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Historia de la canción de autor: nacionalismo, regionalismo y solidaridad II


En la última entrada (que me complace y enorgullece decir que fue enlazada por la Unidad Cívica por la República) ofrecí una visión general y su historia de lo que dentro de la canción de autor podría denominarse canción regionalista o nacionalista. Podríamos ahora caracterizar esas canciones: voy a basarme, principalmente, en los tres discos que mejor ejemplifican este espíritu (y que mejor conozco): Los comuneros de Nuevo Mester de Juglaría, La cantata del mencey loco de los Sabandeños, y Quan el mal ve d’Almansa de Al Tall, pero no sólo. 

Algo que debiéramos apuntar es que la reivindicación regional a través de la música mediante la lengua y/ o el folklore no fue un fenómeno meramente español, sino que, casi sin tener relación entre ellos, es un fenómeno que está en muchos lugares casi al mismo tiempo: aparecen grupos de música celta como los bretones Gwendal, los irlandeses Dubliners y Chieftains,  o los británicos Pentangle; también, en Norteamérica se asiste al endurecimiento de la música negra, ya fuera con las letras, con los ritmos, o bien con indumentarias que los negros habían comenzado a exhibir; aparece también entonces el reggae, de la mano de Bob Marley, que, desde entonces será la música-bandera de los negros y del tercer mundo; amén de la música folklórica andina de corte indigenista y otras experiencias similares a lo largo del mundo. Todo eso casi a la vez que aquí aparecían los grupos de folk y los grupos de rock con raíces o étnicos.
En primer lugar, decir que la canción regionalista/ nacionalista no era únicamente un contenido que se pudiera resumir en el grito «¡viva mi tierra libre!», sino que es más amplio y necesita matizaciones. Principalmente, tenía dos funciones (que son en las que podríamos resumir la entrada anterior a ésta): la solidaridad y la reivindicación.
La función solidaria de estas canciones operaba de esta manera: el cantante o grupo canta una canción en la que explica alguna de las cosas que afectan a su tierra; lo que ocurre entonces es que los oyentes que no son de allí la sienten más cercana y comparten el sentimiento del autor: se solidarizan. La canción se había convertido en un estupendo vehículo de acercar a los demás una tierra para darla a conocer (no de manera turística).
Respecto a la función reivindicativa -la más conocida-, pues poco más se puede decir: servía para intentar unir a los habitantes de esa tierra en una misma reivindicación y despertar la conciencia de pueblo, lengua, identidad, nacionalidad y tierra. Pero no se cantaba para todos los habitantes de la región, sino sólo para algunos muy concretos:
¿A quién/ quiénes canta este tipo de canciones? Cantan casi exclusivamente a las clases trabajadoras/ campesinas de la región y nunca (al menos de manera solidaria o laudatoria) a las clases acomodadas, entendidas éstas siempre como aprovechadas de la clase baja: a pesar de que nacionalismos como el vasco y el catalán fueran fundados en el siglo XIX por las clases burguesas, en esta época se huye de aquel viejo nacionalismo y se entrelaza con el socialismo. Desde éste punto de vista, las canciones tendrán temas muy variables, o se acentuarán unos temas ante otros, dependiendo de la región; así pues, por ejemplo, la canción gallega pone más el acento en lo que venía siendo su problemática desde siglos: la emigración; los andaluces (Carlos Cano, Antonio Mata, Gerena) solían poner el acento en el anti-señoritismo; Víctor Manuel narraba las miserias, penas y dolores de los mineros; los vascos ponían mucho énfasis en el tema lingüístico y en los presos políticos; y un largo etcétera en el que, no obstante, se siente un mismo sentimiento: el amor a la tierra. Pero a veces aparece también la desesperación, incluso el, aunque no exactamente, odio a la tierra, sino a las circunstancias, a las injusticias. A la tierra de uno se la ama, pero también se desespera porque son pobres, porque su suelo no da para comer; ejemplos de éstas pueden ser «Extremadura» de Pablo Guerrero, «La meva terra» de Lluís Llach, «Santo Cristo de Hontariego» de La Fanega, «Me dicen que no quieres» (con letra de Labordeta) y «Y estos yermos de Aragón» de La Bullonera, «Aragón» de Labordeta, «Mi Puebla se quea sola» de Manuel Gerena, «Quatre rius de sang» de Raimon, «Nuestra Andalucía» de Jarcha… Es, ante todo, el dolor de tener que dejar la tierra, o el sufrimiento silencioso de la más reciente historia, con su guerra civil a cuestas.
Se reivindica la tierra y la lengua o dialecto (si la hubiera), pero con ello también a los poetas patrios de todos los tiempos, especialmente románticos y post-románticos como los gallegos Rosalía de Castro o Manuel Curros Enríquez, pero también ya cercanos o del siglo XX como el canario Ramón Gil Roldán (autor de los textos de la Cantata del mencey loco), el catalán Pere Quart, el leonés Luis López Álvarez (autor de Los comuneros y del poema Romance de la reina Juana, que cantó en su primer LP Amancio Prada), el gallego Ramón Cabanillas, o, incluso -aunque más reciente en la voz de Luis Pastor- el extremeño Luis Chamizo (que escribía en dialecto extremeño). Y, cómo no, los tres grandes poetas en las otras tres lenguas cooficiales: el vasco Gabriel Aresti, el catalán Salvador Espriu, y el gallego Celso Emilio Ferreiro. Todos estos poetas, pero muy especialmente estos tres últimos, deslumbraron con sus letras y su filosofía a toda una generación de cantores ansiosos en expresarse en su lengua materna y hablar de su tierra. Esto tiene mucha relación con el siguiente punto.
Muchas de estas canciones son grandes lecciones de historia: gracias a ellas aprendemos una base de sucesos históricos que, muchas veces, están sólo para el conocimiento de grandes estudiosos (para muchos, nuestra historia comienza con el matrimonio de estado de Isabel de Castilla y de Fernando de Aragón). Generalmente cuentan una injusticia y/ o derrota histórica cuya estructura suele ser: una época de bonanza para la gente de la región, muchas veces producida por una revolución contra una injusticia o una situación desfavorable o insoportable (Los comuneros; Quan el mal ve d’Almansa; «Aragón, 20 de diciembre de 1591» del grupo Boira; la versión de «Els segadors» de Rafael Subirachs, evocando el levantamiento de los segadores catalanes contra Felipe IV -gracias a Amara por su observación); se produce una batalla o invasión (La cantata del mencey loco; El rey Al’Mutamid dice
adiós a Sevilla
de Carlos Cano) provocada por la reacción (o fuerza invasora) generalmente de índole real (Carlos I en Los comuneros, Felipe V en Quan el mal…); los rebeldes y/ o resistentes son apresados, y se procede a su ejecución; al final suele haber, a modo de epílogo, una canción inflamada, como un himno, en el que al mismo tiempo que se lamenta la injusticia histórica, se llama a recuperar aquello: por ejemplo, «Castilla, canto de esperanza» o el «Canto final» del mencey loco. Estas canciones venían a plantear dos cosas fundamentales: la pérdida de sus derechos e identidades por esta derrota hasta la actualidad, y que eran una excelente manera de denunciar al régimen entendiéndolo como sucesor de aquellos otros (esta idea aparece en uno de los versos de López Álvarez que no recogen Nuevo Mester de Juglaría para su canción).
Pero, por supuesto, también canciones que explicaran la situación actual, bien enlazándola con el pasado remoto («Regreso a la semilla» de Elisa Serna), bien meramente en sus días («Euskadin represioa» -la represión en Euskadi- de Txato Agirre, cantada tanto por Fernando Unsain como por Imanol).
También había himnos, cómo no, bien de la autoría del cantante, bien tomados de algún poeta: «Berros de loita» del poeta Cabada Vázquez, cantada por Benedicto; «Acción galega» de Cabanillas cantada por Xerardo Moscoso; el poema «Asturias» de Pedro Garfias, por Víctor Manuel; «La Rioja existe, pero no es» de Carmen, Jesús e Iñaki; «Aragón» de Labordeta (aunque éste encajaría más bien en la primera clase que hemos nombrado); «Ver para creer» de La Bullonera; «Verde y blanca» de Carlos Cano; «Batasuna» de Telesforo Monzón por Pantxo eta Peio, «Euskadi» o «Gure lekukotasuna» del grupo de rock progresivo Errobi… A parte de los himnos oficiales de cada tierra -si los había- declarados ilegales o parcialmente tolerados desde 1939: véase «Himno de Andalucía» (Enrique Morente, Jarcha, Carlos Cano), «Els segadors» (Marina Rossell, Subirachs), «O Breogán»… y otros más ilegales aún, antiguos, que reflejaban el sentir de un pueblo («Eusko gudariak», «La Santa Espina», «Pendón morado»…).
Aunque el sentimiento nacionalista o regionalista no necesariamente se tenía que reflejar literariamente, especialmente en épocas más duras en las que poco se podía decir y, generalmente, carecían de otra lengua que no fuera el castellano  para expresarse. Aunque el interés antroplógico es evidente y obvio, no hay duda de que latía el sentimiento de reivindicación regional cuando Joaquín Díaz, Ismael, los cantautores vascos, los grupos castellanos, los grupos canarios y el Grup de Folk (amén del LP de Josep Maria Espinàs -fundador de Setze Jutges- Cançons tradicionals), entre otros, deciden recuperar la música que era suya y que el régimen les había robado (o les había intentado robar) para legitimar la unidad nacional: el espíritu español que se manifiesta a través de sus «peculiaridades regionales». No podían, claro, entonces considerarse de subversivos y peligrosos (en cuanto a los que únicamente se dedicaban a la interpretación estricta de estos temas: me refiero a los comienzos de los castellanos y de los canarios). Esto supuso un primer paso para que en la siguiente década estos grupos castellanos y canarios se politizaran, a la vez que salían nuevos grupos de folk muy combativos, incluso entre muchos que al principio se negaron a hacer algo parecido a folklore, como era el caso gallego, hartos de ver la usurpación de la gaita y el pandeiro que el régimen hacía. Grupos como los gallegos Fuxan os Ventos y Xocaloma, junto a los anteriores Voces Ceibes y nuevos cantautores, como Luis Emilio Batallán; los aragoneses Boira y La Bullonera; los andaluces Jarcha; los castellanos La Fanega; los baleares Uc; los vascos Oskorri o Aseari, los asturianos Nuberu; los canarios Chincanarios y Verode; además de los grupos y solistas ya citados, venían, a principios y mediados de los 70, a reivindicar su tierra con la palabra, pero también con los sones y danzas de sus tierras. Cosa que también se puede rastrear en el rock de estilo progresivo que se empieza a hacer entonces: el rock andaluz, mezclando el flamenco con la guitarras eléctricas: Smash, Triana, Alameda, Medina Azahara… (es representativa las declaraciones de Tele, batería de Triana: «Chicago son de Chicago y se llaman Chicago. Pues nosotros somos de Triana»; el rock vasco de Errobi, el gallego de NHU, y los grandes grupos catalanes de rock progresivo: Iceberg, Companya Elèctrica Dharma…

Durante todos aquellos años que van aproximadamente desde mediados de los 60 hasta finales de los 70, estos cantantes tomaron como responsabilidad propia el hacerse voceros de su tierra, de su lengua, de sus gentes, de sus penas y alegrías, de su historia, y de las injusticias que sufrían para reivindicar lo que historicamente les pertenecía como pueblo y para acercar sus sentimientos al resto del país.. Nadie debería sentirse ofendido por ello.

Historia del folk español VIII: el regionalismo


El folk-protesta trajo una gran novedad a la canción protesta: el regionalismo (sé que se podría llamar nacionalismo en algunos casos, pero como esa palabra no me gusta, y me refiero a algo más bien reivindicativo desde un sentido menos violento, prefiero usar ésta porque es más simpática). Y es que ¿se os ocurre que la música tradicional para reivindicar la región, la poesía, la lengua o dialecto y, como no, la música? Pues a eso me refiero.
Bien es cierto que bastantes cantautores «convencionales» ya habían reivindicado con canciones su tierra; por ejemplo, Josep María Espinàs, además utilizando una vieja balada, reflexionaba: «Qué s’ha fet dels mocadors/ que volien ser banderas?». Pero es a principios de los 70 cuando la música empieza a ser bandera de las diferentes regiones y no viene de la mano de los catalanes, los vascos o los gallegos: sino de los castellanos. En 1969, el grupo Nuevo Mester de Juglaría editó lo que fue la colección de himnos regionalistas castellanos más importantes, basados en el libro de poemas de Luis López Álvarez con el mismo título, este grupo redefinió el orgullo de ser de Castilla: Los Comuneros fue el signo de que el folk dejaba su mera labor de interpretación para convertirse en un instrumento más de protesta.
Este regionalismo reivindicaba a través de la poesía regional y de la música tradicional no sólo la cultura, sino también la historia: se recuerda viejas eras, amargas derrotas en las que los reyes moros de Al-Andalus, los comuneros de Castilla, los agermanados valencianos o los guanches de Canarias cayeron en manos de lso reyes de España, quedando aplastada su identidad regional.
Antes que Mester de Juglaría, trabajaba en Canarias Los Sabandeños; fue en Canarias donde más pronto se empezó a hablar de independentismo y regionalismo, pero el salto a la canción protesta se produce a principios de los 70. Siguiendo el ejemplo de los castellanos, los Sabandeños recrearían la dura derrota guanche a mano de los reyes de Castilla en el disco La cantata del mencey loco; a este le seguirían otros como Canarios en la independencia latinoamericana. Tras su ejemplo, los nuevos grupos folk canarios comenzaron a identificarse con los guanches: Taburiente graba La raza vive, Ach Guañac; etc.
Siguiendo estos ejemplo, los valencianos Al Tall editarían en el 79, recreando la derrota y la represión de Valencia durante y tras la guerra de sucesión entre Carlos de Austria y Felipe V de Borbón.
Los andaluces también fueron muy precoces en esto, y así hay discos y canciones como El sudor unido es una bandera de Gerena, Andalucía: 40 años de Menese, Blanca y verde y Andalucía superstar de Carlos Cano, y, cómo no, las canciones de Jarcha, tal vez los más regionalistas: Nuestra Andalucía, Andaluces de Jaén, Segaores y una versión del Himno de Andalucía de Blas Infante, padre del andalucismo.
Los vascos también tienen buenos ejemplos: Agur Euskal-Herriai, Guk euskaraz, zu zergatik ez de Urko; Oskorri, Euskadi euskaraz de Oskorri; Oskorria-Burgos, 1970 de Imanol; y versiones del himno de batalla de la Guerra civil de los soldados vascos: Eusko gudariak; Aseari lo graba así, Oskorri lo utiliza de base y también Xabier Lete en Euskalerri nerea (truco: aunque grabado en una era anterior a la muerte de Franco, siempre se podía decir que se trataba de la canción popular Atzo Bilbon, canción que es la base de esta otra).
Los gallegos, que ya se habían reconciliado con la música tradicional, tampoco dudan en usarla para la protesta. Benedicto, Bibiano, María Manoela, Xerardo Moscoso entre otros, junto al grupo revelación folk Fuxan os Ventos, arroparon sus propios textos o los de los poetas gallegos con su música. Un ejemplo muy claro es la del cantautor del Bierzo (León) Amancio Prada y su habilidad para imitar la pandeirada en la guitarra en algunos textos de Rosalía de Castro.
Los asturianos hasta entonces, habían estado representados por Víctor Manuel, y aunque él tuvo siempre sus raíces astures en muchas de sus canciones y llegó a cantar en bable, es a mediados de los 70 cuando solistas como Gerónimo Granda o el grupo de folk Nuberu cantan lo asturianu a lo asturianu: en bable y con su música. «Dios te guarde de Castiella» o «Atiendi, Asturies» son sólo dos ejemplos de este gran grupo astur.
En Cataluña había poco folk nuevo, aunque los grupos nuevos como Coses y los de rock-progresivo como Companyia Elèctrica Dharma lo tenían como base. Curiosamente, en lo musical, es la región menos regionalista abiertamente comparada con Castilla o Canarias; pero sí hay ejemplos como el de Rafael Subirachs cantando una incendiaria versión de Els Segadors. Más combativos en lo regionalista por el folk fueron los baleares: Marina Rossell canta Els segadors, y el grupo UC reivindica la isla de Eivissa.
Los castellanos, curiosamente (quizás estaban más hartos que nadie de ser ejemplo de nada y que el resto de compañeros les criticasen por ser castellanos), son de los más regionalistas. Mester de Juglaría, pero también La Fanega, Joaquín Díaz o Elisa Serna, que cantaba en «Regreso a la semilla»: «…y Castilla no fue España» y «Regreso a la semilla que esparcieron los comuneros».
En Aragón cunde el ejemplo de Labordeta y su Aragón o Rogativa del agua y un largo etcétera de este gigante; junto a él Joaquín Carbonell y los nuevos grupos de jota reivindicativa: La Bullonera («Son los amos de mi tierra como el perro del hortelano» decía una canción, o ésta de viva actualidad: «Quien quiera quitarle el agua a Aragón/ se las tiene que ver con toda su población») y Boira, reviviendo los sucesos de 1591.
Expresiones menores, es decir, regiones con menos representación fueron La Rioja, con Carmen, Jesús e Iñaki: «La Rioja comienza a caminar», artífices de la toma de conciencia de una identidad riojana; el cántabro Daniel vega, y el manchego Manuel Luna.
Sin embargo, no era como es hoy nacionalismo en sentido perverso, sino regionalismo en sentido sano: las diferencias les unían lejos de separarlos; era justamente lo contrario que la ideología de Sección Femenina: si ellas decían «La unidad de España por sus diferencias», estos dijeron «La unidad y la solidaridad de los pueblos por sus diferencias, pero no sumisión»; si en ellas primaba la unidad, aquí prima la diferencia. Y quizás por esto salen también personas como Eliseo Parra, que, aunque trabaja con el folklore castellano, se presta a todo tipo de folklore.
Debería quedar de ejemplo esta solidaridad que hubo para hoy, cuando tanto nos torturan con centralismos o nacionalismos (xe!: que el centralismo también es un nacionalismo!), unirnos en solidaridad y compartir lo que de bueno tienen todas las regiones: no imponerse ni sobreponerse ni subponerse. 

(siento haber repetido tanto la palabra «ejemplo»)

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