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La canción a Thälmann


Ernst Thälmann (1886-1944) -o Thaelmann, para la pronunciación simplificada- fue el dirigente del Partido Comunista Alemán (Kommunistische Partei Ernst-ThaelmannDeutschlands) tras el fracasado Levantamiento Espartaquista (1919) después de haber militado en partidos socialdemocratas. En 1932, Thälmann se presentó por el Partido Comunista a las elecciones contra el mariscal monárquico y actual presidente de la República de Weimar (a la que intentó ser fiel, a pesar de sus convicciones) Paul von Hindenburg y el Partido Nacional-Socialista de Adolf Hitler, en la segunda vuelta. Hindenburg resultó elegido presidente de nuevo, pero los nazis habían ganado las elecciones, y el Partido de Thälmann resultó ser el menos votado. Sin embargo, el manipulable presidente y antiguo mariscal prusiano, envuelto en ciertos escándalos, nombra a Hitler canciller de la república, y comienza así el descenso a los infiernos de Alemania y de toda Europa. En 1933, muchas libertades habían sido ya abolidas por el canciller Hitler, y por esa razón, Ernst Thälmann, por realizar una reunión de los socialdemócratas y los comunistas, es detenido y encarcelado. Veinte días después, el 27 de febrero, el parlamento alemán, el Reichstag, cae pasto de las llamas; la “táctica Nerón” de Hitler era clara –independientemente de quién lo hiciera al final, algo aún por esclarecer-: los comunistas, que acusaban abiertamente a los nazis, son declarados culpables: se detiene a los búlgaros Georgi Dimitrov (secretario de la Internacional Comunista), Vasil Tanev y Blagoi Popov, y al neerlandés Marinus van der Lubbe, detenido en el lugar de los hechos, y que se convertiría en el chivo expiatorio, al no poderse demostrar la implicación del comunismo nacional e internacional, tras un juicio-farsa. El intento de implicar al líder de los comunistas alemanes no tiene éxito, pero Thälmann seguiría encarcelado, siendo posteriormente trasladado al campo “de concentración” de Buchenawld, en donde, e18 de agosto de 1944, por orden expresa de Hitler, es fusilado, aunque dijeran que murió a causa de un ataque aéreo aliado.

h,Ernst_Thaelmann,240,160,0Hitler convence a Hindenburg de que declarase el estado de emergencia y a firmar el Decreto del Incendio del Reichstag, por el que se disolvía el Reichstag y se recortaban ostensiblemente las libertades democráticas. La intelectualidad y las fuerzas políticas internacionales democráticas abogan por la liberación de Dimitrov y Thälmann, firmando manifiestos protestas: sus nombres serían reivindicados por intelectuales de diversas nacionalidades durante el I Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura; Dimitrov saldría en libertad en 1934, pero no Thälmann, que el día de su cumpleaños recibe mensajes de felicitaciones y de solidaridad por parte de grandes intelectuales como el ruso Maxim Gorki y el alemán Heinrich Mann: era el 16 de abril de 1936, y meses después estallaba la guerra civil en España, para la que Hitler prestó una ayuda inestimable (mal que algunos, tanto hoy como ayer, lo nieguen); algunos voluntarios alemanes que participaron en las Brigadas Internacionales se agruparon bajo el batallón que llevaba su nombre: la Thälmann Kolonne, o Batallón Thaelmann.

Rafael Alberti lee poesía al V Regimiento (Febrero, 1936) A las muestras de antifascismo y solidaridad internacional no fue ajena –más bien, orgullosamente todo lo contrario- la intelectualidad española, de cuyas mejores y diversas, tanto estilista como ideológicamente, plumas son las firmas que pedían su liberación sin condiciones. En el transcurso de estos años de guerra, los grandes poetas y compositores republicanos trabajaron juntos en una serie de himnos de batalla y revolucionarios que aspiraban a convertirse en populares, en un verdadero antecedente inmediato de la canción de autor española. Las canciones fueron recopiladas por Carlos Palacio en 1939 en la Colección de canciones de lucha. Ésta, escrita por Rafael Alberti y compuesta por Jesús Villatero, data del año 33, obviamente compuesta para la campaña por la liberación del camarada Thälmann –existe otra pidiendo la liberación del dirigente comunista brasileño Luis Carlos Prestes, pero ésa otro día-, y que alcanzó gran difusión entre los obreros. Esta versión está interpretada por un coro de cámara bajo la dirección de Salvador Moroder, con Ana Vega Toscano al piano:

Himno a Thaelmann

¡Camaradas, hombro con hombro!
¡Camaradas, más firme el paso!
¡Para marchar en cadena
una cadena tejamos!
¡Para marchar en cadena
una cadena tejamos!

¡Norte, Sur, Este y Oeste!
Unidos vienen cantando,
los proletarios avanzan,
ya avanza el proletariado,
¡Viva!
Thaelmann será libertado.

¡Camaradas, hombro con hombro!
¡Camaradas, más firme el paso!
¡Para libertar a Thaelmann
hoces y puños en alto!
¡Para libertar a Thaelmann
hoces y puños en alto!

Ya las hachas retroceden,
tiembla Alemania/ el nazismo sangrando,
rueda por tierra el fascismo,
¡Muera!
al pie del proletariado.

Rafael Alberti – Jesús Villatero

http://www.altavozdelfrente.org/index.php?option=com_content&task=view&id=18&Itemid=30

http://www.ildeposito.org/archivio/canti/canto.php?id=631

Historia de la canción de autor: 1968-1975


A mediados de los 60, una tímida apertura propiciada por la subida al poder de las familias tecnócratas, más preocupadas por el desarrollo tecnológico e industrial del país que por la salvación moral o el espíritu nacional (aunque quiero dejar constancia que de ninguna manera esto constituye una alabanza) y, muy especialmente, por el potencial turístico que siempre poseyó España, permitió ciertas libertades en las artes. En palabras del cineasta Jesús Franco, la llegada al poder de personajes como Manuel Fraga y Pío Cabanillas supuso una bocanada de aire fresco (¡Fíjate cómo estábamos!, dice el director). Pero claro, nadie se llame a engaño, censura había, generalmente preceptora de los principios del movimiento nacional y de la moral cristiana. Simplemente fueron tiempos propicios para hacer algunas cosas y aprovechar esa pequeña apertura. Es en ese contexto en el que nace en todo el país la canción de autor.
Pienso que posiblemente el gobierno franquista no prestará mucho caso a ciertas manifestaciones y considerarlas simples fenómenos folklóricos minoritarios, pero debió llegar un momento en el que se vio desbordado ante la cantidad de canciones sospechosas. Canciones como «L’estaca» se publicaron sin muchos problemas creyendo haber salvaguardado los principios «patrios»; sin embargo, al gobernador civil de Cataluña se le debió de caer el mundo encima cuando vio cómo cantaba el público: «Segur que tomba i ens podrem alliberar»… A raíz de esto la censura fue endureciéndose. Pero no sólo por esto…
En 1968, la sucesión de revueltas estudiantiles, inspiradas por el Mayo francés, la presión de los grupos de oposición y la actuación armada de algunos grupos de extrema izquierda e independentistas provocaron que fuera declarado el estado de excepción. Muchas publicaciones y obras de cualquier tipo son secuestradas por el Ministerio de Información y, la mayoría, no ven jamás la luz: es el caso del libro-disco de Labordeta Cantar y callar, que desaparece en el año 69: se trataba de un EP acompañado por un libro de poemas del cantante aragonés. Pero curiosamente, en los primeros años 70, a pesar de prohibiciones, los cantautores y grupos de folk encontraban sitio en televisión y radio: esto es sólo explicable porque allí llegó gente nueva, gente joven y progresista que deseaba meter el dedo en la llaga de alguna u otra manera.
Por otro lado, varios cantantes, a finales de los 60 y principios de los 70, se ven obligados a emigrar. La presión sobre Paco Ibáñez, que intentaba residir en Barcelona, consigue que regrese a su París natal. Lluís Llach decide actuar fuera para quitarse el sanbenito de cantante social y consigue un gran éxito en Francia, en el Olympia, y en Alemania, lugares donde todavía es bastante admirado. Un novel cantautor de nombre Imanol, involucrado en sindicatos abertzales y en ETA, es detenido bajo la acusación de pertenencia a banda armada; es soltado, pero cuando llega el proceso de Burgos decide exiliarse a Francia, en donde empezará su gran obra. También otros como Elisa Serna, harta de denuncias y detenciones, se verán obligados a pirarse: Xerardo Moscoso se va a París también, Benedicto a Portugal, en donde trabaja y colabora con el gran José Afonso. Algunos otros, sin tener una necesidad amenazante de emigrar, descubren el placer de actuar fuera. Francia era el lugar adecuado para ello: los jóvenes franceses veían a sus compañeros como un pueblo que luchaba por la libertad de su tierra y eran acogidos con los brazos abiertos. Quizá sí recordaban quiénes entraron primero en París.
Pero la dictadura franquista no fue nunca constante. Hay que tener en cuenta que España era un país en desarrollo, es decir pobre, y a algunos países no les hacía demasiada gracia la dictadura (aunque la prefirieran a la comunista); y por otro lado, la iglesia ya no era la del papa Pío IX, sino la de Juan XXIII y Pablo VI, papas más aperturistas que sus predecesores. Por eso, tras la tempestad, vino la calma. Pero encontramos un paisaje variado: la resistencia exterior e interior sigue presionando, aprovechando las épocas de apertura. Los cantantes exiliados, y algunos de los de dentro, son considerados tan peligrosos como la Pasionaria o Rafael Alberti, como es el caso de Paco Ibáñez, y a los que están aquí se les sigue con lupa: no es de extrañar que después de haber dado una gira por el extranjero un cantante o grupo descubriera que no le dejaban volver… Lejos de amedrentarse, se recrudecen las letras; los grupos de folk, hasta entonces considerados grupos de intérpretes de música tradicional, se politizan y hacen campañas regionalistas en discos y conciertos. A pesar de un gran regionalismo presente en la mayoría de los cantantes, se da una gran unidad entre ellos, y se llega a cierta conciencia de «raza musical»: la canción ibérica reúne a todos los cantantes y grupos de los pueblos de España, pero también a los de Portugal y Latinoamérica, e incluso saharauis; comienzan a hacerse recitales multitudinarios en los que cada región o país estaba representado por lo menos por un cantante o grupo… Pero, aunque esto suena muy utópico, la dictadura seguía estando ahí presente, y era una dictadura que mataba.
Hacia 1975, especialmente tras el atentado contra el presidente del gobierno Carrero Blanco, un nuevo estado de excepción volvió a traer el imperio del terror: toda actividad, incluida, y especialmente, la actividad artística, es observada con lupa. Se suceden las reyertas entre grupos de izquierda y derechas: descontrolados, los grupos paramilitares de ultra-derecha, muchos de ellos comandados por gente del gobierno, practican el miedo atentando, no sólo contra terroristas, sino contra todo tipo de persona sospechosa de «roja»: abogados, estudiantes, sindicalistas… Las manifestaciones y huelgas diversas son disueltas con gran violencia. Las detenciones masivas de sospechosos, así como las torturas, se sucedían; y, finalmente, los juicios sumarísimos, los tribunales militares y las ejecuciones: Salvador Puig Antich, anarquista, sería ajusticiado a garrote vil; más tarde serían los cinco últimos fusilados por el franquismo, con la firma del general: tres chicos del FRAP y dos de ETA. Este suceso movió conciencias masivamente: ni siquiera Pablo VI pudo resistir pedir su amnistía. Y tal vez fue el hecho que inspiró más canciones: por citar unas cuantas, porque este tema ya se abordará, podemos hablar de «Xurgatu egin zituzten» de Koska, «27 de septiembre» de José Barba, «27 de septiembre de 1975» de José Pérez, «Gure lagunei» de Urko, «El pueblo no olvidará» de Imanol, «Muerto a muerto» de José Menese, y el disco Manifiesto de Bernardo Fuster bajo el pseudónimo Pedro Faura; pero por supuesto, «Al alba», de Luis Eduardo Aute. Serrat, en gira por Latinoamérica entonces, no cantó nada al respecto, o al menos nada explícitamente como en estos casos, pero sus declaraciones al respecto le valieron el no poder volver a España.
En los 70, estas canciones se habían convertido, a pesar de la censura, en himnos de batalla para toda una generación, en la que dolorosamente hay deserciones también. «A galopar», «L’estaca», «Para la libertad», «Agur Euskal Herriari», «Pola unión», «Canto a la libertad» o «O can» se habían convertido para los opresores en temas tan peligrosos como «La Internacional» o «A las barricadas»; por esa razón se prohibían en los recitales -si es que los había, porque dicen que podías ser prohibido por provocar con la mirada, como dicen de Lluís Llach-.
Y un día de noviembre…

Solidarity forever, por Pete Seeger & The Weawers


Hay una historia de Estados Unidos, más allá de los Rockefellers y los Nixons, que intentan que no trascienda: una historia que Reagan y Bush censuran. La historia de Estados Unidos como una nación de obreros e inmigrantes: la América de Sacco y Vanzetti, de los chicos de Goldsboro, de Woody Guthrie, de John Steinbeck, de César Chávez, de Pete Seeger, de Martin Luther King… De esta canción, "Solidarity forever", compuesta a finales del siglo XIX sobre esta tonada tradicional, para la lucha sindical, civil, sexual y racial; una canción que la Brigada Lincoln hizo sonar también en las llanuras españolas durante la guerra civil. Pete Segger, con el grupo folk Weawers, la interpretó como nadie:

 
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