El papa ha vuelto a su casa: tres días intensos en los que sus jóvenes han campado a sus anchas por Madrid y ciudades aledañas. No tengo nada (a parte de lo que ha costado a las arcas públicas su estancia, aunque muchos de sus “jefes” se empeñen en mentirles y los más buenos no se lo quieran creer) contra los que han venido a ver al papa porque creen que es el representante de Cristo en la tierra (bueno, quiero decir que respeto sus creencias), pero sí contra aquellos que han utilizado su fe como arma política, contra los que han manipulado a los más jóvenes usándolos casi de escudos humanos, contra los que han gritado impunemente “¡Viva Cristo Rey!”, contra los obispos que, como todos los días, se empeñan en decir que vamos a ir al infierno por no creer ni estar de acuerdo con el papa, y con todos o casi todos los medios de comunicación que han pretendido sacarlos como jóvenes excepcionales, cuando, al ver las fiestas que se han montado por las calles, confirmamos lo que muchos sospechábamos desde el principio: son jóvenes católicos, pero jóvenes, a fin de cuentas, como todos; unos con modales exquisitos, pero otros muchos con el comportamiento de un hooligan borracho… Y no quiero ofender a quien no se lo merece ni generalizar, como SÍ ha hecho la conferencia episcopal (ésta va con minúsculas, la de Tarancón con mayúsculas) y la mayoría de los medios, obligados o no, con los disconformes a esta visita. Parafraseando a Lorca (de cuya tumba, los que no quieren que se ubique han ido a ver al santo padre), “Contra vosotros siempre”.
Tengo además unas líneas para el señor Gallardón, a la sazón alcalde de Madrid, quien quiere denunciar a la marcha laica y se ha desecho en elogios a esta juventud, yéndose a la cama convencido de ser un gran anfitrión. ¿Qué hizo el que pretende ser mejor alcalde que Tierno Galván y Carlos III juntos cuando la “marcha indignada” arribó a Madrid y acampó, para en un par de días emprender la marcha hacia Bruselas? Pues el señor Gallardón, amigo del cemento y enemigo de los árboles, aquel que no tiene amigos ni a su izquierda ni a su derecha, CORTÓ el agua y la luz de las zonas de acampada. A las fiestas del Orgullo Gay, que tanto molestan a –según ellos- muchos madrileños, intentó cortarles las alas, primero impidiendo las actuaciones por no sé qué informes fantasmas y, luego, desustanciándolas con unos auriculares. Si muchos católicos contraponen el orgullo gay a la visita del papa, que ni se confundan ni se sientan ofendidos, porque, para empezar, la realidad es que las fiestas del orgullo se autofinancian. Y el señor Gallardón, enemigo del botellón y de que los bares abran hasta tarde porque molesta al descanso de los vecinos, sí ha permitido que esta juventud, mucha de ella extranjera, se bañe en las fuentes públicas y haga botellón en pleno Sol. Y no, no es que esté poniendo los derechos de unos sobre otros, sino al contrario, estoy haciendo algo que a ellos se les ha olvidado: equipararlos, que significa igualdad en el trato.
No olvidemos tampoco a los santos varones que han ido a ver “a título personal” a su santidad: banqueros cuyas inasumibles hipotecas están cristianamente echando a la gente a la calle, fuera de sus casas, y cuyas empresas financian el tráfico de armas; empresarios que, si bien tienen la caridad cristiana de ver al papa, ir a misa y financiar la visita, también practican el amor a Cristo y al prójimo cuando despiden a innumerables trabajadores de sus empresas, mientras sermonean contra el gobierno, le echan la culpa de la situación y exigen más dureza en la economía. Y el ex-presidente Aznar, convencido de que por ir a ver al papa irá al Cielo, al igual que otros correligionarios suyos que se levantaron a una hará algunos años para aplaudir la decisión de intervenir en la guerra de Iraq. Pero, como dice Caroggelo (?) en la película Una historia del Bronx, el catolicismo es algo maravilloso: confiesas y vuelves a empezar; aunque, como dicen los sacerdotes más honestos, “sin acto de contrición, no hay perdón que valga”. Y mientras, yo voy, como los AC/ DC, por la carretera al infierno. Es cierto que yo no ayudo todo lo que pueda, porque no tengo dinero para donar y no tengo huevos de irme a una misión (con los misioneros siempre, si ayudan al pobre por encima de evangelizar) o a una ONG… Reconozco mi cobardía y mi impotencia, pero no la escondo con un halo hipócrita de santidad.
Y bien, por éstas y tantas razones, le quiero dedicar una canción al señor papa: es una canción que no tiene nada que ver, pero que cobra bastante sentido cuando, reflexionando acerca de la infancia que me hicieron pasar, de las mentiras contra el sexo-pasaporte seguro al infierno, los malvados judíos, los pervertidos y pervertidores homosexuales, los taimados musulmanes, los negros-devora blancos, las diabólicas señoras que posan en la revistas desnudas ya que es prostitución… Y por la memoria de mi abuelo, que murió envuelto en agudos e insoportables dolores mientras las piadosas señoras ricas del pueblo se congregaban como cuervos y buitres rezando sus rosarios, esperando que muriera para llevarse a mi madre y a mi tía a servir a sus casas; y por la de mi abuela, conservadora (no facha, más como la abuela de “Cuéntame”) y católica, que, no obstante, profesaba cierto asco hacia las santurronas… Reflexionando, decía, sobre todo esto, veo que no han cambiado nada y, por tanto, solamente pido: por favor, déjenme en paz, no pienso volver a esa senda. Por eso, ya que algunos de sus juventudes le cantaban “No te vayas todavía”, yo, con otros muchos, que no vamos a ser menos, digan lo que digan la conferencia episcopal y ciertos medios, le quiero cantar: “Ná te pío, ná te debo…”:
La bien pagá
Ná te debo, ná te pido, me voy de tu vera olvídame ya que pagao con oro tus carnes morenas no maldigas paya que estamos en paz.
No te quiero, no me quieras, si tó me lo diste yo ná te pedí, no me eches en cara que tó lo perdiste también a tu vera yo tó lo perdí.
Bien pagá, si tú eres la bien pagá porque tus besos compré y mi te supiste dar por un puñao de parné, bien pagá, bien pagá, bien paga fuiste mujer.
No te engaño, quiero a otra, no pienses por eso que te traicioné. No cayó en mis brazos me dio solo un beso, el único beso que yo no pagué.
Na te pido, na me llevo, entre esta paredes dejo sepultas penas y alegrías que te he dao y me diste y esas joyas que ahora pa otro lucirás.
A lo largo de la historia, el catolicismo oficial siempre se ha asegurado de tener la primacía y el privilegio en la educación, a través de profesores del clero, o bien, de laicos afines. Esto, no obstante, y por supuesto, no ha sido exclusividad de la iglesia católica: encontramos que la mayoría de las confesiones –cristianos ortodoxos, judaísmo, protestantismo, islamismo, etc.- ha intentado siempre, en algún u otro momento de la historia, tener el control sobre la educación. Esto se explica porque en la Edad Media los únicos que habían heredado la sabiduría de la Antigüedad, y por tanto estudiaron en todos los campos, desde la teología hasta la biología, pasando por la física, fue el clero, y sus avances, en ciertos aspectos, son innegables y encomiables. Pero la historia avanza con sus avatares y sus revoluciones, avances y retrocesos, y en la Modernidad comienza a intentar separarse la educación laica de la religiosa, a la vez que se intenta separar a la iglesia del Estado: era un intento por separar la fe y la razón (si son o no son incompatibles, en eso yo no me voy a meter, aunque creo que depende de cada persona), al igual que en los nacimientos de la filosofía el mundo helénico, para demostrar que la explicación sobrenatural no es, al menos, la única válida. Uno de los cismas más importantes ocurrió con Galileo: tras el proceso a las “blasfemias” de Galilei, por aquello de contradecir las Escrituras, se escondía otra razón, que era que su sistema, al poner patas arribas la concepción aristotélica del universo, amenazaba el estatus-quo del feudalismo y de la iglesia.
En España, las relaciones entre la enseñanza y la iglesia siempre fueron muy fuertes, y fue una unión que a lo largo de las eras se intentó separar; pero la Compañía de Jesús, los jesuitas, eran un grupo muy fuerte que, si bien a veces favorecían el progreso de la ciencia, en muchas otras ocasiones lo entorpecían. Liberales del siglo XVIII y XIX, la I República, el regeneracionismo, la Institución Libre de Enseñanza, etc., fueron movimientos y momentos de la historia que intentaron arrebatar a la iglesia su dominio sobre la enseñanza y establecer, de esta manera, una enseñanza laica, igualitaria (para pobres y ricos, chicos y chicas), basada en argumentaciones racionales y no en creencias sobrenaturales. Es ya la II República la que consigue medianamente esto, con el legado de la Institución Libre de Enseñanza, pero la derrota en la guerra civil trunca este proyecto de enseñanza laica y, de nuevo, la enseñanza se entrega a los clérigos. La enseñanza clerical en la posguerra es dura, llena de represión sexual y moral, y manipulación política, cuya base es, principalmente, el catecismo y aquello de la “formación del espíritu nacional”. El Concilio Vaticano II, emprendido por el valiente papa Juan XXIII y concluido por su sucesor Pablo VI, vino a cambiar esto un poco, con sacerdotes más jóvenes, más liberales y, en algunos casos, más comprometidos con sus parroquias. Así pues, muchos son los que afirman, por su parte, que tuvieron una enseñanza rica y completa en la que se señalaban todas las posibilidades y no sólo una. Pero esta concepción de la joven iglesia choca frontalmente contra el nacional-catolicismo que sustenta, a la vez que es sustentado por, el régimen, cuya concepción es la preconciliar: la iglesia católica, apostólica y romana. Así pues, se vigila con intenso celo a aquellos sacerdotes y religiosas que se sobrepasen en sus concepciones conciliares: es bien famoso el escándalo que ocurrió durante la transición democrática, cuando unos muy católicos padres denunciaron a la dirección del colegio que unas monjas estaban impartiendo educación religiosa a sus hij@s… Quitando estos casos, la educación católica, impartida por clérigos o por laicos afines, seguía siendo bien represiva en lo tocante a la moral, e incluso a la política, algo que llegó hasta mis días de escolar, allá por los primeros y mediados 80s. Pero sin duda fue la infancia de la posguerra la que más sufrió este tipo de enseñanza castradora, como nuestras protagonistas de hoy, el dúo de pop, psicodelia, rock progresivo y canción de autor, Vainica Doble. En este tema, que comienza con el cántico que las religiosas hacían cantar a los niños, Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen, unas chicas muy preocupadas por el mundo de la infancia, la familia y la enseñanza desde una perspectiva crítica, critican, por lo menos, tres cosas: por un lado, la dureza que este tipo de enseñanza llevaba siempre implícita, con la máxima “la letra con sangre entra”; por otro, la alianza de cierta iglesia reticente al progreso que no dudaba en casarse con la más dura reacción política y, con ellos, la unidad iglesia-Estado; y, por otro, una crítica hacia esa jerarquía eclesiástica inmovilista y reaccionaria, a pesar de que la Conferencia Episcopal de entonces, presidida por Monseñor Vicente Enrique y Tarancón (cardenal non grato para el régimen) era, si no progresista, por lo menos liberal (al menos, comparada con la de hoy, da la impresión de ser una comuna hippie de curas), pero los grandes obispos eran los de siempre…
Respeto y obediencia, recato y humildad, amor y reverencia son flores de santidad.
Paternidad investida de poder omnipresente, autoridad sin medida con derecho omnipotente.
Descarada tiranía, pretenciosa y omnisciente, dictadura consentida, despotismo inconsecuente.
¡Oh Padre! Gran montaña inaccesible, tú y tu gran corazón, ¡qué equivocación!
Paternidad dividida entre el látigo y los besos, autoridad sin medida con derecho a todo exceso.
Régimen de mano dura que no admite parlamentos, vieja y eterna estructura aferrada a sus cimientos.
¡Oh Padre!…
Un mal entendido amor, mal reprimido rencor.
La mano dura en la educación, aunque sea con buena intención, engendra amargura en el corazón: Mal reprimido rencor. Un mal entendido amor, mal reprimido rencor.
Antes de todo, quiero confesarme: respeto, en la medida en que cada una se la merezca, a toda creencia científica, filosófica y religiosa DE BASE, siempre y cuando respete la igualdad, los derechos humanos, y, por lo tanto, ni supongan un peligro físico o moral para sus practicantes y, además, no incite al odio. Respeto a aquel crea que Benedicto XVI sea la voz de Dios en la Tierra, o que el Dalai Lama es la encarnación del Buddha Avalokiteśvara, aunque yo, personalmente, no creo que Dios tenga actualmente ni representantes oficiales ni encarnaciones, y si las tiene, las desconocemos, y espero que, de la misma manera que yo les respeto y no intento inculcar mi sistema de creencias a nadie (sólo argumentar mis razones, no atemorizo a nadie con el infierno), nadie me intente aleccionar: ya lo intentaron en el pasado, y ya veis los resultados. Si hay un grupo cristiano que tenga mi apoyo, respeto y admiración, ésos son los Cristianos de Base, los curas obreros y las Teología de la Liberación, y si he de reconocer mártires cristianos modernos, ésos son Ignacio Ellacuría y Monseñor Óscar Romero, ambos asesinados en El Salvador por las fuerzas de la reacción aliadas con los perros gringos, por proteger a los pobres, y si he de reconocer papas, ése será el gran Juan XXIII, por su labor conciliadora y de mediador imparcial en el conflicto de los misiles de Cuba y toda la guerra fría, y, en un segundo plano, Pablo VI, también digno de mi admiración.
Sobre la visita del papa de Roma (en minúsculas, soy anarquista) diré que estoy en contra, no de su visita, sino de las condiciones en las que se ha producido (razón por la cual me manifesté en su contra): básicamente, y contra lo que algunos han esgrimido a favor, es que no ha venido en tales condiciones, sino como evangelizador, y, el problema de esto, es que, con gran parte de dinero público, no sólo se le ha hecho cómoda estancia a él, sino a su séquito: millones de jóvenes católicos de todo el mundo a los que se les ha puesto en un estado privilegiado (descuentos en los transportes públicos y en ciertos locales); una gran suma de dinero público de la Comunidad de Madrid, a parte de la del Estado, que se asemeja mucho al recorte que ha sufrido la escuela pública. Su condición de evangelizador privilegiado atenta contra la definición aconfesional del Estado español, ya que crea desigualdad con otras fes, por muy minoritarias que sean, incluido el ateísmo, y hace peligrar la separación iglesia-Estado. Hay quien ha dicho que el dinero público no se ha tocado en absoluto, sino que está financiada por empresas; aceptemos esto, en principio, pero preguntemos seguidamente si son las mismas empresas que han reducido su plantilla por falta de capital, y/ o que no contratan personal por las mismas razones.
Básicamente, no es porque esté resentido contra la fe católica (y las demás), que lo estoy y mucho (conozco cada uno de sus juegos, trucos y trampas, conozco sus redes y tentáculos: me sé de memoria cada una de sus mentiras; SÍ, soy un desertor); diría lo mismo si fuera la visita del Dalai Lama, del patriarca de la iglesia ortodoxa, del rabino de Israel, del camarada Lenin o del presidente de la liga atea internacional –si existe-; el Estado debe operar al margen de cualquier confesión religiosa o sistema moral. Pero, hablemos en cristiano: la inmensa mayoría de banqueros y empresarios de peso de este país son del Opus Dei, una peligrosísima y siniestra secta católica, elaborada por ricos para ricos, que aquí todos sabemos cómo opera a todos los niveles.
Y lo de los peregrinos (algunos mal llamados así) es ya para darles de comer a parte: habrá de todo, claro que sí, pero hay un problema, y es que la mayoría de ellos son muy jóvenes, y, como todo joven, necesitan divertirse; dudo que muchos sean conscientes de que están aquí como invitados, y como invitados deberían mostrar algunos mejores modales (me informan, de primera mano, que algunos de ellos han robado en una tienda). Me ha dolido como los medios de comunicación y ciertos políticos han intentado contraponer la “actitud” de estos jóvenes a los otros, es decir, a nosotros, a los que nos han tachado de ser abertzales, drogadictos y no sé cuántas cosas más. Por mucho que los hayan querido sacar como simpáticos chavales, la realidad es otra, y hemos visto fotos suyas comprando alcohol (¿pidieron el carnet?) y de fiesta por las calles de Madrid. La imagen más estrambótica de estos días ha sido ver a un grupo de estos peregrinos dándose un baño (¿multa?) en la fuente del Ángel Caído (véase, Lucifer) del Parque del Retiro: entiendo sus ganas de divertirse, pero que no digan que han venido sólo y exclusivamente a ver al santo padre, y les recuerdo que en Acampada Sol, los mismos indignados censuraron a aquel que se lo tomó como un botellón. Me dolió también la actitud de los medios de comunicación y de los políticos al intentar dar la sensación de que, durante la manifestación laica fueron los manifestantes los que provocaron a los peregrinos: si hubo alguna provocación por parte de la marcha, la desconozco, y yo fui el primero en censurar a algunos, pidiendo que no se les increpase; pero la realidad es que muchos, como un petainista francés, se asomaban a los balcones a insultar, y que otros comenzaron a reunirse en Sol en una contramanifestación improvisada, y por lo tanto ilegal (en la que oteamos el ondeo de una bandera franquista), pero la policía, con una violencia excesiva y sin sentido, sólo reaccionó contra la marcha laica. La impresión que da es la de proteger al niño mimado tonto y caprichoso: mientras se asegura que no hay dinero para los servicios básicos como el transporte público y la sanidad pública, y que las medidas efectivas o en proyecto que preparan en Madrid se debe a esta necesidad, a ellos se les regalan estos servicios. Pero bueno, yo no cargo contra los que no se merecen, que ni serán conscientes de todo esto, y sé que habrá muy buenos chicos, sin duda alguna: sólo les demando que reflexionen sobre todas las dimensiones de su condición de invitados. Y por otra parte, un poco de ecuanimidad: ¿no se dijo, hará pocos días –RUBALCABA, esto va por ti: a ver quién te vota ahora- que no se podía consentir que un grupo tuviera patas arribas una ciudad?
Hablemos sobre el catolicismo oficial, intentando no levantar ampollas innecesarias. No comulgo –nunca mejor dicho, y no intento hacerme el gracioso- con un sistema religioso-moral que condena a las personas que quieren ser lo que su naturaleza les dicta, como los homosexuales, o que asegura excomunión natural y automática contra toda mujer que haya abortado, mientras es la misma iglesia que no sólo no excomulgó a Pinochet, sino que además éste recibió la comunión del pontífice Juan Pablo II. ¡Bonita religión esta que carga contra el más débil! La que condena a las víctimas de su propio sistema (y el de otros parecidos) y no condena a los genocidas. Entiendo que alguien esté en contra del aborto, yo mismo tengo mis reservas, pero decir cosas como que “la mujer que aborta deja la puerta abierta a que su marido –presuponiendo que no es el marido el que la ha obligado a abortar- haga con ella lo que quiera” (junto a otras lindezas: http://www.elcorreoweb.es/andalucia/079125/arzobispo/granada/mujer/aborta/varon/abusar), o que el redactor del suplemento Alfa y Omega diga que “si se banaliza el sexo, no tiene sentido mantener la violación como delito”… Independientemente de lo que cada uno piense acerca del aborto, del sexo y los métodos anticonceptivos, el que diga estas cosas y aquel que las sostenga, no hace gala de su cristianismo, sino de una canallez moral ilimitada: y es que la iglesia católica, fundamentalmente, sigue siendo una institución machista, y lo seguirá siendo mientras grupos como el Opus Dei y su sistema de servidumbre del varón sobre la mujer estén dominando la jerarquía eclesiástica. Mientras tanto, los sueños de la fe producen monstruos, y así, un joven mexicano –quien, por cierto, ha quedado libre y no se le ha aplicado la ley antiterrorista- planeaba gasear la marcha laica para “matar a esos maricones”. Dicen que el cristianismo (el catolicismo) es amor, perdón y comprensión, pero yo no veo más que odio, rencor y resentimiento, y el acto de evangelizar, hoy como ayer, no parece hacerse mediante la palabra, sino mediante la espada. Y, sólo por hacerlo notar, mientras estos piadosos señores de los bancos y las empresas, ellos que creerán ganarse el cielo, invierten millones en esta visita, Somalia está muriéndose… ¿Dónde carajo queda el amor y la caridad cristiana?
Creo en Dios, no en el papa, y creo en Cristo Obrero, no en Cristo rey; admiro a Benedicto García -mi amigo, mi maestro-, no a Benedicto XVI; creo en el hombre y en la razón, admiro al que cree sin fanatismos, y creo en el Movimiento Gay contra Cristo rey. Si la iglesia es amor, que la demuestre con actos, no con palabras ni con esa espantosa frivolización que ha rodeado la visita del santo padre: no por mucho gritar “¡Benedicto!” se va, necesaria y suficientemente, al Cielo.
Después de excurso, por cuya longitud pido perdón, me gustaría –aunque me temo que no soy el primero- enlazar el aniversario del asesinato de Lorca con este tema. Publicado en su Poeta en Nueva York, el “Grito hacia Roma” es una serie de denuncias e imprecaciones contra muchas injusticias de la iglesia católica de los años 20: para empezar, movidos por su anti-comunismo, su alianza con el fascismo italiano y el Estado de Mussolini, a quien el papa se deshace en alabanzas; su ceguera ante el hambre de miles; su repulsiva opulencia e hipocresía; su represión moral (Lorca, creyente y homosexual, de esto sabía mucho), y, al mismo tiempo, le pide que vuelva sus ojos hacia los que sufren. Así, hacia 1927, nuestro poeta más excelso, Federico García Lorca, amigo de los pobres, de los negros y de los gitanos, capitán de poesía (como dijo Celso Emilio), dirigía su encendido “Grito hacia Roma”:
Letra en italiano, abajo
Grito hacia Roma
(DESDE LA TORRE DEL CRYSLER BUILDING)
Manzanas levemente heridas por los finos espadines de plata, nubes rasgadas por una mano de coral que lleva en el dorso una almendra de fuego, peces de arsénico como tiburones, tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud, rosas que hieren y agujas instaladas en los caños de la sangre, mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula que untan de aceite las lenguas militares donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma y escupe carbón machacado rodeado de miles de campanillas.
Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino, ni quien cultive hierbas en la boca del muerto, ni quien abra los linos del reposo, ni quien llore por las heridas de los elefantes. No hay más que un millón de herreros forjando cadenas para los niños que han de venir. No hay más que un millón de carpinteros que hacen ataúdes sin cruz. No hay más que un gentío de lamentos que se abren las ropas en espera de la bala. El hombre que desprecia la paloma debía hablar, debía gritar desnudo entre las columnas, y ponerse una inyección para adquirir la lepra y llorar un llanto tan terrible que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante. Pero el hombre vestido de blanco ignora el misterio de la espiga, ignora el gemido de la parturienta, ignora que Cristo puede dar agua todavía, ignora que la moneda quema el beso de prodigio y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.
Los maestros enseñan a los niños una luz maravillosa que viene del monte; pero lo que llega es una reunión de cloacas donde gritan las oscuras ninfas del cólera. Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas; pero debajo de las estatuas no hay amor, no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo. El amor está en las carnes desgarradas por la sed, en la choza diminuta que lucha con la inundación; el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre, en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.
Pero el viejo de las manos traslucidas dirá: amor, amor, amor, aclamado por millones de moribundos; dirá: amor, amor, amor, entre el tisú estremecido de ternura; dirá: paz, paz, paz, entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita; dirá: amor, amor, amor, hasta que se le pongan de plata los labios.
Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto, los negros que sacan las escupideras, los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores, las mujeres ahogadas en aceites minerales, la muchedumbre de martillo, de violín o de nube, ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro, ha de gritar frente a las cúpulas, ha de gritar loca de fuego, ha de gritar loca de nieve, ha de gritar con la cabeza llena de excremento, ha de gritar como todas las noches juntas, ha de gritar con voz tan desgarrada hasta que las ciudades tiemblen como niñas y rompan las prisiones del aceite y la música, porque queremos el pan nuestro de cada día, flor de aliso y perenne ternura desgranada, porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos.
Éste poema fue traducido y adaptado al italiano, y musicalizado por el cantautor milanés Angelo Branduardi, e incluida en el disco homenaje Poetas en Nueva York, que contiene musicalizaciones de todas partes, desde el canadiense Leonard Cohen, pasando por los españoles Víctor Manuel y Patxi Andión, hasta el escocés Donovan y los griegos Mikis Theodorakis y Georges Moustaki. Para mis amigos italianos, aquí está la traducción a su lengua:
Perché non c’è più chi divide il pane e il vino,/ Né chi coltivi erbe in bocca al morto,/ Né chi sappia aprire I lini del riposo,/ Né chi pianga per le ferite degli elefanti/ Non c’è che un milione di fabbri/ Che forgiano catene per I bambini del futuro/ Non c’è che un milione di carpentieri/ Che fanno bare senza croce/ Non c’è che una folla di lamenti,/ Le vesti aperte alla pallottola/ Ma il vecchio dalle mani trasparenti/ Dirà: amore, amore,/ Acclamato da milioni di moribondi;/ Dirà: amore, amore, amore,/ Nel tessuto tremante di tenerezza;/ Dirà: pace, pace, pace,/ Fra brividi di coltelli/ Perché vogliamo il pane di ogni giorno,/ Fiore d’ontano ed eterna tenerezza sgranata/ Perché vogliamo che si compia la volontà della Terra/ Che per noi tutti ha frutti da donare
Redención (Nuestro último baile)
Mi segunda novela: una historia de amor, misterio e intriga; la lucha de una chica por su pareja pasa por enfrentarse a una secta apocalíptica
Queca
Un regalo inadecuado puede cambiarle la vida a cualquiera. Tal es el caso de Miki, solterón por obligación y solitario por vocación; cuando su cuñado le obsequia con un recuerdo que se ha traído de su viaje a Japón: una muñeca sexual de nombre Megu
Billy («algo es algo»)
Tres cosas atormentan al exinspector de policía Guillermo Niño Pérez: un vecino que le obsesiona, el recuerdo de un crimen y una querella por sus torturas durante el franquismo. Por si esto fuera poco, se une la inquietud hacia un asesino en serie que