Remo o Benidorm, en los que Aguaviva obtuvo buenos resultados, poniendo al prohibidísimo Rafael Alberti en la lista de éxitos. Años antes, la actuación de Raimon en el Festival del Mediterráneo y su triunfo tuvo su polémica por cuestiones ideológicas e idiomáticas: su «Se’n va anar», cantado a dúo con la
cantante Salomé, arrasó en dicho festival.

Desde 1976, con el regreso de algunos también, los recitales se politizan, y a menudo se realizan en beneficio de algún político o sindicalista preso, por los presos políticos o en beneficio de determinado partido o sindicato. En 1976, con una cierta ampliación de la libertad de expresión (pero no total), los recintos de los recitales se llenan con los gritos de «¡Amnistía. Libertad!», «¡Amnistía total!», «Visca Catalunya!», «Gora Euskadi!», «¡España mañana será republicana!»… En definitiva, «vivas» y «mueras» de todos los tipos, al tiempo que asisten como invitados de honor líderes de la oposición de izquierdas, para los que suelen reservarse una fila 0 (algunos más tarde no correspondieron a tan generosa invitación que, en muchas ocasiones les ayudó de cara a la gente). Pero hablamos de uno de los años más convulsos de la transición, con lo que las prohibiciones, las palizas, los boicots y demás estaban a la orden del día. Casi todos los recitales tienen alguna anécdota que en algún momento pudo hacer peligrar la buena marcha del evento. Se grabaron algunos de ellos, otros fueron sacados ilegalmente como casetes que se podían obtener en las sedes de los sindicatos y los partidos. Algunos de los discos en directo más importante de aquel año y siguientes fueron El recital de Madrid de Raimon, Barcelona. Gener del 76 de Lluís Llach, Benedicto e Bibiano ao vivo (casete clandestina), Alianza del Pueblo nuevo de Manuel Gerena, Hemen gaude! de Urko, Pi de la Serra al Palau de Esports y Pi de la Serra a Madrid. Estos discos reflejan el sentir de rabia y esperanza de todos los pueblos ante los días venideros. Pero no sólo se actuaba en teatros o estadios, también abundó la actuación en fiestas de pueblos y barrios: cobraban especial relevancia político-social los recitales de Luis Pastor en Vallecas y San Blas, barrios obreros azotados por una crisis económica que se empezaba a notar en la falta de infraestructuras y en el aumento del paro, la drogadicción y la delincuencia.
Conscientes de la fuerza de convocatoria de cantautores y grupos de folk y rock progresivo, partidos y sindicatos recurrieron a ellos para su propaganda, aunque como luego resultó, ciertos partidos no se portaron generalmente bien con ellos: podemos pensar en el PSOE de González (y aún el de hoy), o en la Generalitat catalana, a la que se le llena la boca hablando de los cantantes catalanes pero a la hora de la verdad lo más que conceden es alguna que otra medalla o premio; y no hablemos ya de la Xunta o de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Eventos más significativos. Es imposible (al menos con mi información) establecer una lista exhaustiva de todos los conciertos y recitales, así que he aquí algunos de los eventos más significativos, sobre todo política y socialmente.
Es en La Habana donde en 1967, casi al mismo tiempo que el Festival de Monterrey, en donde se dieron cita los hippies americanos, se reúnen algunos de los cantores más prometedores de América Latina: el Festival de la Canción Protesta, al que van simpatizantes de la Revolución Cubana desde Chile, Isabel y Ángel Parra, Uruguay: Quintín Cabrera y Daniel Viglietti; y de otros sitios: México, Argentina, Haití… e incluso Estados Unidos, con Julius Lexter, y España, con Raimon, junto a los prometedores cantantes de la Nueva Trova Cubana, como Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, bajo la atenta y complacida mirada de maestros como Carlos Puebla y Léo Ferré.
Es precisamente Raimon quien protagoniza uno de los eventos músico-políticos más importantes al año siguiente: el ilegal recital en la Facultad de Ciencias Económicas, que acaba con carreras de estudiantes perseguidos por grises a caballo.
Mención especial merece lo acontecido a Lluís Llach durante el recital que se grabó en 1970 bajo el nombre Ara i aquí: ante la prohibición de interpretar «L’estaca», Llach y sus músicos decidieron hacer una versión instrumental del tema a la que el público se encargó de ponerle letra.
Desde 1974 se venía celebrando en el pueblo de Canet las 6 hores de cançó, un festival en donde se daban cita los cantautores catalanes más punteros: Pi de la Serra, María del Mar, u Ovidi Montllor, que actúa diariamente. De aquel festival quedaron joyas tan atrevidas como ésta de Rafael Subirachs:

http://www.goear.com/files/localplayer.swf

Sin embargo, el festival que tuvo lugar el 26 de Julio de 1975 bajo el nombre de Canet Rock, estaba ya bastante alejado de los cantautores políticos, sirviendo de plataforma para nuevas músicas, como el nuevo rock progresivo, y cantautores «heterodoxos».  La actuación de Jaume Sisa es prohibida a última hora, pero Francesc Belmunt, director del documental, le reservó un espacio privilegiado al inicio de la película (sed un poco pacientes):

El festival transcurre pacíficamente, curiosamente en un año bastante convulso, y los hippies pueden pasearse tranquilos delante de los atónitos guardia civiles ante una moza que se pasea entre la multitud en bikini. El público no olvidará fácilmente a un Pau Riba cantar en bañador femenino super-ajustado (ver final del vídeo anterior) o a Gualberto, el maestro de la psicodelia andaluza, tocar flamenco con un sitar hindú. Entre los que actuaron estaban Iceberg y su increíble rock progresivo:

Barcelona Traction:

y Lole y Manuel entre otros: http://www.youtube.com/watch?v=HJeHQagEnhg

No obstant e, el diario ultra «El Alcázar», calificó a todos estos eventos como «el festival del aullido»… Aullido, ciertamente, pero de rabia.
Pudiera parecer que en 1976 era más fácil poder cantar: falsa idea, la mayoría de los recitales programados para aquel año se suspendieron, quedando reducidos a un número casi ridículo. Sirva como ejemplo la serie de recitales que Raimon tenía programada para Madrid, que era su regreso a la ciudad tras el recital en la universidad: eran cuatro, de ellos Fraga prohibió los tres últimos: este hecho se constata en la portada del disco que recoge el primer y único de esos recitales. Misma suerte corrieron casi todos los artistas al respecto. El evento más importante respecto a canción de autor internacional se produce en Italia: un homenaje a Víctor Jara, el I Festival della Canzone Popolare Víctor Jara, en el cual la esposa y las hijas del inmortal cantante y poeta chileno agradecían con las miradas la presencia y buen-hacer de Labordeta (que pudo acudir al elegir entre retirada de pasaporte o multa tras los sucesos después de un concierto suyo), Benedicto y Pete Seeger entre otros de muchos lugares. Así recuerda Benedicto aquel importante evento:
A Víctor Jara (por Benedicto García Villar)

Resultaba paradójico que entre 1976 y 1977 tuvieran nuestros cantautores más facilidad para cantar en el extranjero que en su país: cantantes y grupos hoy en día bastante olvidados eran reclamados para actuar en festivales benéficos de sindicatos o partidos políticos de índole internacionalista en toda Europa. Por supuesto, siempre resultaba más cómodo que actuar en casa, en donde la tensión política ponía en peligro cualquier evento músico-político. Y es que casi todos tenían su anécdota.
Al igual que el Canet Rock y las Sis hores de Cançó, influidos por los festivales multitudinarios extranjeros, se llevó a cabo la celebración en Valencia del festival «La Trobada dels Pobles», que iba a ser un encuentro en el que los diversos pueblos de España, representados por al menos un cantante, mostraran sus reivindicaciones. Curiosamente estaba prohibida cualquier presencia de banderas regionales que no fueran la valenciana, y, por supuesto, cualquier bandera partidista estaba fuera de lugar para la delegación del gobierno. Y fue precisamente por eso por lo que el subdelegado del gobierno decidió suspender el acto casi a la mitad, especialmente después del incidente que tuvo lugar justo antes de que cantara la cantautora vasca Lupe, cuando un muchacho subió de improviso al escenario hondeando una ikurrina, por entonces no oficial. Mejor suerte tuvo meses después El Festival de los Pueblos Ibéricos, realizado en la Universidad Autónoma de Madrid, ideado para que cantantes de todas las regiones de España, con artistas invitados desde Latinoamérica, especialmente desde Chile, y Portugal mostraran sus cantos al resto. También tuvo un incidente que pudo ser grave cuando, estando cantando Benedicto, subió un espontáneo dando la noticia del asesinato de Montejurra. Se vivieron momentos de tensión, pero la organización decidió seguir adelante, y se pudo concluir sin incidentes resañables.
Tuvieron ciertamente su belleza aquellos festivales multitudinarios, ideados desde la solidaridad y la reivindicación de los pueblos de España: todos estaban allí, Andalucía con Gerena, Valencia con Ovidi, La Rioja con Carmen, Jesús e Iñaki, Galicia con Benedicto y Bibiano, Aragón con Labordeta y La Bullonera, Castilla con La Fanega, Euskadi con Laboa, Cataluña con Pi de la Serra… Un ejemplo ideal que con el paso del tiempo se ha perdido en dogmas y trampas conceptuales.
En 1977, para celebrar su legalización, el PCE realizó la I Fiesta del PCE, un evento en el que escuchar las propuestas de los líderes comunistas, encontrar a compañeros de diversas partes del país y del mundo y, por supuesto, escuchar buena música. Desde entonces y hasta hoy, la Fiesta del PCE se ha convertido en uno de los eventos más importantes del año.
El último gran concierto multitudinario de cantautores fue el concierto contra la entrada de España en la OTAN, con Víctor y Ana, Hilario Camacho, y algunos de los monstruos del heavy patrio como Coz o Leño.

Aquellos conciertos tenían mucho de política, por supuesto: eran lugares en donde el cantante se convertía en el portavoz de una audiencia deseosa de un cambio; tenía mucho de catarsis, de liberación. El cantante ni mucho menos era un líder que le dijera al público lo que tenía que pensar: el cantante decía lo que el pueblo pensaba. Por esa razón el régimen temía tanto este tipo de eventos, porque suponían una brecha en su sistema: de esa manera consentía la grabación de discos disconformes, pero no se podía permitir darle la más mínima publicidad: por eso se veta a los cantautores de los principales medios de comunicación, aunque existen algunas grabaciones televisivas realizadas sin duda por productores audaces y en épocas de relajación política. Los directos de los cantautores suponían el máximo exponente del descontento de una sociedad ansiosa de un cambio. Hoy, conciertos y giras de algunos como Serrat, Sabina, Víctor Manuel y Ana Belén, y los cantantes de la Nueva Trova Cubana tienen un éxito innegable, además del gran beneficio económico que reportan, pero carentes de la fuerza de antes, tal vez por la acomodación de sus protagonistas o por la acomodación de la sociedad actual. Sin embargo, otros fueron forzados a retirarse, quizás porque el éxito es una ramera infiel (con perdón) o por no estar abrigados por amigos poderosos (otra ramera infiel); otros siguen actuando en pequeños recintos ocasionalmente por mucho menos dinero que los anteriores, pero, como he podido comprobar, con mucha más intensidad por parte del artista y de su público.

ENLACES DE INTERÉS SOBRE EL TEMA:

Recital por Santiago Álvarez de Bibiano y Benedicto: http://www.ghastaspista.com/historia/directo76.php

Oír/ descargar el Recital de Bibiano e Benedicto: http://www.aregueifa.net/benedictoebibiano.htm

Trobada dels Pobles y otros recitales prohibidos: http://www.luispastor.com/prensa.htm

Festival de los Pueblos Ibéricos:
-http://www.elpais.com/articulo/madrid/MADRID/MADRID_/MUNICIPIO/
Woodstock/madrileno/elpepuespmad/19960123elpmad_11/Tes

-http://www.ucm.es/info/hcontemp/madrid/universidad.htm

FILMOGRAFÍA INTERESANTE:

-Totes aquelles cançons (serie documental de Ángel Casas para la televisión catalana)
La tierra de las mil músicas (documental de Joaquín Luqui): La protesta
Cantants 72, de Pere Portabella
Canet rock, de Francesc Bellmunt

ALGUNOS DE LOS MEJORES DISCOS EN DIRECTO:

-Raimon: El recital de Madrid (1976)
-Lluís Llach: Barcelona. Gener 76
a l’Olympia (1972)

-Pablo Guerrero en el Olympia (1975)
-Paco Ibáñez en el Olympia. Los unos por los otros (1969)
-Benedicto e Bibiano ao vivo (1976)
-Manuel Gerena: Alianza de Pueblo Nuevo (1976)
-Pi de la Serra a Madrid (1978)

 

 

 

Historia de la canción de autor: canción y política II


Ayer vimos muy someramente (en contenido, digo) cómo surgió la iniciativa por parte de un grupo de muchachos con edades comprendidas entre los 18 (o menos) y los 30 (o más) de utilizar la música, pero más aún la canción, como arma de defensa y de disconformidad con el régimen. Si bien es verdad, no es del todo cierto: no se cantó sólo contra el régimen, también se cantó contra un mundo cada vez más violento, cada vez sumiso al dinero, en el que las relaciones y los derechos humanos estaban cada vez más subordinados a los bienes materiales, y en el que cada vez más la riqueza estaba en manos de unos pocos y otros muchos estaban en manos de la pobreza por el egoísmo de los anteriores; un mundo que hoy, por desgracia, parece haber triunfado…
Ayer hablábamos de los aspectos más materiales din detenernos en explicaciones teóricas; hoy veremos esa teoría que subyace a esta concepción política de la canción y así ver hasta qué punto podemos hablar de canción política, canción protesta y/ o canción antropológica.
Recordemos que canción política es un término semipeyorativo generalmente usado por sus detractores (periodistas y críticos muy sospechosos) que hace referencia a sólo una dimensión del fenómeno de la canción de autor basándose en la idea falaz de que toda obra política o con fuerte contenido político (de izquierdas, se entiende) es por sí una mala obra de arte. Canción protesta, por su parte, es un término similar, si bien parece ser usada como signo de respeto, que, sin embargo, no abarca todas las posibilidades que la canción de autor posee. Canción antropológica es un término más desusado pero que suele adaptarse mejor, ya que ofrece vislumbrar la dimensión de preocupación por el hombre y lo humano que la canción tiene.
 

Aunque ciertamente el contenido político es importante no lo es tanto como el contenido poético propio o ajeno de las canciones. Los cantautores -y esto es un aviso para navegantes-, o la mayoría de ellos, no hacían otra cosa que (y esto lo dicen ellos) continuar los pasos iniciados por León Felipe, Rafael Alberti, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, Blas de Otero, Aresti, Celso Emilio… Es decir, el de una nueva poesía humanista cargada de crítica contra un poder establecido y cercana al pueblo. Podríamos estar hablando de un proyecto poético-político (sin connotaciones mesiánicas) conjunto entre poetas y cantantes. El hombre de a pie, el campesino, el obrero o el tendero de la esquina podían no entender los conceptos, a veces oscuros y pesados, del marxismo y el anarquismo: no saber qué demonios es eso del materialismo dialéctico, la lucha de clases, los medios de producción, etc.; pero si venía Raimon y decía «He visto al hambre ser pan para todos/ para los trabajadores», ¡ah! Eso era otra cosa….
Además de la poesía fue muy útil musicalmente la tradición musical, en un principio despreciada por algunos, por una razón muy seria: por muy profundas y geniales que fueran las reflexiones de León Felipe acerca del hombre o las arengas a los trabajadores de todo el mundo de Alberti, la raíz de las teorías de izquierdas, marxistas y anarquistas se encuentran en el pueblo, y el pueblo tenía sus propias formas de expresión: los cantos tradicionales de trabajo de todas las regiones y campos están llenos de quejas sobre la mala vida del campesino y de maldiciones, la mayoría de las veces soterradas, hacia el patrón (Ejemplos: «Tengo la mano pesada/ que parece de madera;/ si yo fuera señorita/ más ligera la tuviera» -canto tradicional cántabro-; «El pueblo La Carbonera/ es un pueblo miserable;/ si se les acaba el carbón/ todos se mueren de hambre» -tradicional de Las Hurdes, Cáceres-). Por esta razón, muchos encontraron su vía de protesta en el flamenco o las jotas: la música de raíz Joaquín Díaz y Nuevo Mester de Juglaría, o el flamenco de Gerena y Menese, eran otra forma, más antigua, de hacer retumbar la queja desde una perspectiva más cercana al pueblo, si cabe (esto sería análogo al folk norteamericano de los años 50 y a la Nueva Canción latinoamericana, ambos géneros muy unidos a la tradición musical de sus países).

Había una clara intencionalidad política: eso está claro y no es ninguna vergüenza; la vergüenza entonces era callarse, o peor aún, arrimarse cuando los tiempos lo permitían para a día de hoy oírles decir a muchos mientras se pavonean «Yo estuve prohibido cuando Franco» (aclaremos: cuando Franco también sufrieron prohibiciones Manolo Escobar y Concha Piquer; llega a ser ridículo ver a algunos cómo te intentan vender la canción más insulsa y ñoña que jamás se haya compuesto como canción protesta: alguna canción del verano estuvo prohibida por su supuesta inmoralidad, pero no es para colgarse medallas). Es entonces cuando llega el contraataque por parte de los reaccionarios: vía bruta: multa, cárcel, retirada de pasaporte y, además, escuadrones ultras; vía sutil: atacar los fundamentos, pero por lo general sin argumentos. Son
bochornosos algunos intentos de ridiculizarlos como fueron los ataques
de los que hablábamos ayer: Raimon tenía un mercedes (ergo, todos lo
tienen), «no entiendo de que se quejan con lo bien que se vive aquí»
(este tipo de crítica recibió su contracrítica en la canción de Las
Madres del Cordero «A pesar de todo» que se puede leer aquí mismo), y,
ya el colmo, canciones protesta contra la protesta: el infame y
ridículo «cantante» Georgie Dann quiso arrimarse a los reaccionarios
con una de sus primeras canciones, que después Carlos Tena rescató para
ridiculizarlo:
La contraprotesta la llamó (pincha y podrás ver el vídeo realizado por Tena; la música y la letra es del Dann). Y, por último, una crítica falaz de cabo a rabo: el decir que cantaban de política porque daba dinero y estaba de moda. No hay más que ver el panorama actual: de todos aquellos que se dedicaron a la canción protesta, hablando sólo de los buenos e incluso de los mejores, muy pocos han conseguido vivir sobradamente de la música, y el resto no es ni mucho menos millonario: este argumento lo siguen usando utilizando las figuras de Víctor Manuel y Ana Belén, pero olvidando, por ejemplo, a Javier Krahe (aunque sea un poco más posterior). Estaba claro: las palizas, las cárceles, los exilios, las multas, las prohibiciones, eran por diversión y por dinero: una lógica que en el momento de ser formulada se auto-destruye.

Es interesante ver también el contraste entre canción exterior y canción interior.Obviamente tuvieron más libertad de acción aquellos cantantes que vivían, forzados o voluntariamente, en el extranjero, especialmente en la Francia de 1968, donde la gente veía a los españoles como un pueblo oprimido con una voluntad enorme por liberarse. Quizás exceptuando a Paco Ibáñez, más preocupado por la poesía que por la política en sus canciones, aunque siempre capaz de encontrar cierta actualidad en los poemas más críticos de Quevedo, Góngora o el Arcipreste de Hita, los discos de los cantantes exiliados eran mucho más políticos, sin necesidad de disfrazar las palabras y sin que ello conllevase un detrimento de la calidad literaria: por citar a alguno de ellos Canciones de la resistencia española de Chicho Sánchez Ferlosio; Orain borrokarenean… y Herriak ez du barkatuko de Imanol; Manifiesto y Volver no es volver atrás de Pedro Faura (Bernardo Fuster); La guerra civil y Miguel Hernández de Francisco Curto; España, Castilla, libertad de José Pérez; Compañeros… ¡Unidos! de José Barba; Quejido de Elisa Serna, en donde graba una versión en castellano de «Que volen aquesta gent» de Mª del Mar Bonet, que no la pudo grabar en su día, bajo el título «Esta gente que querrá»; Contra la muerte de Elisa Serna e Imanol… Y la casi por completa discografía de Paco Ibáñez hasta el 76, más las versiones francesas de los directos de Lluís Llach o Pi de la Serra. Algunos de ellos, como Paco, eran hijos de exiliados; otros se habían tenido que exiliar «voluntariamente», como Imanol de cara al proceso de Burgos, o Elisa Serna, harta de las constantes detenciones a las que era sometida; otros simplemente se fueron y a su regreso descubrieron que no podían volver debido a algo que habían hecho o dicho: fue el caso de Joan Manuel respecto a los 5 chicos fusilados, o el de Víctor y Ana por culpa de su obra de teatro «Rabos». Pero también los había que se iban a grabar fuera y disfrutar del placer de cantar lo que quisieran sin la presión de las tijeras del censor pendiendo sobre su cabeza.

La muerte del dictador no trajo la garantía para muchos de poder trabajar por fin sin trabas: descubrieron que el gobierno de Arias Navarro y el ministro Fraga seguían con una dinámica parecida. A todo lo anterior se sumaba que, conforme si hubo una cierta libertad más amplia respecto a la letra de acuerdo a las nuevas leyes que aparecían durante el inicio de la transición democrática, los ataques por parte de la policía controlada aún por cargos fascistas y por parte también de grupos descontrolados de ultras se volvían más virulentos si cabía, al tiempo que se responsabilizaba a los cantantes («ni con una canción que incite al odio» decía cierta cantautora cristiano-demócrata) quienes, por el contrario, la mayoría de las veces tuvieron que hacerse cargo de tranquilizar el ambiente. Algunos sucesos en directo, mientras se entonaban los gritos de «Amnistía y libertad», fueron aquel chico que subió al escenario portando una ikurrina en la Trobada dels Pobles, que fue suspendida por la presencia de banderas ajenas a la Generalitat Valenciana; parecido fue el caso del chico que accedió al escenario durante el recital que Bibiano y Benedicto dieron en beneficio de Santiago Álvarez y colocó una bandera, siendo detenido por los policías presentes (que no habían pagado la entrada) bajo los gritos de «Abaixo a represión»; y otro, que tuvo también a Benedicto como implicado, pues era él quien actuaba en el Festival de los Pueblos Ibéricos cuando otro joven subió al escenario para denunciar el asesinato de un joven de la rama demócrata del carlismo en Montejurra.
Los brutales hechos acaecidos durante la transición desde la muerte de Franco y un poco antes, como había sido regla general, encontraban eco en la voz de los cantantes: Aute tuvo que callar el motivo de «Al alba» para que Rosa León la pudiera grabar cuanto antes (ni siquiera a ella le dijo de qué trataba); Lluís Llach, que ya había denunciado la ejecución del joven anarquista Salvador Puig Antich en «I si canto trist», junto a Joan Isaac que homenajeó a la novia del joven en «Cançó a Margalida», volvería a ser eco de la tragedia en «Campanades a morts», por los tres obreros asesinados durante una manifestación en Vitoria… Pero de esto hablaremos en otra ocasión, sobre la unión de la canción y su tiempo.
Llegaron los 80 y obróse el milagro del 23-F al más puro estilo de Lope de Vega («A buen entendedor…»), y de repente, ya no eran necesarios. Ciertamente, sí llegó a ponerse de moda a finales de los 70 debido a que era un mercado muy demandado y que ahora no tenía trabas, lo cual trajo todo tipo de personajes: desde cantantes convencionales y frívolos que descubrían que eran contestatarios, hasta dudosos nuevos talentos como unos primitivos Mecano o Los Pecos que después decidieron que aquello de la canción protesta no era lo suyo… Supongo que llegó un momento un tanto enfermizo en el que cantar un poema de Miguel Hernández o Antonio Machado sólo porque estaba de moda era garante de éxito…Así que cuando llegan los 80, la a veces mal llamada Movida acabó con muchas cosas: era una juventud nueva, que no quería oír hablar de política, una juventud desarmada ideológicamente al menos en la música, salvo en los reductos nuevos del punk-rock y el heavy metal. Acababa una época en la que después de tanta lucha, de tanta cárcel por ellos, como muchos no quisieron bajarse los pantalones, se les asestó una puñalada y se gritó triunfalmente que la protesta había muerto porque ya no era necesaria… Pero Felipe se equivocaba: ¿o es que creía que no iban a hacer un recital contra la OTAN?

Se puede concluir que, si bien, y dando un poco el brazo a torcer, una obra de arte sobrecargada políticamente resulta a veces indigerible, también es verdad que es imposible pretender desligarlo y obtener una obra de arte «pura», sin matices políticos, porque ya de por sí eso representa una opción política. Señores de hoy que parecen venir de ayer: no se cantaba a un partido ni a un sindicato, ni a la Pasionaria ni a Durruti; no se puede decir que se cantara a favor o en contra así sin más. Se cantaba a la justicia y a la humanidad.

Historia de la canción de autor: 1975-1980



Por resumir someramente lo narrado hasta ahora, diremos que el panorama que se vivía en el mundo de la canción de autor a principios de los años 70 era sumamente contradictorio: por un lado, nunca había estado tan de «moda» protestar (algún camaleón quiso hacer su agosto aprovechando el tirón), pero, por otro lado, estaba volviéndose una práctica peligrosa de nuevo. Si bien, ciertos elementos gubernamentales podían tolerarla porque generaba dinero, también se hacía lo imposible para taparla: prácticas que iban desde la incontestable prohibición gubernamental, pasando por la vigilancia policial, hasta enviar a los matones de Cristo Rey a reventar el recital. Sin embargo, en radio y en televisión había llegado una nueva generación de profesionales: los Ángel Álvarez con su caravana (título de su programa), los Carlos Tena, los Moncho Alpuente, los Ismael con su Banda del Mirlitón, e, incluso, cabría hablar de la labor de des-sentimentalización, psicodelización, erotización e ironización deValerio Lazarov como director de TVE. Este panorama brindaba a muchos cantautores el poder subir a un escenario público, ante toda España: tal fue la muestra del perdón nacional-popular a Serrat por negarse a cantar en Eurovisión si no lo hacía en catalán: un concierto en el 74 dentro del espacio «A su aire».
Pero si bien comercial, artística y mediáticamente la situación era relativamente buena, no lo era tanto políticamente. A nivel internacional, los primeros 4 años de la década habían entrado con un ruido ensordecedor: la matanza de los estudiantes de Kent State, en EE. UU, el golpe de estado de Pinochet y su violenta y condenable represión contra la población civil, la Revolución de los Claveles portuguesa… Muchas cosas a la que el régimen franquista no era ajeno, y le empezaba a ver las orejas al lobo, pues, siguiendo lo ocurrido en Portugal, y en su manía de no abrirse del todo, el régimen decidió endurecer sus últimos años de existencia: dentro del país sucedían cosas que parecían presagiar que al general se le acababa el invento y que, aunque ya son de vox populi, siempre conviene recordar: ya no eran sólo las huelgas de estudiantes y trabajadores, ni siquiera eran solamente los atentados de las bandas armadas; era incluso algo más grave: el régimen corría el riesgo de perder sus dos pilares fundamenteales: parte del clero se había declarado en oposición y en rebeldía contra el régimen, los curas rojos, como se los llamaba -con más o menos justicia, según casos- y se les aplicaba el mismo tratamiento que a los presos políticos «comunes»; y, por otra parte, la Revolución de los Claveles puso en alerta al régimen, que descubrió elementos discordantes en el ejército: procedió a disolver a la UMD (Unión Militar Democrática) y encarcelar a sus miembros.

Fue por esos tiempos cuando sucedieron dos hechos que, de alguna manera, dignificaron la canción de autor (aún más). El primero, un hecho triste, fue el asesinato de Víctor Jara en 1973: pienso que aquel hecho fue análogo al asesinato de Federico García Lorca, pues demostró que el «cantante social» podía estar tan en el punto de mira como cualquier responsable político: esto quería decir que el cantante, quisiera no, tenía cierto protagonismo político-social. El segundo, mucho más alegre, fue la acertada elección por parte de los militares portugueses de la canción «Grândola, vila morena», del cantor portugués José Afonso; este hecho, demostró a su vez, que el cantor era capaz de remover conciencias y -sé que en mí ya sueña trillado- alimentar esperanzas. Sin embargo, no fue por estos hechos únicamente, aunque contribuyeron, que al llamado «cantante social» se le empezara a tomar muy en serio, con lo de positivo y negativo que esto conlleva.

Por supuesto, toda esa seriedad puede llegar a ser insoportable, sobre todo si se aspira sólo a hacer canciones: de ahí la feliz ocurrencia de la canción satírica, tan eficaz, o incluso más, que la canción seria o convencional. Aquí brillaron con luz propia autores satíricos como fueron y son Pi de la Serra, Las Madres del Cordero, Javier Krahe, Desde Santurce a Bilbao Blues Band, e incluso Hilario Camacho, Jesús Munárriz y Luis Eduardo Aute (de este tema hablaremos más adelante).

Acababamos el capítulo anterior con una frase. Una día de Noviembre -el 20 para más señas- el presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, hablaba en un comunicado especial a los españoles; en tono compungido dijo aquella frase que muchos llevaban esperando: «Españoles, Franco ha muerto»… Uno ha leído mucho, visto muchas películas, documentales, etc., sobre aquel día: pero aún así, ni remotamente puedo sintetizar o condensar el caudal emocional que para muchos supuso tan ansiada noticia: era una pesadilla que ¿acababa?… Pudiera parecer que sí, pero incluso había sus dudas: aunque el sucesor del caudillo, el príncipe de Asturias Juan Carlos había (dicen, yo no juzgo) mostrado su intención de cambio, la presidencia de Arias Navarro pesaba como una losa todavía, y junto a él los pilares tradicionales del franquismo.
En 1976 se abrieron algunas libertades, especialmente de expresión, aunque los partidos y sindicatos seguían siendo ilegales. Pero de nuevo, el gobierno de Arias Navarro y el ministro de la gobernación, Manuel Fraga, daban una de cal y otra de arena, y parecían reacios a la apertura democrática.

Aquellos años 76 y 77 fueron unos de los más duros: curiosamente, muerto Franco, muchos lo recuerdan como un bienio de especial y masiva represión, debido a que fue un año políticamente muy activo, y más de uno vio la sombra de la guerra civil planear de nuevo sobre nuestras cabezas. Ocurrieron muchos sucesos desagradables, como los muertos de la manifestación obrera de Vitoria y otros casos más que aún están pendientes. José Antonio Labordeta recuerda que el 76 fue uno de los años más duros de entonces, debido a la reacción política oficial y extra-oficial. Los cantautores vieron como, al contrario de lo que se esperaba, se les prohibía subir al escenario, o les anulaban la actuación a mitad de recital, al mismo tiempo que parecían gozar de mucha más libertad de expresión, aunque fuera, de nuevo, muy relativamente. Los conciertos contaban con fuerte presencia policial (que no pagaba entrada) de uniforme y de paisano, dispuestos a actuar a la menor provocación -y si no eran los policías, eran los temidos grupos de ultraderecha-. Raimon cuenta como, de no haber sido por la sangre fría de su esposa, el responsable policial hubiera gaseado a todo un recinto en Madrid. Por supuesto, los cantantes tampoco se podían dar muchos «lujos», ya que, fuera directa o indirecta su responsabilidad, la multa la abonaban ellos. Por esa razón, la gobernación civil y el Ministro de la Gobernación (un tal Fraga, no sé si os suena) prohibían dichos espectáculos: no era de extrañar, pues se trataban de espectáculos en los que los gritos de «Amnistía y libertad» eran una constante; si bien había sido así ya antes, los recitales se convirtieron en auténticas manifestaciones políticas, regionalistas muchas veces, y antifranquistas todas.
Aun así, se multiplicaban los recitales en beneficio de los partidos, los sindicatos, los presos políticos: por ejemplo, el recital conjunto que dieron Bibiano y Benedicto en beneficio de Santiago Álvarez, dirigente comunista que estaba preso por entonces, y que se grabó y distribuyó en cassette clandestinamente. Empezaron a prodigarse los recitales multitudinarios, que consistían en contar con la actuación de al menos un cantautor por región (incluido Sáhara) y artistas invitados de Latinoamérica y Portugal. Muchos de ellos no llegaron a celebrarse por la presencia de banderas ilegales: dichas banderas no eran más que la ikurrina vasca y la senyera catalana entre otras banderas hoy oficiales y legales, por ende: eso fue lo que le ocurrió a «La trobada dels Pobles» en Valencia, por poner un ejemplo. Mucho más humilde, pero igual de bonito, eran los recitales de barrio: a finales de los 70, España no fue una excepción a la crisis económica, propiciada por una crisis energética derivada de la guerra árabe-israelí, y, quienes más sufrieron las consecuencias (sin que esto constituya novedad alguna) fueron los barrios populares de Madrid, Barcelona, Bilbao… En Madrid -caso que conozco más cercanamente- la miseria estaba sumiendo a barrios como Vallecas, San Blas y otros en la marginalidad; los vecinos, entonces, se organizaron para cuidar el barrio con diversas actividades: una de ellas consistió en los recitales que Luis Pastor, Suburbano y otros dieron por aquellos barrios: en el caso de Pastor, por Vallecas, por supuesto.

Por poner ejemplos de lo que se cantaba en esos cuatro años desde la muerte del dictador: «…por mucho que le llaméis no saldrá del agujero…» («Están cambiando los tiempos», Luis Pastor), «…y ya he visto a más de uno ir a rezar a ver si el Señor en su infinita bondad les resucita al general.» («Todos naufragan», Patxi Andión)… Sobran comentarios. Sin embargo, a pesar de todo, un espíritu de esperanza latía en la garganta de los cantores. En canciones y discos como «Están cambiando los tiempos»; de Luis Pastor, «Pola unión», de Benedicto sobre un poema de Curros Enríquez; «Canto a la unidad de verdad»; «Irabazi dugu» (ganamos) de Urko; o en los títulos de LPs como Estamos chegando ó mar (Bibiano), Está despuntando el alba (Los Juglares), Y todavía respiramos (Los Lobos), Presagi (Ramón Muntaner) Con la ayuda de todos (Joaquín Carbonell) en 1976, y ¡Choca la mano! (Elisa Serna), Despegando (Enrique Morente), … Y a cada paso que demos (La Fanega), Nacimos para ser libres (Luis Pastor), Alianza del pueblo nuevo (Manuel Gerena), Pola unión (Benedicto) o Ara és demà (Coses) en el 77 dejan entrever un nuevo espíritu de esperanza, de ansia de libertad, pero a la vez de gran solidaridad entre todos.
Y era necesario ese espíritu, ya que a pesar de entrar de lleno en la transición democrática (o segunda restauración borbónica), las fuerzas del estado esgrimían todo el potencial represivo del que disponían; a veces, las órdenes no venían de arriba, sino de un intermediario confuso: así, a lo largo de aquellos años convulsos, se siguieron practicando detenciones aleatorias, se siguieron haciendo juicios arbitrarios y se siguió matando gente… Los sucesos de San Fermín de 1978 o de Vitoria de 1976 son sólo dos ejemplos: estos por parte de la policía; por parte de Guerrilleros de Cristo Rey, la triple A y otros ultras sumaríamos unos cuantos más. En el otro extremo los atentados de bandas armadas de extrema-izquierda como GRAPO y ETA pondrían en peligro todo aquello. Aun así, la amnistía general y la legalización de todos los partidos y sindicatos, permitió a todos regresar a España.

Entre los años 76 y 77 se produjo un fenómeno de lo más curioso que, en parte, contribuyó a enterrar a la canción social o antroplógica. Como en otras ocasiones he contado, fuera por el gusto por lo prohibido o por lo que fuera, la canción protesta estuvo bastante de moda, incluso se hicieron canciones reaccionarias siguiendo esquemas de la canción protesta básica, el problema era la falta de libertad. Pues una vez muerto el dictador ese problema pareció desaparecer, y las grandes multinacionales discográficas empiezan a fichar a cantautores, incluso a aquellos que habían estado prohibidos en extremo (por ejemplo, Imanol). Hay muchos que dicen que la muerte del general descubrió a los auténticos de los farsantes entre los cantautores: extremo éste, en mi opinión, bastante falso (incluso creo que muchos que eran buenos cayeron heridos en el camino por este fenómeno de comercialización), pues es precisamente gracias a este fenómeno cuando la producción de discos de canción de autor y de protesta se duplica. González Lucini, en su libro Crónicas de los silencios rotos nos muestra un gráfico en el que se muestra como entre los años comprendidos entre 1963 y 1981 la producción de este genero alcanza su punto álgido en los años 75, 76 y 77. La explicación es simple: las grandes discográficas se esforzaban en buscar al nuevo Serrat o al nuevo Aute; el resultado fue bueno, en el caso de muchos cantantes y grupos que llevaban años intentando subir al escenario, pero en otros casos resultaron ser cantantes sin demasiada sustancia, de consignas, podríamos decir (NOTA: no conozco a ninguno de esos, todos los que pongo aquí se tienen bien ganado el puesto), e incluso, grandes oportunistas y farsantes, como Juan Pardo, un cantante correcto que descubrió que, muerto Franco, él también era un galleguista anti-franquista y editó Galicia. Miña nai dos dous mares en un ejercicio de -reconozcámoslo- buena música, pero también, de hipocresía y oportunismo exacerbado (aunque tal vez «cabronada», como dicen Miro y Benedicto, se ajuste más): Juan Pardo simplemente decidió subirse a un carro del que pensó podría sacar tajada (y lo hizo, sin duda), pero en desprestigio de los auténticos cantautores gallegos que tanto habían sufrido por subir al escenario (recordemos que, por ejemplo, Xerardo estaba exiliado). Hay más casos (María Jiménez, Camilo Sesto), pero éste fue el más sonado.
Después, el ir cada vez más pregonando la normalización y la democracia hizo el resto contra algunos de los que podríamos llamar «cantautores meramente políticos»: una especie de «casi-reacción» que casi logra incluso destruir a un cantautor tan bueno y prolífico como Víctor Manuel debido a la, según quienes, excesiva politización de sus textos en la 2ª mitad de los años setenta. El entierro político se produciría tras el 23-F; después se podría ver a algunos en recitales contra la OTAN, contra el servicio militar obligatorio, contra las centrales nucleares y lacras así que aún pervivían o perviven, junto a los nuevos valores de la canción de autor e, incluso, los grupos de rock duro.

Fue un largo camino, con altibajos, con difamaciones, persecuciones, prisión, exilio, pero siempre con poesías y con melodías, que eso eran, al fin y al cabo. Se podría decir que fue en la 2ª mitad de los 70 cuando alcanzan gran protagonismo y reconocimiento, pero también cuando se produjo la gran traición: después de haber cantado por ellos, algunos de los grupos políticos de izquierda, como el PSOE principalmente, les dio la espalda y condenó al ostracismo a muchos: quizás eran incómodos hasta para ellos, o quizás ya no les eran necesarios: en definitiva, según ellos, en España ya se respiraba libertad. De cualquier manera, muchos siguieron, y otros ahí están, y también los hay nuevos. Sea como fuere, su bonito legado ahí ha quedado, para todos, inmortal e intemporal, como las grandes obras de arte: y quien niegue esto, pues ya sabe de qué pie cojea. 

ENLACES DE INTERÉS SOBRE EL TEMA:

Recital por Santiago Álvarez de Bibiano y Benedicto: http://www.ghastaspista.com/historia/directo76.php

Oír/ descargar el Recital de Bibiano e Benedicto: http://www.aregueifa.net/benedictoebibiano.htm

Trobada dels Pobles y otros recitales prohibidos: http://www.luispastor.com/prensa.htm

Festival de los Pueblos Ibéricos:
-http://www.elpais.com/articulo/madrid/MADRID/MADRID_/MUNICIPIO/
Woodstock/madrileno/elpepuespmad/19960123elpmad_11/Tes

-http://www.ucm.es/info/hcontemp/madrid/universidad.htm


Hasta aquí la cronología más o menos acertada de la canción de autor desde su nacimiento hasta su supuesta muerte. De ahora en adelante nos ocuparemos de las diversas y distintas dimensiones que lo conforman en un fenómeno único, digno de estudio, admiración y respeto.

 

Recorte de prensa: Festival de los Pueblo Ibéricos


El ‘Woodstock’ madrileño
El actual programador del Café Central organizó hace 20 años el Festival de
Pueblos Ibéricos

ALEX NIÑO,  –  Madrid
EL PAÍS  –  Madrid – 23-01-1996

 

El 9 de mayo de 1976, más de 50.000 jóvenes de todo el país se congregan
en el campus de la Universidad Autónoma, en Cantoblanco.
Brigadas especiales y decenas de policías a caballo y en jeeps se
han situado en los montículos que rodean la vaguada. El cantautor aragonés
José Antonio Labordeta, subido en un escenario, entona aquello de
«habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que
ponga libertad». Un grupo de universitarios corre hacia una de las
laderas, se echan a tierra y con sus cuerpos escriben también la palabra
libertad. Esto ocurría hace dos décadas y se trataba del Festival de
Pueblos Ibéricos, en el que participaron casi todos los grandes cantautores
españoles y algunos portugueses que habían estado, en su mayoría, vetados
durante el franquismo. En agosto de 1969 se había celebrado el legendario
festival de Woodstock, y Gerardo Pérez, un estudiante segoviano de 24 años
que había llegado a Madrid ese año para estudiar Derecho, pensó que sería
una buena idea organizar un recital «en la misma onda. Pero, claro,
como era España y los años setenta, tenía que ser progre. Mientras
ellos hablaban del amor libre, a nosotros nos preocupaba más la amnistía y
la libertad», explica Gerardo, a quien hoy se le puede encontrar a
menudo en el madrileño Café Central, el conocido club de jazz, que él mismo
fundó en 1982 junto a tres amigos más. El dictador Franco había muerto sólo
cinco meses atrás, y organizar un recital de estas características era
prácticamente imposible entonces. De hecho, nadie, salvo Gerardo, creía que
finalmente lo autorizarían. Muchos, incluidos sus compañeros de partido
-militaba en el PTE (Partido del Trabajo de España)- le tildaron de loco.
«Me decepcionó mucho la actitud de los partidos políticos. No creían
que el festival se pudiera hacer y, en vez de trabajar para que se celebrara,
estuvieron más pendientes de preparar manifestaciones y movilizaciones de
protesta para cuando se prohibiera».

La negociación con el rector de la Autónoma y el Ministerio de Educación no fue
fácil. Hasta el mismo sábado, 8 de mayo, no llegó la autorización. Una de
las condiciones que puso el rector Gratiniano Nieto consistió en que las
letras de las canciones llevasen los sellos de la Dirección General
de Cultura Popular y de la Sociedad General de Autores. Y al final se
permitió el festival, pero sólo un día y no dos como se pretendía.

A pesar de que no hubo transporte público a Cantoblanco, aquel domingo
por la mañana el campus de la
Autónoma se llenó de miles de jóvenes llegados de todas
las regiones del país. «Fueron 50.000 valientes, porque la verdad es
que nadie sabía cómo iba a safl r la cosa. Teníamos mucho miedo. También lo
tenían los cantantes. Alguno se me rebeló, como Raimon. Yo había pensado
que él cerrara el recital, como broche final. Pero todos tenían muchas
ganas de cantar y quitarse de en medio rápidamente, y no lo digo como
crítica, era bastante lógico. Raimon dijo que él cantaba después de Pi de la Serra y se iba
rápidamente para coger el avión a Barcelona», cuenta Gerardo.

Para evitar incidentes, los organizadores pidieron al público que al
menos al principio no sacaran las banderas -la íkurríña, por
ejemplo, era ilegal- ni gritaran consignas políticas para que no
suspendieran el festival. Y así fue. La gente permaneció la primera hora
bastante calmada. Pero después, todo el mundo sacó su bandera: Euskadi,
Galicia, Cataluña, Comuneros de Castilla, Andalucía, Valencia, Aragón… y
hasta el Frente Polisario, además de la republicana y la de distintos
partidos políticos. El mismo Gerardo, subido al escenario, hizo ondear la
bandera catalana cuando actuó Raimon. Pronto se oyeron los gritos de
amnistía y libertad.No hubo incidentes. Ni siquiera se vendieron bebidas
alcohólicas, y EL PAíS -hacía sólo cinco días que estaba en la calle-
recogió al respecto una anécdota muy ilustrativa: cuando le tocó el turno
al cantaor Manuel Gerena, éste pidió un poco de vino o cerveza para poder
arrancarse, «porque la
Fanta no sirve para esto», bromeó. Sólo hubo un
momento tenso. A las seis de la tarde, un espontáneo saltó al escenario e.
informó de que en la tradicional reunión de carlistas en Montejurra un
fascista había matado a un joven de 20 años. Se guardaron dos minutos de
silencio y por fortuna nadie perdió los nervios.

Además de los ya mencionados, actuaron La Bullonera, Bibiano y
Benedicto, Miró Casavella, Luis, Pastor, La Fanega, Daniel Vega,
Julia León, Enrique Morente, Miriam de Ríu, Elisa Serna, Fernando Unsain,
Adolfo Celdrán, Pablo Guerrero, Mikel Laboa, Víctor Manuel, Gabriel
González y los lusos Fausto y Vitorino. La actuación de éstos fue muy emotiva,
ya que interpretaron el Grandóla, vila morena, la canción de la revolución
de los claveles
.Al atardecer, cuando la luz recortaba en el horizonte
las siluetas de los policías a caballo, terminó el recital folk y los
asistentes se retiraron pacíficamente. Los estudiantes recogieron todos los
desperdicios y dejaron la explanada como una patena. En los meses
siguientes, varias universidades españolas solicitaron permiso para r
festivales similares. Ninguno fue autorizado. El Festival de Pueblos
Ibéricos fue también el último acto que Gerardo Pérez -que hoy tiene 44
años- organizó en la universidad. En 1973 había fundado la Asociación Cultura
y Derecho con la idea de incorporar a la vida cotidiana de la facultad
conciertos, conferencias, recitales de poesía, teatro o jornadas sobre
cine. «No era fácil», comenta. «Muchas de estas actividades
eran boicoteadas o se prohibían en *el último momento, sin saber por qué.
Al tanguista Carlos Montero, por ejemplo, nunca le dejaron actuar, y eso
que sus canciones no eran políticas». El mismo Gerardo estuvo tres
veces detenido, y dos de ellas ingresó en Carabanchel por negarse a pagar
IN unas multas exorbitadas.Aunque a veces siente nostalgia de aquella etapa
universitaria, asegura no compartir el «desencanto» de su generación.
«Yo no he participado de esa decepción. El ver a la policía y no tener
miedo y el poder ex presar mis ideas sin ser detenido me parece algo
estupendo». Nunca llegó a ejercer como abogado. En 1980 organizó los
primeros carnavales madrileños -en la dictadura estaban prohibidos-,
apoyado por el alcalde Enrique Tierno. En la actualidad se dedica a
preparar los conciertos del Café Central y no milita en ningún partido:
«Me pasé desde el año 1971 al 1978 en reuniones del partido,
discutiendo si éramos maoístas, estalinistas, leninistas o revisionistas.
Era horroroso. Claro que entonces era un ejercicio de pura dignidad hacer
algo por cambiar la situación. Este país era un agobio».

© El País S.L. |
Prisacom S.A.

 

 

El episodio de los carlistas es bien conocido: González Lucini, en su Crónica de los silencios rotos, cree que el anuncio tuvo lugar durante la actuación de Benedicto. De nuevo vemos como los artistas dieron una lección de solidaridad, unidad, buenhacer y sensatez que muchas veces quieren quitarle personas interesadas y malintencionadas a algunos protagonistas de aquellos días.

 

 

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