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Historia de la canción de autor: himnos para un pueblo


Ya sé que mi intención era zanjar este tema ayer, pero siento que hay cosas que no quedan claras o bien explicadas. Y, de todas maneras, al final no hablé de los aspectos teóricos al liarme de nuevo con la historia y con la anécdota.
Insisto en que para mí la dimensión política de la canción de autor viene de la mano de la dimensión poética y viceversa. Ciertamente, muchos de ellos, de los que venían de las universidades, tenían una enorme curiosidad y apasionamiento por las teorías de izquierda y por la historia del movimiento obrero. Los que tuvieron la suerte de salir al extranjero pudieron ver las obras de Marx, de Bakunin, Althusser, Freud, Nietzsche, Pablo Iglesias, etc. Es decir, todos aquellos pensadores y políticos que no se podían estudiar aquí. Pero aunque esto sea cierto, creo que valoraban más la poesía de Blas de Otero que El Capital de Marx. La poesía ofrece esa dimensión que versa sobre la preocupación del hombre de verdad más que la filosofía política o los tratados de historia, porque se habla desde el corazón del hombre al corazón del hombre. E insisto en decir que la poesía con la que se resume todo esto es «La poesía es un arma cargada de futuro» de Gabriel Celaya: es la necesidad del momento y no el capricho lo que impulsa al cantante a componer y cantar ciertos temas que aspiran a ser o bien el reflejo de una sociedad necesitada, o el alimento para la esperanza de un pueblo. Quedan atrás los florilegios de la llamada poesía pura que los poetas cercanos al régimen propugnaban.

Casi desde su aparición, por su carácter abiertamente contestatario y crítico, los cantores adquieren ciertas responsabilidades que se podrían llamar políticas, aunque yo prefiero decir que el cantor firmó su compromiso con el pueblo con todo lo que esto conllevaba. Fue la época de los grandes himnos, alejados de aquellos himnos decimonónicos tradicionales, algunos cargados de demasiado sentimiento militar. Y no fue sólo aquí, era un clamor que recorría el mundo desde los años 40 en ambas américas y que arraigaba en los inicios del movimiento obrero o incluso de las revoluciones liberales; hubo muchos pioneros: el sueco-americano Joe Hill en Estados Unidos, el payador anarquista Martín Castro en Argentina, o en el siglo XIX el poeta y bertsolari vasco Joxe Maria Iparragirre (autor del himno «Gernikako Arbola«). Hacia el año 66, Bob Dylan podía darse el lujo de decir que la canción protesta ya estaba superada: ¡bien ciego que debía estar a todo lo que pasaba en su país! De cualquier manera aquí, ninguno de nuestros cantautores se hubiera atrevido a decir tal cosa: hubiera sido una gran farsa.
Los nuevos himnos no podían hablar de batalla, sino de esperanzas, de solidaridad y de compromiso; la realidad les impedía ser triunfalistas, pero por el contrario era un grito de aliento antes que derrotista: se convirtieron en un clamor unitario en todo el país y en cualquier idioma:

 

(Concierto homenaje por el 30 aniversario de «Al vent»)
Lo cierto es que «Al vent» podría no haber sido una canción protesta si no fuera porque nació en un tiempo y en un país. Se puede decir, y estoy casi seguro de que el mismo Raimon me daría la razón, que no fue él el que hizo de ella un himno, sino el público el que la convirtió en un himno de lucha quisiera o no el autor. Lo mismo sucedía con «L’estaca», que pasó desapercibida para la censura (?) hasta que Llach comenzó a cantarla en público: fue entonces, al ver como una marea de gente, de los cuales algunos no sabían catalán, coreaban «L’estaca» a voz en cuello, cuando comenzaron a prohibírsela. Lo cual nos lleva a otro punto.
Un cantautor sabía que su himno se había convertido en importante para la gente cuando al tocarla en directo él acababa siendo mero acompañante de su propia canción en labios de otros: la canción ya no era suya, sino del pueblo. Y a esto debía a aspirar todo cantor: yo, cariñoasmente, lo llamó el «Efecto Pete Seeger«, porque fue a él, que yo sepa, al primero que le sucedió con su himno (o nunca he tenido muy claro que fuera suyo) We shall overcome . (pincha en el enlace).
Esto, aunque anecdótico, no deja de ser significativo e interesante: es la confirmación de que el cantautor se ha convertido en el portavoz de su pueblo, porque el pueblo habla a través de su boca y no al revés, y, al mismo tiempo, el cantor no está ahí para guiar a nadie: está para ofrecer su hombro, para sumar su esfuerzo («Venimos simplemente a trabajar,/ como uno más/ a arrimar el hombro al palo», como dicen La Bullonera acertadamente).

A pesar de todo esto hay que tener cuidado de no confundir los términos: no se cantaba a Miguel Hernández porque fuera republicano, comunista, hubiera muerto en prisión y estuviera prohibido hasta cierto extremo: se cantaba su poesía porque merecía ser cantada, no era tanto el fin político -que es innegable que lo hubiera- como el poético, y, como decimos, era la conjunción de ambas dimensiones. Y además hay que recordar que no sólo se cantaba política, sino también sobre el amor, sobre reflexiones filosóficas; pero también había cantautores que, aunque opuestos al régimen, no cantaban o no solían cantar temas políticos: es el caso de Mari Trini, por ejemplo, y otros que ahora no me acuerdo.
Aquellas canciones, que una cierta gente de hoy califican de panfletarias (y no quiero señalar ni nombrar a nadie: que se jodan) fueron fruto de la necesidad, de la imposibilidad de cerrar los ojos ante una realidad aplastante y desoladora. El crimen era no hacerlo teniendo tal conciencia. Lejos de mi intención criticar a los músicos contemporáneos que no se dedicaban a esto, pero sí que merecen mi más profundo desprecio aquellos que quisieron sacar provecho o que hoy hacen alarde de habérseles prohibido una sola palabra por verduzca o lo que fuera. Los yeyés y los rockeros, por ejemplo, podrían haber sido mucho más de lo que fueron, como les pasó a sus admiradísimos Beatles y Rolling Stones, pero en lugar de eso quedaron cegados, y de pasar de ser rebeldes inconformistas se volvieron en rebeldes conformistas: hay quien incluso se atrevió a decir que eran la cara dulce, joven y amable del franquismo (yo a eso no me atrevo, pero no le falta razón).
También habría que marcar que eso de la canción protesta no era simplemente el himno al uso: había muchas maneras poéticas de hacerlo: narrar una historia, como hacían Serrat o Patxi Andión generalmente, era un buen recurso que además permitía casi siempre escapar a la tachadura del censor: el oyente inteligente deducía las cosas por la simple descripción de los hechos (realmente no sé cuantos se darían cuenta o no de que la mujer de «Camí avall» de Serrat lleva flores a la tumba de un soldado republicano; pero como no se nombra qué guerra es, o incluso en que bando luchó -sólo contamos con la afirmación «Ninguno puso una cruz, no hacía falta»-). Se hablaba de muchas cosas: emigración, racismo, violencia, las penas del trabajo, las miserias de la tierra… y presos y condenados a muerte, pero esto más soterrado.

Concluir solamente con esto: aquella canción, mal llamada política, era una canción necesaria, como dijo Jesús López Pacheco por boca de Adolfo Celdrán: «Pueblo de España/ ponte a cantar;/ pueblo que canta/ no morirá!»; una canción de su tiempo. Quien hoy hace esfuerzos para desmerecerla, quien llama a sus artífices panfletistas (o polanquistas he visto en alguna parte) no es más que eso: AQUEL CONTRA QUIEN CANTAR. Pero más que cantar en contra de, se ha de cantar a favor del pueblo siempre. Cerremos con uno de los más ardientes himnos de Lluís Llach: Cal que neixin flors a cada instant (Han de nacer flores a cada momento) y observad la expresión de Llach al cantar, una mezcla de rabia y de esperanza contagiosa:

Historia de la canción de autor: La poesía es un arma cargada de futuro


Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

 

La poesía es un arma cargada de futuro, Gabriel Celaya

Nos sirve perfectamente este fragmento de «La poesía es un arma cargada de futuro», del gran poeta vasco Gabriel Celaya. La poesía que sirvió de manifiesto a la nueva poesía testimonial aparecida en los 50 de su mano y de otras como las de Ángel González, Gloria Fuertes, Jesús López Pacheco, Gabriel Aresti, Celso Emilio Ferreiro, Carlos Álvarez y un largo etcétera, sirvió también, en la voz de Paco Ibáñez, como manifiesto de la nueva canción testimonial que entonces estaba apareciendo.
Existe mucha confusión en torno a la palabra «cantautor», ya que en castellano no refleja la realidad que reflejaba la palabra en francés de la que se tradujo, que implicaba: «cantante de contenido poético, de texto, de poesía», pues así expresada en castellano -incluso en catalán, gallego y vasco- viene a significar simple y llanamente, en sentido lato, «cantante que canta sus propias canciones»; según lo cuál, sería también cantautor Miguel Bosé o Alejandro Sanz en este sentido (cosa a la que me opongo desde el sentido estricto), y no lo serían -y eso es lo peor- Paco Ibáñez o Amancio Prada.
Tampoco reflejaba la realidad de la nueva canción el «cantante social», o el «cantante protesta», puesto que no todo cantautor hacía canción política, ya fuera total o parcial: esto dejaría fuera a algunos tan buenos como Mari Trini, Pau Riba, Jaume Sisa, e incluso ciertas etapas de Joan Manuel Serrat.
Por tanto, lo que define al cantautor es el contenido de sus canciones: un contenido poético; el cantautor, además de músico, ha de ser poeta o también intérprete de poesía. ¿De toda poesía? En principio sí, pero especialmente de una poesía que va dirigida al pueblo, sencilla sin perder su componente poético o metafórico, que sirve para abrigar y despertar conciencias y esperanzas. Hablamos de la poesía que nace durante los años 30, con Lorca, Alberti, Miguel Hernández y León Felipe entre otros, que encuentra su continuidad en Celaya, González, Fuertes, y que acabará cuajando en las voces de Paco Ibáñez y Raimon primeramente, para extenderse afortunada y felizmente a lo largo de toda la geografía vocal, en gargantas de los cuatro puntos cardinales del país. Un poco de historia para entener esto…

Tal vez me arriesgue mucho al exponer esto, pues son ideas a las que llegué yo por mi cuenta, aunque no son originales: ya Manuel Vázquez Montalbán y caulquier estudioso de la poesía de la guerra civil o de la obra poética de Antonio Machado y Miguel Hernández lo dijo antes que yo, incluidos ellos. Ejemplo:

¿Un arte proletario? Para mí no hay problema. Todo arte verdadero será arte proletario. Quiero decir que todo artista trabaja siempre para la prole de Adán. Lo difícil sería crear un arte para señoritos, que no ha existido jamás.

Antonio Machado: Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín («Hora de España», nº 1; Valenica, 1937 (el subrayado es mío). Ver en http://www.filosofia.org/hem/193/hde/hde01007.htm)

Poco nos quedaría a nosotros añadir después de lo sentenciado por Antonio Machado a través de sus alter egos. Nadie debería dudar que la poesía nace en los tiempos primitivos y antiguos en el pueblo, para recordar diferentes cosas, alabar hechos y un largo etcétera cuando nace unida a la música: es decir, que no la inventaron ni los reyes ni los sacerdotes. Lo que ocurrió a través de los siglos, cuajando finalmente en los siglos XVI, XVII y XVIII fue un robo que se produjo cuando alrededor de las cortes de los reyes y los nobles aparecieron los poetas cortesanos, que, además, pensaban que la poesía era un arte tan súblime, al igual que la música, que sólo una élite artística y aristocrática estéticamente era capaz de crear y apreciar, despreciando a su vez cualquier manifestación popular (aunque fuera un arte de siglos) como los romances o ciertos estilos musicales tradicionales como las seguidillas, aunque los robaran de nuevo fingiendo que eran una creación suya; es desde luego, un pensamiento muy de despotismo ilustrado contra el que tenía que venir una revolución popular estética que devolviera la poesía y la música al pueblo, a su hogar, y demostrara que no era cuestión de inspiración divina o intelecto suerior, ni siquiera, en sentido estricto, de clase: sino de educación, y, por tanto, de pudiencia económica: poca gente, aunque les gustara, podría ir a deleitarse con una buena ópera o una genial comedia. Tuvo que ser, durante el nacimiento del movimiento obrero y de las teorías sociales como el marxismo o el anarquismo, cuando asomaban tímidamente manifestaciones de apolgía del arte popular. En España surgiría un movimiento popularizador de la poesía, gracias sobre todo a los antecedentes de Antonio Machado y Miguel de Unamuno, después del movimiento poético del 27: si en un principio el lema de los poetas del 27 fue «poesía para quien la entienda», después, con el neopopulismo que llegó, fue «poesía para todos»; este movimiento alcanzó su cénit en la guerra civil: la confrontación que fue acentuándose a partir de la Revolución del 34 dio un nuevo sentido al arte poético, popularizando sus formas para que las clases más humildes pudieran entender su mensaje y asumir así la causa republicana, mientras que los poetas franquistas, por lo general, abogaban por la llamada pureza de la poesía (un mito, para mí). El gran exponente de aquella poesía republicana popular fue, sin duda, Miguel Hernández. Si bien el bando republicano perdió la guerra, el mensaje poético de sus escritores pervivió, especialmente en el exilio: de ellos bebieron los nuevos poetas de la Generación del 50 y la nueva poesía testimonial.
Como todas las artes y ciencias, en la posguerra la poesía quedó castrada, ofreciéndose una poesía llamada garcilasiana que presumía de pureza. La prueba de esta pobreza literaria es ver quién era el poeta oficial del régimen: José María Pemán, que ya había mostrado su altura intelectual al llamar a Unamuno «mal intelectual» durante los incidentes de l día de la raza con Millán Astray. La Generación del 50 ofrecía una nueva visión de la poesía: no una falsedad intelectual, sino el reflejo de la situación que vivía el país de verdad: un país que no era de soldados ni de banderas ni de destinos gloriosos, sino de pastores, agricultores, obreros y emigrantes. De ahí el fragmento del poema de Celaya:

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

España se había quedado sin sus mejores poetas: bien asesinados, bien exiliados, o bien silenciados; así que estos poetas fueron una bocanada de aire fresco contra una reacción literaria que había vuelto a instaurar una aristocracia intelectual: un arte para señoritos. Los mejores poetas contemporáneos españoles estaban prohibidos, total o parcialmente, pero eso no impidió que una juventud ávida de la palabra los buscara… Y, ¿por qué no? los cantara.

Es en 1956 cuando Paco Ibáñez, iluminado por la Chanson francesa, comienza a musicar poemas de poetas clásicos como Góngora o Quevedo, y también de Lorca, Alberti y Miguel Hernández para acabar musicando también a los poetas contemporáneos como Celaya y Blas de Otero. A partir de ahí, Paco se convierte en un referente, demostrando que la poesía española podía convertirse en un himno de la resistencia: «A galopar» de Alberti, «España en marcha» de Celaya y muchas más, en su voz, serían coreadas por la juventud anti-fascista durante todos aquellos años. Dicen que cuando Celaya oyó uno de sus poemas en la voz de Paco le dijo: «Puedes coger todos los que quieras».
Un chico valenciano como Raimon decidió seguir su ejemplo, alternando sus letras con las de grandes poetas catalanes clásicos, como Joan Timoneda o Ausiàs March, y contemporáneos, como Salvador Espriu o Pere Quart (Joan Oliver). Desde ese momento comienza una fiebre en la nueva canción por recuperar a los grandes poetas prohibidos, censurados o silenciados, y, también en los cuatro idiomas del país.
Sin embargo, es muy posible que esta tendencia inicial fuera algo marginal. El gran boom se debe a un cantante argentino residente en España como Alberto Cortez, que dio un salto desde la canción frívola a la canción testimonial con los poemas de Machado, Hernández… Luego llegó Serrat, que en su «conversión» a cantante castellano comenzó versionando el poema «La paloma» de Alberti, musicado por Guastavino, para más tarde musicar y cantar a Antonio Machado y a Miguel hernández en ambos monográficos bien cuidados. El disco Dedicado a Antonio Machado supuso tal éxito que consiguió que las palabras del eterno poeta derrocara en las listas de éxitos a la canción más comercial.
Comienza pues la gran recuperación y regeneración de la poesía española, después de tantos años de secuestro indecente. Fueron muchos, por no decir todos, los que cantaron a los grandes poetas castellanos: Aguaviva, Hilario Camacho, Adolfo Celdrán, Elisa Serna, José Menese, Luis Pastor, Amancio Prada, Jarcha… Pero por otro lado, el ejemplo de Raimon y del resto de la Nova Cançó demostró que se podía cantar a los poetas de la lengua de una región para reivindicar la cultura de ese país. Lluís Llach, Pi de la Serra y los demás cantaron con este fin a Joan Oliver-Pere Quart, a Salvador Espriu y a los clásicos de la Renaixença. Siguiendo este ejmplo, los cantantes vascos reivindican a Aresti y a Jon Mirande, y, por su parte, los gallegos a las estrellas de sus letras: a las figuras decimonónicas como Rosalía de Castro y Manuel Curros Enríquez (el poeta del galleguismo) hasta al gran poeta Celso Emilio Ferreiro, autor de ese gran poema que fue «Longa noite de pedra»: el poema que mejor reflejaba la situación anímica del país. Y aún más: poetas como el castellano Luis López Álvarez o el canario Ramón Gil-Roldán son utilizados como textos reivinidactivos de canciones incluidas en discos como Los comuneros de Nuevo Mester de Juglaría o La cantata del Mencey loco de Los Sabandeños.
Pero también se cantan a poetas extranjeros, especialmetne latinoamericanos, como el cubano Nicolás Guillén o el chileno Pablo Neruda, amén de un poeta novel como Mario Benedetti entonces. Se canta también al inmortal Bertold Brecht, sea en castellano («La cruzada de los niños», por Adolfo Celdrán), en vasco («Liluraren kontra» -Contra el embeselamiento-, «Denok ala inor ez» -O todos o ninguno- por Mikel Laboa) o en lo que fuera. E incluso poetas nortemaericanos del movimiento beat, como Allen Ginsberg, cantado por Hilario, o el griego Kavafis, adaptado por Pere Quart y cantado por Lluís Llach o Marina Rossell. Y un largo etcétera.
Por supuesto, se llega a una especie de alianza entre poetas y cantantes, también con poetas nuevísimos como, por ejemplo, Agustín García Calvo: los cantantes llegan a cantar el poema al tiempo que este se está editando. Esto trae algunas críticas por parte de críticos que ven cierto oportunismo: para ellos era poner el poema en el mundo del disco, mundo más comercial que el del libro, para promocionar a su poeta amigo con el fin de lucrarse. Desde luego, la trama estaba bien, y pudiera ser así: a fin de cuentas, el éxito de Serrat con los poemas de Machado llevó a cantantes convencionales y comerciales a cantarlos también; pero eso hubiera sido así si no fuera porque no se trataban de super-estrellas de la canción en muchos casos y porque la mayoría de las veces la distribución del disco se veía impedida, si no llegaba a ser prohibida totalmente.
Por otra parte, no sólo se cantaban a poetas de izquierdas: la poesía, a fin de cuentas, si es buena es buena. Por ejemplo, Elisa canta a Manuel Machado, que, al contrario que su hermano, militó voluntariamente en las filas intelectuales franquistas, al igual que Gerardo Diego o el gallego Álvaro Cunqueiro, que es cantado por Luis Emilio Batallán. Así que esto viene a demostrar que el interés del cantante por la poesía no era meramente político.

Sin embargo, algunos cantantes no necesitan de los poemas de los demás al elaborar una maravillosa poesía. A estos los habíamos llamado cantautores «auto-suficientes» porque sólo cantaban su propia poesía, general o parcialmente. Patxi Andión, Labordeta, Aute, Pablo Guerrero, Hilario Camacho, Xabier Lete, J. A. Arze hacen su propios textos, e incluso para otros compañeros. Además, muchos cantantes también plasmaban su visión sobre la poesía, una poesía que debe servir para todos y no para unos para pocos, una poesía que tiene que abrigar y despertar conciencias:

Y es que el canto que no sirva para todos,
ese canto que ni abrigue ni despierte
es un lujo inaceptable por sí sólo,

es una pompa de jabón sobre un susurro,
es un paso en el vacío, es un hueco,
la cienmilésima parte de un murmullo,

porque el que canta bajo canta solo
y es el suyo un canto para adentro,
y racionan la voz y dan un poco,
y así transforman demandas en lamentos;

«Sonetos 37/ 73», Patxi Andión

La cultura actual española debiera estar agradecida a estos cantores, porque no sólo conservaron, mantuvieron y restauraron a los grandes poetas prohibidos por el franquismo, también ayudaron a su difusión en un país altamente analfabeto y sin escolarizar; incluso hoy, muchos de los que somos aficionados a esta música descubrimos poetas y poemas hasta entonces desconocidos, incluso en los otros idiomas cooficiales; ahí, los cantautores vascos, gallegos y catalanes hicieron un gran favor a su cultura, dándoles a conocer a los otros a grandes poetas que de otra manera, además de la barrera idiomática, no los hubieran podido descubrir nunca. Si no hubiera sido por ellos, en las escuelas, quién sabe, tal vez no se hubiera enseñado más allá de Bécquer o, lo que hubiera sido peor, llamar a Pemán el mejor de los poetas españoles (esta escandalización mía no es sólo ideológica); y aún así, todavía faltan reconocimientos, y lo que es peor, el peligro de que renazcan las aristocracias culturales que incluso militen el PSOE o en el PCE, como es el caso de la SGAE, gracias a reformas educativas altamente perniciosas como ciertos aspectos del Plan Bolonia: y esto es realmente peligroso, porque supondrá una reacción a los tiempos en los que sólo un grupo preparado económicamente pueda acceder a la cultura. A fin de cuentas, es posible que esto se esté haciendo porque «La poesía es un arma cargada de futuro«.

 

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