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La Historia


Francisco de Goya: "La Verdad, el Tiempo y la Historia" (1797-1800)Tal como dice Lorenzo, esta canción del gran Francesco De Gregori, del año 85, es muy interesante y muy buena para los que intentan explicar la historia con canciones, que es lo que más o menos nos gusta hacer aquí. Es una reflexión interesante la de De Gregori sobre la historia, muy influida por el materialismo dialéctico de Marx (quizás me equivoque con el “materialismo histórico”, pues tiendo a confundirlos… pido disculpas): es decir, que es lo que subyace a la superestructura socio-económica lo que, en último término, determina la historia, o sea, la gente normal y común que vive y trabaja. Si lo preferís –yo es que no sé elegir-, la Intrahistoria de Unamuno: la historia -los grandes titulares, los grandes hechos, los grandes nombres- está determinada por ese flujo de gente, de sus sentimientos, pensamientos y de sus pequeños quehaceres cotidianos. Pero, ¡ojo!, pues, aunque ciertamente podamos considerar que son los seres humanos la que la hacen, algo más importante que eso es que la historia, con su componente natural, muchas veces es ciega e irracional: si existe una especie de justicia universal, desde luego, dijera lo que dijera tío Hegel con aquello de que si es real es racional, no rige la historia; si no, ¿cómo se entienden tantas injusticias?, ¿cómo se entiende que a veces favorezca a personas deleznables y castigue a las buenas? Una cosa que dicen a veces los personajes importantes más asquerosos es que la historia los juzgará: en eso, y muy probablemente sólo en eso, es en lo único en que no se equivoquen… Salvo cuando se ponen magníficos y sueltan aquello de que “la historia nos absolverá”.

La Storia

La storia siamo noi, nessuno si senta offeso,
siamo noi questo prato di aghi sotto il cielo.
La storia siamo noi, attenzione,
nessuno si senta escluso.
La storia siamo noi,
siamo noi queste onde nel mare,
questo rumore che rompe il silenzio,
questo silenzio così duro da masticare.

E poi ti dicono "Tutti sono uguali,
tutti rubano alla stessa maniera".
Ma è solo un modo per convincerti
a restare chiuso dentro casa quando viene la sera.

Però la storia non si ferma davvero davanti a un portone,
la storia entra dentro le stanze, le brucia,
la storia dà torto e dà ragione.
La storia siamo noi,
siamo noi che scriviamo le lettere,
siamo noi che abbiamo tutto da vincere,
tutto da perdere.

E poi la gente,
perché è la gente che fa la storia,
quando si tratta di scegliere e di andare,
te la ritrovi tutta con gli occhi aperti,
che sanno benissimo cosa fare.
Quelli che hanno letto milioni di libri
e quelli che non sanno nemmeno parlare,
ed è per questo che la storia dà i brividi,
perchè nessuno la può fermare.

La storia siamo noi,
siamo noi padri e figli,
siamo noi, bella ciao, che partiamo.
La storia non ha nascondigli,
la storia non passa la mano.

La storia siamo noi,
siamo noi questo piatto di grano.

http://www.antiwarsongs.org/canzone.php?id=4779&fb_source=message

La Historia

La historia somos nosotros, que nadie se ofenda,/ somos nosotros esta pradera de agujas bajo el cielo./ La historia somos nosotros, cuidado,/ que nadie se sienta excluido./ La historia somos nosotros,/ somos nosotros estas olas del mar,/ este rumor que rompe el silencio,/ este silencio tan duro de masticar.// Y entonces te dicen “Todos son iguales,/ todos roban de la misma manera”./ Pero es sólo una manera para convencerte/ de quedarte encerrado dentro de casa cuando viene el anochecer.// Pero la historia no se detiene realmente delante de un puerta,/ la historia entra dentro de las habitaciones, las quema,/ la historia lo hace mal y lo hace bien./ La historia somos nosotros,/ somos nosotros que escribimos las cartas,/ somos nosotros que tenemos todo que ganar,/ todo que perder.// Y entonces la gente,/ porque es la gente la que hace la historia,/ cuando se trata de elegir y de andar,/ te la encuentras a toda con los ojos abiertos,/ que saben muy bien lo que hacer./ Aquellos que han leído millones de libros/ y aquellos que no saben ni siquiera hablar,/ y es por esto que la historia da escalofríos,/ porque nadie la puede parar.// La historia somos nosotros,/ somos nosotros padres e hijos,/ somos nosotros, bella ciao, que marchamos./ La historia no tiene escondites,/ la historia no pasa la mano.// La historia somos nosotros,/ somos nosotros este plato de grano.

Francesco De Gregori

Desde los anárquicos montes de Sarzana


Gino_LucettiUniendo temas, si el otro día publicamos el himno de los partisanos escrito por Felice Cascione, “Fischia il vento”, hoy traemos un himno partisano anarquista, el del Batallón Lucetti. El Batallón Lucetti (Bataglione Lucetti) fue una guerrilla partisana que durante la Resistenza y la II Guerra Mundial operaba en la zona de Carrara (La Toscana); su historia fue reflejada en el libro de Maurizio Maggiani, Il coraggio del pettirosso (El coraje del petirrojo, 1995). El batallón había tomado su nombre del anarquista Gino Lucetti, que fuera ex-combatiente de la I Guerra Mundial (arditti), y que en 1926 perpetuó un atentado contra la vida del Duce, por el cuál no sólo sería arrestado él, sino también su familia y amigos sin pruebas algunas contra ellos. Encarcelado por 30 años, fue liberado por los Aliados en 1943, pero falleció en el transcurso de un bombardeo alemán sobre la isla de Ischia, en donde se había refugiado.

Cimitero_di_rosignano_marittimo,_monumento_a_pietro_gori_02Otra persona a la que se rinde homenaje en la canción es al abogado, escritor y político anarquista Pietro Gori (1865-1911), autor de muchas de las baladas e himnos más estimadas por los anarquistas italianos, fundador del Partido Socialista Anarquista Revolucionario y traductor al italiano de las obras de Karl Marx y Friedrich Engels; detenido y exiliado varias veces, dejó un legado tanto literario como político de inestimable valor.

Dai monti di Sarzana

Momenti di passione,
Giornate di dolore
Ti scrivo, cara mamma,
Domani c’è l’azione
E la Brigata Nera
Noi la farem morir.

Dai Monti di Sarzana
Un dì discenderemo,
All’erta, Partigiani
Del battaglion "Lucetti"

Il battaglion "Lucetti"
Son libertari e nulla più,
Coraggio e sempre avanti!
La morte e nulla più.

Bombardano i cannoni
E fischia la mitraglia,
Sventola l’anarchica bandiera
Al grido di battaglia

Più forte sarà il grido
Che salirà lassù,
Fedeli a Pietro Gori
Noi scenderemo giù.

http://www.antiwarsongs.org/canzone.php?id=170

De los montes de Sarzana

Momentos de pasión,/ días de dolor./ Te escribo, querida madre,/ mañana es la acción/ y a la Brigada Negra/ la haremos morir.// De los montes de Sarzana/ un día bajaremos,/ alerta, Partisanos/ del batallón “Lucetti”.// El batallón “Lucetti”/ son libertarios y nada más,/ ¡Coraje y siempre adelante!/ La muerte y nada más.// Bomba y cañones/ y silva la metralla,/ ondea la anarquista bandera/ al grito de batalla// Más fuerte será el grito/ que saldrá de allí,/ fieles a Pietro Gori/ bajaremos.

Anónimo

Varios artistas simpatizantes de la izquierda han realizado sus versiones. Una de las más conocidas es ésta de Margot Galante Garrone:

También muy conocida la versión del cantautor Ivan della Mea:

También en un aire aún clásico, la interpretación de esta anónima banda romana de folk en un disco de 1973 llamado Gli anarchici. Antologia della canzone libertaria italiana (1864-1969), que me ha constituido la fuente principal de la canción revolucionaria italiana:

Y, finalmente, en unos aires más duros, la banda de punk-rock Young Gang:

Mayo del 68: visión crítica


Este año que se celebran los 40 años del Mayo del 68, que se están haciendo aniversarios, conferencias, y un recital de Raimon al que servidor (ya que no pudo organizarlo en persona, porque el rectorado ya había dado el paso) va asistir y en primera fila a poder ser (ya que me perdí el de la Facultad de Económicas por razones cronológicas y porque Doc todavía no me ha inventado la máquina del tiempo), a mí me gustaría poner una visión crítica en todo esto. Aunque soy admirador de los hechos positivos que sacudieron el mundo, mi visión dista mucho de la canción (gran canción, pero algo naif para mi gusto) de Ismael Serrano «Papá cuéntame otra vez». 

¿Qué ocurre en el 68? Que la juventud primordialmente se levanta contra dictaduras de todo signo o contra democracias conservadoras falseadas. Los historiadores lo señalan muy bien: es la culminación de una frustración a nivel global surgida tras la Segunda Guerra Mundial. El mundo son dos bloques: uno, capitalista y demócrata, liderado por Estados Unidos, pero que no tiene reparos en pactar con dictaduras fascistas con tal de poner frentes contra el comunismo en todo el globo, ni en disolver manifestaciones con el ejército a balazos (Universidad de Kent State, Ohio); y otro, comunista, pero que en realidad dista de parecerse si quiera al comunismo que Marx propugnaba antes de la llegada de la igualdad, sino una dictadura burócrata-militar, y que es tan intervencionista como el otro bloque.
En Estados Unidos, el movimiento pacifista contra la guerra del Vietnam se fue transformando en un movimiento más violento. David Dalton, en su libro sobre los Rolling Stones, dice que los estudiantes, de poner flores en los fusiles de humo de la policía pinchaban los testículos de sus caballos con agujas, de llevar túnicas hindúes multicolores a portar camisas militares, y del pacífico acto de escuchar música mientras se fuma un buen peta a poner bombas. Por otro lado, Martin Luther King, líder de los derechos civiles admirado en todo el mundo, es asesinado por alguien pagado por quien todo el mundo sabe, pero nadie puede demostrar; tras su muerte, los barrios negros explotan movidos por la injusticia y la indignación en un torbellino de violencia. De los pacíficos pastores protestantes negros pasan a tomar el protagonismo grupos más radicales con apariencia militar, como los Panteras Negras: no obstante, sus líderes eran más coherentes y sensatos que muchos de sus seguidores, y el ejemplo de muchos de ellos, como Huey Newton o Angela Davies, no puede ser falseado sin sonrojarse. También muere asesinado Robert Kennedy, que representaba para los grupos pacifistas y el movimiento de Derechos Civiles la última esperanza dentro de la política, frente a su correligionario y sucesor de su hermano, Lyndon B. Johnson.
En México, en la Plaza de las Tres Culturas, la policía carga contra una concentración estudiantil. El resultado: varios muertos.
En Checoslovaquia, el intento de democratización del régimen comunista del presidente Dubček no gustó a Moscú, que envío a las tropas del Pacto de Varsovia a invadir Praga. Aquel suceso, frente a lo que algunos interesados digan, no simbolizó que muchos cuestionaran el comunismo como alternativa a la democracia o al dictadura fascista que había en Portugal, España, Grecia y en algún otro sitio, sino en adquirir una visión crítica a lo que Rusia entendía por comunismo y si realmente se diferenciaba en algo de otro régimen totalitario.
En París los estudiantes toman la calle. Importantes personas de la cultura los apoyan (cineastas, cantantes, escritores…). Los trabajadores se unen. Pero cuando el gobierno De Gaulle ofrece mejoras a los trabajdores, el Partido Comunista Francés, mediante su sindicato, ordena a los obreros a vovler al trabajo. De esta manera, la mini-revolución estudiantil fracasa, y toma la calle una manifestación gaullista.
En España, inspirados por el Mayo francés, también salen los estudiantes a la calle. Se producen disturbios, aunque disten mucho de la magnitud de sus compañeros parisinos, y el gobierno de Carrero decreta el estado de excepción.

Hablemos, de momento y por ahora, de España sólo. Aunque las movilizaciones estudiantiles del 68 fueron muy importantes, porque demostraron que había un enorme descontento hacia el régimen, es falso que fueran las movilizaciones estudiantiles: no se deben olvidar las del 56, que fueron incluso más audaces, no tanto por la magnitud de los hechos sino por la cercanía con la guerra civil y la existencia todavía de grupos guerrilleros, los Maquis, si bien en retirada. Tampoco hay que olvidar las pocas huelgas que algunos trabajadores tuvieron el valor de hacer: por ejemplo, la protagonizada por los mineros asturianos en el 63. Los mineros fueron detenidos y torturados; cuando sus mujeres fueron a pedir su liberación a los cuarteles, los guardia civiles las detuvieron, las torturaron y las rapron al 0. El entonces ministro Manuel Fraga, ya sabéis, uno de los padres de la democracia, dijo entonces: «así, las mujeres de los mineros no tendrán ya piojos».
Pero volviendo al 68: su influencia, aunque todavía tímida, fue innegable. La oposición vio que había realmente un amplio espectro de la población que estaba en contra de Franco y sus ministros. Tampoco hubo realmente un único foco, sino que aconteció en las más importantes universidades: Madrid, Santiago de Compostela, Barcelona, Bilbao… No es tampoco casual que muchos movimientos de canción de autor aparecieran, después de un año de gestación, justo entonces (Voces Ceibes en Santiago, Canción del Pueblo en Madrid…).

Pero ahora quisiera ser un poco crítico. Muchos de los que entonces participaron hoy tiene cuarenta años más, y en algunos, incluso, cuarenta años menos de pensamiento. Quedan irreductibles, y me enorgullezco de ser amigo de muchos de estos invencibles. Los otros son hoy en día políticos, profesores, locutores de radio (sí, ese), banqueros (después de despotricar tanto contra el capitalismo), golfistas de Polaris World… Y aquí encontramos varias tendencias diferenciadas:
En primer lugar, los que siguen siendo de izquierdas convencidos, pero en teoría, porque en la práctica tienen tendencias conservadoras-liberales y mercantiles.
En segundo lugar, los que estuvieron, siguen siendo relativamente de izquierdas, pero se avergüenzan de haber leído El Capital, de haber llevado fotos de «Che» Guevara, de haber gritado «¡Abajo el capitalismo!». Es una especie de síndrome de culpabilidad por ser de izquierdas, de estar todo el santo día pidiendo perdón por ello; y ocurre entonces que, de tanto bajarse los pantalones ante la derecha, se acaba pensando como ellos. Como ejemplo, esta columna que escribía Fernando Savater en El País: entre otras lindezas se permite insinuar que Rafael Alberti era un asesino (leed bien: RAFAEL ALBERTI; esto es como cuando el mindundi intelectual de Pemán llamó a d. Miguel de Unamuno «mal intelectual»):
http://www.elpais.com/articulo/opinion/mes/cuarenta/anos/elpepuopi/20080505elpepiopi_4/Tes
Y en tercer lugar los (no me muerdo la lengua) traidores. Antiguos marxistas, castristas o maoístas (éstos muy especialmente) que si bien otrora con la fe del centurión sentenciaban la muerte del capitalismo y el franquismo, hoy, con la moral de Torquemada, predican sobre los peligros del marxismo (¿) desde sus radios, cátedras o programas en Libertad Digital TV. Y si bien ayer defendían el derecho de un pueblo a protegerse con las armas, hoy, todo aquel que no vote al PP o a UPyD es culpable de complicidad con el terrorismo. ¿Fue esta gente realmente de izquierdas?, ¿o es que será verdad que los extremos acaban pareciéndose? Un poco de ambas cosas, no lo neguemos: la mayoría de éstos no pertenecían a la clase obrera, eran de familias acomodadas que jugaban a hacer la revolución.

40 años han pasado y las cosas no han cambiado. Hoy los universitarios se manifiestan contra el Plan Bolonia, al mismo tiempo que los rectores recuerdan el Mayo del 68. Estoy a favor de la movilización, pero también veo muchas veces entre ellos, justamente entre los que más gritan, a los futuros traidores: ya ni siquiera necesito 40 años para desencantarme; tengo 28 años y ya he nacido desencantado.
Leía en el órgano de la Complutense como el jefe del gabinete del rector se enorgullecía de traer a Raimon para celebrar el 40 aniversario de su recital en la universidad, y decía: «queremos acercar a los jóvenes aquel hecho». Aunque siempre se lo agradeceré, tengo cierto motivo para sentirme indignado: aquí hay un joven concreto que un buen día se dijo «Podría intentar que la universidad trajera a Raimon…», y empezó a moverse, buscando el apoyo de profesores, de la asociación de su facultad y del departamento de Filología Catalana (con los que, incomprensiblemente, no cuentan). Al conocer que el rectorado ya había pensado en traerlo, éste que escribe y firma envió en dos ocasiones sus servicios como voluntario sin obtener una respuesta en la primera ocasión y en la segunda sólo una nota informativa generada automáticamente. Tal vez sea sólo la frustración, pero uno se siente mal y menospreciado, especialmente al leer esas declaraciones; hubiera agradecido un «No, gracias: ya tenemos gente trabajando en ello»: tampoco quiero parecer un fanático
Así que celebrémoslo, pero no mitifiquemos, no idealicemos: hubo muchos aprovechados, desertores y medias-tintas. Dentro de 40 años los habrá de nuevo, y yo diré: «Recuerdo a ese que ahora es portavoz del PP gritar contra el capitalismo en una asamblea contra el Plan Bolonia».
Pido perdón al resto: estoy con vosotros.

NO A BOLONIA
BOLONIA EZ
NON A BOLONIA

Historia de la canción de autor: la canción en la sociedad (II)


(Bibiano Morón en la Festa dos Traballadores -Arquivo Gráfico e Documental de VOCES CEIBES-)
Dijimos en la entrada anterior que la sociedad española dio un paso de gigante entre los años 60 y mediados de los 70: cada vez más, la gente iba perdiendo el miedo a hablar, diversas causas, propias o ajenas, habían llevado a una politización de la calase trabajadora hacia 1975 (aunque fuera un proceso que venía de antes), al tiempo que diversos mitos franquistas iban despedazándose. En esto contribuyeron varias fuerzas y causas sociales: negativamente, es decir, desde causas negativas a efectos positivos, la violencia represora de los cuerpos de seguridad del estado: muchas personas que no querían saber nada de política descubrieron que no era necesario implicarse para que te detuvieran o te golpearan en el transcurso de una manifestación por el simple hecho de pasar casualmente por allí; la crisis económica que se comenzó a sentir plenamente en 1975; las huelgas y manifestaciones que ésta provocó y su violenta represión. Pero también intervinieron en este proceso positivamente diversas fuerzas sociales que operaban activamente: por supuesto, los sindicatos, ilegales entonces, que, por otra parte, eran el único vínculo semi-permitido entre los simpatizantes y sus partidos; las parroquias de los sacerdotes cristianos de base, que estaban haciendo mella en los barrios humildes de las grandes ciudades; las asociaciones de vecinos, amaparadas generalmente por estas parroquias; la progresiva, a veces, libertad de prensa (aunque no fuera homogénea y esa libertad relativa se refiera simplemente a la gestión de Pío Cabanillas como ministro de Información y Turismo); los abogados laboralistas; y, finalmente, la gente del mundo de la cultura: escritores, poetas, actores, dramaturgos, periodistas, cantautores y grupos musicales que eran conscientes, por decisión propia, de hacer su trabajo dirigido al público que ellos querían. En su caso, el público que ellos más deseaban se les resistía por las razones que vimos en la anterior entrega, y que pueden resumirse principalmente en dos ideas básicas: desconocimiento y miedo. Así que el público de los cantautores era bastante reducido en sus comienzos: universitarios e intelectuales que, generalmente, ya sabían de lo que se les estaba hablando. El siguiente paso fue cantar para los que necesitaban oír realmente lo que estaba ocurriendo, pero no desde una perspectiva elitista y snob, propia del despotismo ilustrado, sino desde unas ansias solidarias de situarse al lado de las clases humildes y un afán de explicar las cosas. Sería, por primera vez, cuando algunos cantautores, especialmente los que provenían de familias más o menos de clase media, verían que sus mensajes se ajustaban completamente a la realidad y al sentir de la sociedad de entonces: una sociedad a la que le había costado, a veces sangre, comenzar a despertar y plantar cara. 

Remontándonos a los principios: muchos de los cantautores de la Nova Cançó pertenecían a familias de clase media con tendencias liberales: sus padres eran médicos, abogados, profesores; los fundadores de Setze Jutges, por ejemplo, eran profesores. Aunque en otras circunstancias este hecho hubiera sido meramente accidental y nada importante, a mediados de los 60, con unas diferencias sociales enormes, este hecho, aunque no muy determinante, era bastante importante para tener en cuenta, especialmente para sus detractores. Bien es cierto que en ninguno o en muy pocos casos se llega al paternalismo, pero para muchos era un dato importante para rechazar el mensaje: para sus detractores era un argumento de peso para poder sentenciar que esta gente no tenia motivos reales para quejarse, mientras que las clases humildes no veían claro que unas personas con niveles de vida bastante más altos que los suyos fueran capaces de expresar lo que a ellos realmente les pasaba. Este dato lo aporta Manuel Vázquez Montalbán, escritor que defendió la Nova Cançó, pero que también ofreció críticas a ella. Ciertamente, dentro de las universidades el mensaje era acogido con entusiasmo y fervor, pero, como expliqué en la entrada anterior, acerca de la experiencia desastrosa de un recital de Canción del Pueblo en una aldea castellana contada por Antonio Gómez, el ambiente que había fuera de la universidad era bien distinto: cuando salían a dar recitales en lugares así, los cantautores se encontraban de frente con otra realidad que estaba conformada por varios fenómenos: la incultura, el desconocimiento, la prudencia (o miedo)… Posiblemente en esos choques con la realidad, bien distinta de lo que era el pueblo que explicaba Karl Marx, bien ajena a los conceptos de materialismo dialéctico y lucha de clases, los cantautores vieron la urgente necesidad de hacer una canción comprometida diferente, más de «situarse con» que «cantar para»; y tal vez, como idea muy peregrina, esto influyera en el acercamiento de algunos cantautores a formas musicales más folklóricas. Comenzaron a recbir cursos acelerados de «populogía» y «proletariología», a escuchar a la gente de la calle y a comprender que había mucho más de lo que pudiera parecer en León Felipe, en Machado, en Espriu, etc. de lo que en principio parecía, y que el pueblo merecía comprender mediante la poesía lo que le pasaba y lo que quería.
No obstante, la diferencia de clases, a veces falsa y propugnada por medios interesados, no resulta tan determinante como los fenómenos de miedo y desconocimiento: a fin de cuentas, antes, durante y después, surgieron siempre cantautores que venían del pueblo; por citar a algunos: Manuel Gerena (electricista de profesión), José Menese (ambos de Puebla de Cazalla, Sevilla), Elisa Serna, Luis Pastor, Joan Manuel Serrat, y, hecho que se empeñaron en ocultar continuamente con miles de cuentos sobre sus posesiones y su vida privada, Raimon, aunque de ellos distinguiríamos de entre los que pasaron por la universidad como estudiantes (Raimon) y los que no (Luis Pastor), en donde encontramos una curiosa transfusión en la que unos adquieren la cultura que no han podido adquirir hasta entonces, y otros la fuerza popular, la rabia de las clases trabajadoras. Pero esta situación iba a cambiar muy pronto.
Ya en 1970 se producían los primeros acercamientos. En este vídeo sobre el espectáculo «Castañuela 70», algunos miembros de Tábano explican como los obreros que trabajaban en las salas les confesaban que, tras la función, entre ellos hablaban sobre lo que habían visto:

Los historiadores suelen señalar que, durante la transición y el tardo-franquismo, hubo varios motores sociales que contribuyeron al cambio. Haciendo una lectura algo libre de esto, podemos hacer una escala de lo más lejano, por imposibilidades legales, a lo más cercano al pueblo: en primer lugar los partidos políticos y asociaciones de toda tendencia que no estuvieran enmarcados en los principios del Movimiento; en segundo lugar, los sindicatos, dependientes (excepto la anarquista CNT y la obrero-católica USO) de los partidos, también ilegales, pero relativamente tolerados (y con mucho ojo en lo de relativo: no conviene olvidar que los 70 se abren con el llamado proceso 1001, que encarcela a varios miembros de CC.OO que no vuelven a la calle hasta que muere Franco, con la primera amnistía concedida por el rey); y, finalmente, las asociaciones de vecinos y las parroquias de los curas progresistas, que suelen gestionar, junto a los abogados laboralistas, dichas asociaciones. En las parroquias progresistas y en los clandestinos centros sindicales está la clave para entender como la cultura, y más propiamente hablando, la cultura de izquierda, se introduce en los barrios y en algunas aldeas.
En aquellos recitales que los sacerdotes o los distintos sindicatos realizaban, los obreros, las amas de casa, los viejos campesinos, oían un lenguaje nuevo para ellos, que a veces en realidad databa del siglo XVII: estaban oyendo en esos recitales de poesía y música todas sus inquietudes, todos sus miedos, toda su rabia: ni siquiera necesitaban tener simpatías políticas, ni saber quién era exactamente Antonio Machado o Pablo Neruda, ni tampoco les estaban diciendo lo que querían oír; en palabras de Tuñón de Lara sobre José Antonio Labordeta, no era cantar al pueblo, sino cantar con el pueblo. El público que tenían era mayoritariamente joven desde siempre, pero progresivamente, durante los mediados de los años 70, los auditorios, siempre que el precio fuera asequible -tan asequible o gratuito como lo podía ser en la parroquia- comenzaron a llenarse de gente de edades muy diversas: como hemos dicho, desde jóvenes estudiantes, pasando por obreros de mediana edad y amas de casa, hasta ancianos campesinos, sin olvidar tampoco a los niños. EL recital de Raimon en Madrid en 1976 reunió a centenares de personas, compuestos mayoritariamente por jóvenes y estudiantes, pero también por obreros de mediana edad, por amas de casa, padres con niños, ancianos… Esta actuación de Raimon de finales de los 70 nos sirve para ejemplificarlo:

Sobre las edades del público, sería conveniente hacer una reflexión sobre la música. La música de los cantautores, en general, nunca fue excesivamente compleja, excepto en algunos casos de cantautores que preferían las enormes posiblidades que la música contemporánea les ofrecía (Hilario, Pau…): por un lado, aquéllos que optaban por el folklore, y por otro, aquéllos que preferían líneas musicales más sencillas, bien fuera para mantener la primacía del texto, bien, quizás, pensando en llegar a gente de todas condiciones, aunque no se renuncie a la creatividad musical.

Hacia 1975 la sociedad española está altamente politizada: en esto contribuyó todo esto, junto con la creciente crisis económicas y las huelgas. La clase obrera toma plena conciencia de su situación. La libertad sindical promulgada en 1976 ayudó a que ya nadie tuviera que depender del verticalismo para defender sus intereses: es decir, la voz de los trabajadores era ahora de los trabajadores. Pero hasta entonces, el creciente éxito de los cantautores entre las clases populares se debió principalmente al estado ilegal en el que estaban los sindicatos y los partidos: los cantautores se convirtieron en el nexo de unión para todos ellos, un centro en el que reunirse y expresarse, aunque se expresaran por boca de otro. Pero el recital constituía un evento liberador dentro de la falta de libertad de expresión del régimen, aunque fuera por el mero hecho de aplaudir palabras que hasta entonces nadie se atrevía a decir en público. Y ya, a finales de los 70, el recital se convirtió en un evento perfectamente propicio para gritar lo que fuera.
La fama contestataria de diversos cantautores, incluso de aquellos que estaban muy vinculados a su región, atravesó fronteras. No sólo en España se cantó en centros sindicales, sino en el extranjero: en Francia, en Suiza, en Alemania, en Italia… Se actuaba para sindicatos y casas de amigos de España, por llamar así a aquellas asociaciones que contribuían a dar mala imagen exterior del régimen y apoyar a la oposición. Obviamente, aquellos cantautores como Paco Ibáñez o Imanol, que vivían exiliados, pero muchos más como Benedicto, Nuberu, Labordeta, etc., asistían como participantes en aquellos mítines de partidos y sindicatos españoles residentes en el extranjero o foráneos, en donde compartían escenario con cantautores de todas partes del mundo. En el extranjero también se actuó en casas regionales de exiliados o emigrados; durante los años 60, el régimen, mediante las embajadas y las instituciones nacionales en el extranjero, llevaban a las fábricas que tenían contratados a emigrantes españoles mediante convenios con el gobierno a figuras importantes como eran Manolo Escobar o Carmen Sevilla; los centros disconformes les traían a los cantautores. Un ejemplo fue el de Amancio Prada, que cantó ante emocionados trabajadores gallegos que coreaban el verso rosaliano «Adiós ríos, adiós fontes».
No era casual. Piénsese en cuántos campesinos se vieron reflejados en «El niño yuntero» de Miguel Hernández, en boca de Serrat, de Luis Pastor, de Enrique Morente o de Francisco Curto; cuántos emigrantes se emocionaron al oír «Adiós ríos, adiós fontes» o «Mi Puebla se quea sola»; cuántos obreros contenían la emoción en un gesto afirmativo mordiéndose los labios al escuchar «Jo vinc d’un silenci»; cuántas mujeres se vieron reflejadas en «Reina Perola». Contrario a lo que hemos dicho arriba sobre la generalidad de los primeros cantautores, en realidad muchos venían del campo, de los pueblos, de las fábricas: sus padres, sus abuelos, sus vecinos y sus paisanos estaban allí presentes, en sus canciones. Allí estaba lo cotidiano de su vida, su rabia, sus ilusiones, su desesperación. No sabría decir si la canción de autor entró en la clase obrera o fue la clase obrera la que se metió en la canción de autor.

Historia de la canción de autor: himnos para un pueblo


Ya sé que mi intención era zanjar este tema ayer, pero siento que hay cosas que no quedan claras o bien explicadas. Y, de todas maneras, al final no hablé de los aspectos teóricos al liarme de nuevo con la historia y con la anécdota.
Insisto en que para mí la dimensión política de la canción de autor viene de la mano de la dimensión poética y viceversa. Ciertamente, muchos de ellos, de los que venían de las universidades, tenían una enorme curiosidad y apasionamiento por las teorías de izquierda y por la historia del movimiento obrero. Los que tuvieron la suerte de salir al extranjero pudieron ver las obras de Marx, de Bakunin, Althusser, Freud, Nietzsche, Pablo Iglesias, etc. Es decir, todos aquellos pensadores y políticos que no se podían estudiar aquí. Pero aunque esto sea cierto, creo que valoraban más la poesía de Blas de Otero que El Capital de Marx. La poesía ofrece esa dimensión que versa sobre la preocupación del hombre de verdad más que la filosofía política o los tratados de historia, porque se habla desde el corazón del hombre al corazón del hombre. E insisto en decir que la poesía con la que se resume todo esto es «La poesía es un arma cargada de futuro» de Gabriel Celaya: es la necesidad del momento y no el capricho lo que impulsa al cantante a componer y cantar ciertos temas que aspiran a ser o bien el reflejo de una sociedad necesitada, o el alimento para la esperanza de un pueblo. Quedan atrás los florilegios de la llamada poesía pura que los poetas cercanos al régimen propugnaban.

Casi desde su aparición, por su carácter abiertamente contestatario y crítico, los cantores adquieren ciertas responsabilidades que se podrían llamar políticas, aunque yo prefiero decir que el cantor firmó su compromiso con el pueblo con todo lo que esto conllevaba. Fue la época de los grandes himnos, alejados de aquellos himnos decimonónicos tradicionales, algunos cargados de demasiado sentimiento militar. Y no fue sólo aquí, era un clamor que recorría el mundo desde los años 40 en ambas américas y que arraigaba en los inicios del movimiento obrero o incluso de las revoluciones liberales; hubo muchos pioneros: el sueco-americano Joe Hill en Estados Unidos, el payador anarquista Martín Castro en Argentina, o en el siglo XIX el poeta y bertsolari vasco Joxe Maria Iparragirre (autor del himno «Gernikako Arbola«). Hacia el año 66, Bob Dylan podía darse el lujo de decir que la canción protesta ya estaba superada: ¡bien ciego que debía estar a todo lo que pasaba en su país! De cualquier manera aquí, ninguno de nuestros cantautores se hubiera atrevido a decir tal cosa: hubiera sido una gran farsa.
Los nuevos himnos no podían hablar de batalla, sino de esperanzas, de solidaridad y de compromiso; la realidad les impedía ser triunfalistas, pero por el contrario era un grito de aliento antes que derrotista: se convirtieron en un clamor unitario en todo el país y en cualquier idioma:

 

(Concierto homenaje por el 30 aniversario de «Al vent»)
Lo cierto es que «Al vent» podría no haber sido una canción protesta si no fuera porque nació en un tiempo y en un país. Se puede decir, y estoy casi seguro de que el mismo Raimon me daría la razón, que no fue él el que hizo de ella un himno, sino el público el que la convirtió en un himno de lucha quisiera o no el autor. Lo mismo sucedía con «L’estaca», que pasó desapercibida para la censura (?) hasta que Llach comenzó a cantarla en público: fue entonces, al ver como una marea de gente, de los cuales algunos no sabían catalán, coreaban «L’estaca» a voz en cuello, cuando comenzaron a prohibírsela. Lo cual nos lleva a otro punto.
Un cantautor sabía que su himno se había convertido en importante para la gente cuando al tocarla en directo él acababa siendo mero acompañante de su propia canción en labios de otros: la canción ya no era suya, sino del pueblo. Y a esto debía a aspirar todo cantor: yo, cariñoasmente, lo llamó el «Efecto Pete Seeger«, porque fue a él, que yo sepa, al primero que le sucedió con su himno (o nunca he tenido muy claro que fuera suyo) We shall overcome . (pincha en el enlace).
Esto, aunque anecdótico, no deja de ser significativo e interesante: es la confirmación de que el cantautor se ha convertido en el portavoz de su pueblo, porque el pueblo habla a través de su boca y no al revés, y, al mismo tiempo, el cantor no está ahí para guiar a nadie: está para ofrecer su hombro, para sumar su esfuerzo («Venimos simplemente a trabajar,/ como uno más/ a arrimar el hombro al palo», como dicen La Bullonera acertadamente).

A pesar de todo esto hay que tener cuidado de no confundir los términos: no se cantaba a Miguel Hernández porque fuera republicano, comunista, hubiera muerto en prisión y estuviera prohibido hasta cierto extremo: se cantaba su poesía porque merecía ser cantada, no era tanto el fin político -que es innegable que lo hubiera- como el poético, y, como decimos, era la conjunción de ambas dimensiones. Y además hay que recordar que no sólo se cantaba política, sino también sobre el amor, sobre reflexiones filosóficas; pero también había cantautores que, aunque opuestos al régimen, no cantaban o no solían cantar temas políticos: es el caso de Mari Trini, por ejemplo, y otros que ahora no me acuerdo.
Aquellas canciones, que una cierta gente de hoy califican de panfletarias (y no quiero señalar ni nombrar a nadie: que se jodan) fueron fruto de la necesidad, de la imposibilidad de cerrar los ojos ante una realidad aplastante y desoladora. El crimen era no hacerlo teniendo tal conciencia. Lejos de mi intención criticar a los músicos contemporáneos que no se dedicaban a esto, pero sí que merecen mi más profundo desprecio aquellos que quisieron sacar provecho o que hoy hacen alarde de habérseles prohibido una sola palabra por verduzca o lo que fuera. Los yeyés y los rockeros, por ejemplo, podrían haber sido mucho más de lo que fueron, como les pasó a sus admiradísimos Beatles y Rolling Stones, pero en lugar de eso quedaron cegados, y de pasar de ser rebeldes inconformistas se volvieron en rebeldes conformistas: hay quien incluso se atrevió a decir que eran la cara dulce, joven y amable del franquismo (yo a eso no me atrevo, pero no le falta razón).
También habría que marcar que eso de la canción protesta no era simplemente el himno al uso: había muchas maneras poéticas de hacerlo: narrar una historia, como hacían Serrat o Patxi Andión generalmente, era un buen recurso que además permitía casi siempre escapar a la tachadura del censor: el oyente inteligente deducía las cosas por la simple descripción de los hechos (realmente no sé cuantos se darían cuenta o no de que la mujer de «Camí avall» de Serrat lleva flores a la tumba de un soldado republicano; pero como no se nombra qué guerra es, o incluso en que bando luchó -sólo contamos con la afirmación «Ninguno puso una cruz, no hacía falta»-). Se hablaba de muchas cosas: emigración, racismo, violencia, las penas del trabajo, las miserias de la tierra… y presos y condenados a muerte, pero esto más soterrado.

Concluir solamente con esto: aquella canción, mal llamada política, era una canción necesaria, como dijo Jesús López Pacheco por boca de Adolfo Celdrán: «Pueblo de España/ ponte a cantar;/ pueblo que canta/ no morirá!»; una canción de su tiempo. Quien hoy hace esfuerzos para desmerecerla, quien llama a sus artífices panfletistas (o polanquistas he visto en alguna parte) no es más que eso: AQUEL CONTRA QUIEN CANTAR. Pero más que cantar en contra de, se ha de cantar a favor del pueblo siempre. Cerremos con uno de los más ardientes himnos de Lluís Llach: Cal que neixin flors a cada instant (Han de nacer flores a cada momento) y observad la expresión de Llach al cantar, una mezcla de rabia y de esperanza contagiosa:

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