La gran pensadora española María Zambrano sentía una gran admiración y un no menor cariño hacia Antonio Machado, por la razón de que cuando Machado estuvo en Segovia entabló amistad con Blas Zambrano, su padre. Por eso se deshacía en elogios hacia el poeta, que sin embargo no velaba la auténtica esencia del poeta-pensador, en la reseña que hizo en la revista Hora de España, en diciembre de 1937, sobre su libro La Guerra, que reunía muchas de sus poesías escritas hasta ese momento y la prosa didáctica de su profesor apócrifo Juan de Mairena (con el que ya se había identificado plenamente), al que utilizaba para expresar sus sencillos pensamientos filosóficos (morales, políticos, estéticos, metafísicos…).
Aquí presentamos una selección de textos de esta reseña; se puede encontrar en María Zambrano: Los intelectuales en el drama de España y Escritos de la guerra civil. Presentación de Jesús Moreno Sanz. Editorial Trotta, Madrid, 1998, pp. 171-178 (III. Escritos y notas durante la guerra civil. “La guerra de Antonio Machado”).
La Guerra de Antonio Machado
(…)
«La poesía española es tal vez lo que más en pie ha quedado de nuestra literatura, cosa que no nos ha sorprendido, porque su línea ininterrumpida desde Juan Ramón Jiménez es lo más revelador, la manifestación más transparente del hondo suceso de España, y si algún día alguien quisiera averiguar la profunda gestación de nuestra historia más última, tal vez tenga que acudir a esta poesía como a aquello en que más cristalinamente se aparece. Lo que estaba aconteciendo entre nosotros era de tal manera grave, que huía cuando se pretendía apresarlo y aparecía, en cambio, en casi toda su plenitud cuando el hombre creía estar solo, entregado a sus más íntimos y recónditos afanes. Por esto y por otras razones, entre las que pudiéramos apuntar que la historia de España es poética por esencia, no porque la hayan hecho los poetas, sino porque su hondo suceso es continua trasmutación poética y quizá también porque toda la historia, la de España y la de cualquier otro lugar, sea en último término poesía, creación, realización total; por todo esto que se apunta y por otras cosas que se callan, tal vez sea la poesía española, desde Juan Ramón Jiménez hasta hoy, el índice o documento mejor de nuestros verdaderos acontecimientos.
«Testimonio de nuestro suceso, la poesía, hasta en sus últimas consecuencias, ha tenido el testimonio extremo, ha tenido sus mártires y hasta sus renegados, si bien es verdad que la poesía de estos últimos se ha desdibujado de tal manera que apenas existe. La poesía española hoy nos acompaña, justo es proclamarlo, y con tanta mayor imparcialidad por no ser quien esto afirma y siente de la estirpe de los poetas.
«Pero entre todos los poetas que en su casi totalidad han permanecido fieles a su poesía, que se han mantenido en pie, ninguna voz que tanta compañía nos preste, que mayor seguridad íntima nos dé, que la del poeta Antonio Machado.
«No es un azar que sea así, por la condición misma poética que de siempre ha tenido Machado; nada nuevo nos brinda, nada hay en él que antes y desde el primer día ya no estuviera. Y si hoy aparece en primer término y con mayor brillo, se debe no a lo que él haya añadido, sino a la situación de la vida española, a que por virtud de las terribles circunstancias hemos venido a volver los ojos, en esa última mirada de vida o muerte, hacia lo cierto, hacia lo seguro, hacia la verdad honda que en horas más superficiales hemos podido quizá eludir. La voz poética de Antonio Machado canta y cuenta de la vida más verdadera y de las verdades más ciertas, universales y privadísimas al par de toda vida. ¿Qué sería de nosotros, de todo hombre, si no supiésemos hoy y no nos lo supiese recordar el saber último que con sencillez de agua nos susurran al oído las palabras poéticas de Machado? Y aunque en última instancia todo hombre, toda hombría en plenitud, sepa de esas cosas, es necesaria siempre su formulación poética, porque en la conciencia de un poeta verdadero adquieren claridad y exactitud máxima, al ser expresadas, al ser recibidas por cada uno en su perfecto lenguaje, ya no nos parecen nuestras, cosa individual, sino que nos parecen venir del fondo mismo de nuestra historia, adquieren categoría de palabras supremas, esa que todo pueblo ha necesitado escuchar alguna vez de boca de un legislador, legislador poético, padre de un pueblo. Palabras paternales son las de Machado, en que se vierte el saber amargo y a la vez consolador de los padres, y que con ser a veces de honda melancolía, nos dan seguridad al darnos certidumbre. Poeta, poeta antiguo y de hoy; poeta de un pueblo entero al que enteramente acompaña.»
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«… La palabra del poeta ha sido siempre necesaria a un pueblo para reconocerse y llevar con íntegra confianza su destino difícil, cuando la palabra del poeta, en efecto, nombra ese destino, lo alude y lo testifica; cuando le da, en suma, un nombre. Es la mejor unidad de la poesía con la acción o como se dice con la política, la mejor y tal vez única forma de que la poesía puede colaborar en la lucha gigantesca de un pueblo: dando nombre a su destino, reafirmando a sus hijos todos los días su saber claro y misterioso del sino que le cumple, transformando la fatalidad ciega en expresión liberadora. Y sin buscarlo nos acude a la mente un nombre: Homero, a quien de un modo literario en nada pretendemos cotejar con nuestro humilde cantor de los campos castellanos, el cantor -¿coincidencia?- de las altas praderas numantinas. No se trata de comparar méritos, ni nosotros sabríamos discernirlo, pero es quizá una categoría poética que un poeta determinado puede llevar con o más menos talento, con más o menos fortuna literaria. Si acude con su grandeza impersonal –impersonal hasta en su ciega mirada- el divino cantor de la Grecia legendaria es por eso, justamente, por su impersonalidad, porque a su través ya no creemos escuchar a un hombre determinado, sino a un pueblo.
«Todo ello acude a decirnos que es Antonio Machado un clásico, un clásico que por fortuna vive entre nosotros y posee viva y fluyente capacidad creadora. Y es clásico también por la distancia de que su voz nos llega; con sentirla cada uno dentro de sí, se le oye llegar de lejos, tan de lejos que oímos resonar en ella todos los íntimos saberes que nos acompañan, lo que en la cultura viene a ser la paternidad, aquello que poseemos de regalo, de herencia. Por el solo hecho de ser española recibimos el tesoro con nuestro idioma, lo recibimos y llevamos en la sangre, en lo que es sangre en el espíritu, en aquello vivo, íntimo y que, siendo lo más inmanente, es lo que nos une: la sangre de una cultura que late en su pueblo, en el verdadero pueblo, aunque sea analfabeto. Y por esto es también su viva historia lo que pasa y lo que queda.»
«Poeta clásico. Una de las cuestiones que más falta haría aclarar y poner de manifiesto es la diferente manera de ser poeta o las diferentes formas de poesía. No cabe con una mínima honestidad intelectual abarcar lo mismo a fenómenos y sucesos tan desemejantes como el de Verlaine y Dante, por ejemplo. Aunque a todos abarque la unidad de la poesía, sin duda son varias las especies de ella, que hacen distinta la situación del poeta con respecto a su propia poesía y distinta la función histórica de la misma poesía.»
(…)
Machado: «Todo poeta –dice Juan de Mairena- supone una metafísica; acaso cada poema debiera tener la suya –implícita-, claro está –nunca explícita-, y el poeta tiene el deber de exponerla por separado, en conceptos claros. La posibilidad de hacerlo distingue al verdadero poeta del mero señorito que compone versos.»
«Es esta relación entre pensamiento filosófico y poesía uno de los motivos más hondos para clasificar a un poeta, si la tal clasificación existiera. Un motivo hondo, moral, salta a la vista en el caso de Machado. Y es el sentimiento de responsabilidad. Machado hombre acepta lo que dice Machado poeta y pretende en último término darnos las razones de su poesía, es decir, que el poeta humildemente (…) somete a justificación su poesía, no la siente manar de esas regiones suprahumanas que unas veces se han llamado musas, otras inspiración, otras subconciencia, designando siempre, al poner su origen tan alto o tan bajo, mas nunca en la conciencia, que la poesía no es cosa de la que se pueda responder; que ello es cosa de misterio, cosa de fe, milagrosa revelación humana en que no interviene el Dios, pero sí lo que cerca del hombre sea más divino, esto es, más irresponsable.
«Machado, que dice sin embargo, en una de las páginas de este libro: “por influjo de los subconsciente sine qua non de toda poesía”, somete luego la poesía a razón diciendo que la lleva implícita, es decir, que en último término no cree en la posibilidad de una poesía fuera de razón o contra la razón, fuera de la ley. Para Machado, la poesía es cosa de conciencia. Cosa de conciencia, esto es, de razón, de moral, de ley.
«Y si miramos a su propia poesía, sin atender a los pensamientos que Juan de Mairena o el mismo Machado hombre nos da en La Guerra, vemos que no le es ajeno el pensamiento. No sucede esto en el mundo por primera vez: que pensamiento y poesía, filosofía y poesía se amen y se requieran en contraposición, y tal vez para algunos, consuelo de aquellas veces en que mutuamente se rechazan y andan en discordia. No es la primera vez, y así acuden a nuestra memoria las diversas formas de esta unidad. Los primeros pensamientos filosóficos son a la par poéticos [Parménides y Pitágoras, «poetas y filósofos son al mismo tiempo los descubridores de la razón en Grecia»; Dante (poesía escolástica), Baudelaire; pero, más cercano, Jorge Manrique] (…) De un lado Jorge Manrique, de otro la poesía popular, especialmente andaluza, en que nuestro pueblo dicta su sentir, sentir que es sentencia, esto es, corazón y pensamiento.»
El estoicismo de Manrique parece tener raíces populares
Machado, como, en cierto modo, por el tema del amor, su carácter de “poeta erótico”, continuador de la mística de san Juan de la Cruz:
«… Amor infinito hacia la realidad que le mueve a reintegrar en su poesía toda la íntima sustancia que la abstracción diaria le ha restado.»
(…)
Machado: «Poesía y razón se completan y requieren una a otra. La poesía vendría a ser el pensamiento supremo por captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluente, movediza, la radical heterogeneidad del ser.»
(…)
«Amor y conocimiento, a través de estas páginas de La Guerra, van directamente hacia su pueblo. La entereza con que el ánimo del poeta afronta la muerte le permite afrontar cara a cara a su pueblo, cosa que sólo un hombre en su entereza puede hacer. Porque es la verdad la que le une a su pueblo, la verdad de esta hombría profunda que es la razón última de nuestra lucha. Y en ella, pueblo y poeta son íntimamente hermanos, pero hermanos distintos y que se necesitan. El poeta, dentro de la noble unidad del pueblo, no es uno más, es, como decíamos al principio, el que consuela con la verdad dura, es la voz paternal que vierte la amarga verdad que nos hace hombres. Voz paternal de Machado, aunque tal vez a sentirla así contribuya, para quien esto escribe, el haber visto su sombra confundida con la paterna en años lejanos de adolescencia (…)»
El libro se cierra con un recordatorio a Emiliano Barral
«… Sin melancolía y con austero dolor nos habla a lo más íntimo de nosotros este libro, La Guerra, ofrenda de un poeta a su pueblo.»
Hora de España (Valencia-Barcelona), XII (diciembre de 1937), pp. 68-74
La edición que utilicé reproducía al final del texto, a modo de anexo, una carta que Antonio Machado le remitió a María Zambrano, no recuerdo si en agradecimiento por la reseña. Una carta en la que Machado habla a la pensadora en unos modos que denotan a la vez un inmenso cariño y un profundo respeto. Machado, a pesar de ser tan mayor como lo era el padre de Zambrano, le habla en los mismos términos en los que se podría referir a cualquier otro. No recogí la carta, pero en este blog se reproducen las palabras finales de dicha carta:
Diga V. a su padre -mi querido don Blas-, que lo recuerdo mucho, y siempre para desearle toda suerte de bienandanzas y de felicidades. Dígale que, hace unas noches, soñé con que nos encontrábamos otra vez en Segovia, libre de fascistas y de reaccionarios, como en los buenos tiempos en que él y yo, con otros viejos amigos, trabajábamos por la futura República. Estábamos al pie del acueducto y su papá, señalando a los arcos de piedra, me dijo estas palabras: "Vea V., amigo Machado, cómo conviene amar las cosas grandes y bellas, porque ese acueducto es el único amigo que nos hoy queda en Segovia". En efecto -le contesté-, palabras son esas dignas de su arquitecto. (Poesía y Prosa, Tomo IV, pág. 2228, ed. de Oreste Macrì)
Recopilado por Javier Quiñones Pozuelo
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