Os invito a leer mi artículo para Nueva Tribuna acerca de la serie de animación Steven Universe: una serie que lleva valores muy útiles y beneficiosos para la educación de los niños
Archive for the ‘TV’ Category
5 Oct
Experimento GH: las ratas libres del laboratorio social
Me daba un poco igual la final (el ganador, más que cantado), y salí. Vuelvo a mi casa, y cuando llego al portal escucho una algarabía que venía de los balcones, como si se hubiera marcado un gol: no sólo anunciaba al flamante ganador de la primera edición de Gran Hermano, era la constatación de que el mayor experimento sociológico hecho en televisión había triunfado.
Puede que a estas alturas, cuando el famoso formato televisivo que causó impacto y (pseudo) revolución cultural en la España del siglo XXI ha muerto (o eso parece), no tenga demasiado sentido hablar de él, pero, como con tantas otras cosas que no acabamos de entender, también es bueno echar la vista atrás, contemplarlo todo con perspectiva y preguntarnos: ¿qué nos ha pasado? Ésta es sólo una opinión: puedes compartirla, llamarme ingenuo o alarmista, o puedes decir que sólo fue un espectáculo. En cualquier caso, no agobiaré con detalles del programa, sus personajes ni curiosidades, aunque acaso me detendré en la primera edición. Sí puedo asegurar que nadie será difamado (curémonos de espantos).
Génesis: Érase una vez, en Holanda…
Big Brother, cuyo título está inspirado por George Orwell, fue una idea del productor holandés Jon De Mol Jr., y consistía en encerrar en una casa a un grupo de personas anónimas que no se conocieran entre sí para que convivieran; la abundancia o escasez de provisiones en la casa dependía de si superaban o no algunas pruebas grupales. A lo largo de la semana, los televidentes veían cómo los concursantes llevaban esa convivencia, y podían evaluarla decidiendo si expulsaban a aquellos concursantes que contaban con los suficientes votos de sus compañeros para abandonar la casa: lo que se llamaba nominar (muy parlamentario). Naturalmente, la audiencia se inclinaba más por aquellos que les eran más simpáticos, independientemente de si su grado de convivencia era el adecuado. La primera edición absoluta tuvo lugar en Holanda, en 1999, e imagino que fue, más que un éxito, una revolución televisiva; así que televisiones de todo el mundo desembolsaron millonadas para comprar los derechos necesarios y emitir sus propias ediciones.
Un año después llegó a España, emitido por Tele 5.
1ª Edición: el gran experimento sociológico
A ti que te gusta la filosofía debería gustarte, me decía un personaje de quien no quiero acordarme. Precisamente por eso no me gusta, respondí yo, aunque confieso que al final me enganchó, pero no por los supuestos conceptos filosóficos que algunos intelectuales previo pago decían que tenía el programa: era por diversión, distracción; no te lo voy a excusar desde argumentos profundos: me hacían gracia los concursantes, eran simpáticos en su mayoría. Pero echando la vista atrás, descubres cómo te enredaron en su tela de araña, porque ni siquiera eso era inocente. Llegué a ver algo la segunda y tercera edición, pero mi interés decayó por completo: esporádicamente veía cachos de otras ediciones porque me lo ponían, ya que no había nada en la tele. Y de esos cachitos y noticias frívolas encontradas por Internet, elaboro esta memoria crítica del programa.
Se anunciaba meses atrás: una ráfaga inquietante, que daba sensación de apremio, inminencia o emoción, mientras se desvelaba lo que parecía ser el rojo objetivo de una cámara, o tal vez un ojo, o ambas cosas, con unas letras que aparecían bailando y se plantaban fijas sobre el fondo: GRAN HERMANO. La presentadora, una periodista con una intensa carrera, acudía a entrevistas diciendo que era “un experimento social”, que “nunca antes se había hecho (en nuestro país)”, etc. Tampoco hubiera pasado nada si hubiera asegurado que el espectador se iba a divertir y mucho, pero hay que vender el producto.
“Toda” España (y aún no he conocido a nadie que dijera que no vio ni un segundo), pendiente, atraída por la curiosidad y la novedad, veía entrar de uno en uno a un grupo de personas jóvenes, simpáticas, atractivas…, que no eran muy diferentes de ellos o de cómo pensaban ellos que eran. La cadena ya había previsto el éxito total y desde el principio decidió exprimirlo al máximo: además de su acostumbrada franja nocturna, había avances matutinos y vespertinos, además de un debate semanal y de la habilitación de un canal en donde podías ver en directo qué hacían los habitantes de la casa, aunque fuera dormir (el sueño de todo psicópata, ¡ah!). Pero también debates en torno a lo que acontecía en la casa en los programas del corazón, incluso daba la impresión que, por ajeno que fuera, todo programa de la cadena debía mencionar GH o algo relacionado al menos una vez. Pero no sólo Tele 5: otras cadenas decidieron parasitar el éxito del programa y emitir pedazos, hablar de los concursantes y hasta parodiarlo. Para las siguientes ediciones, la cadena y la productora decidieron blindarse legalmente, estableciendo la propiedad exclusiva de imágenes y contenidos, y haciendo firmar a los concursantes contratos que les impidieran acudir a otras cadenas por un tiempo.
Al día siguiente, donde fuera y quienes fueran, de cualquier condición social, sexual, política o laboral, hablaban de los concursantes (no tanto del programa) con la familiaridad con la que se habla de un amigo o un pariente ausente en la conversación, juzgando comportamientos y formas de ser, tomando partido en batallas ajenas. La casa de GH nos contenía a todos, quisiéramos o no, porque la gente, como podía pasar con la prensa del corazón, había permitido que las vidas ajenas de personas que no conocían les invadieran y fueran su foco de atención. El truco del programa se basaba en ese elemento que se concedía a la audiencia: la simpatía y la antipatía hacia algunos de los concursantes llevaba a poder juzgar sus conductas y su personalidad, a veces de manera bastante hipócrita. Y también estaba aquello: voyeurismo permitido y sin consecuencias: “Te estoy viendo”, una frase típica de psicópata que podía afirmar cualquier espectador. En cualquier caso la gente se enfadaba, se alegraba, se entristecía, reía y lloraba con ellos, vivían sus romances: eran como de la familia. Era la vida en directo pero mejor, porque no era la propia.
El éxito fue rotundo. Algunas concursantes se convertían en sugerentes portadas de revistas, a otros les contrataron en cadenas menores para programas de todo tipo, etc., y a otros les agobiaba el éxito cuando eran abordados por fans para hacerse una foto o que les firmaran un autógrafo. Se llegó a hacer hasta una película con ellos y hasta samples con algunas de las frases de los concursantes por parte de insufribles DJs. No se puede decir que el programa y sus protagonistas, de muchos de los cuales ni nos acordamos, no tuviera un impacto tremendo sobre la sociedad, pero la cosa se magnificó. Por alguna razón, el equipo de marketing del programa quería vender el formato y su desarrollo como algo más profundo que el mero entretenimiento: querían dotarlo de profundidad, de bagaje intelectual: disfrazaban el interés morboso con un supuesto rigor científico que nadie supo justificar ni para qué se hacía. Muchos habían puesto en duda la idea del experimento social, porque en rigor no lo era, y descubrían que era puro marketing. Así que un buen golpe de efecto fue traer a la gala final a un verdadero santón, supuesto especialista en televisión y sociedad, que había escrito un libro y todo, y se paseaba con su lema “tenemos la televisión que nos merecemos” (entiéndase esto como se quiera): allí estaba el filósofo Gustavo Bueno, defendiendo el valor intelectual del formato mientras medio adivinábamos a un señor trajeado dejando un maletín a su lado.
Freak Show: Los monstruitos
Pero para comprender lo que supuso y la deriva que las posteriores ediciones tomaron, hay que entender lo que era la televisión de principios del siglo XXI, y es que, a pesar de los datos de audiencia, la televisión de España sufría una gran crisis de contenidos. Entre finales de los 90 y principios del 2000, poblaba la TV una serie de programas infames, centrados en lo frívolo y lo morboso: talk shows que mostraban las miserias humanas (reales o fingidas bajo pago), casposos matinées, late shows lamentables vendiendo la más barata carnaza y programas vespertinos centrados en las trivialidades de personas conocidas, y otros en los que los frikis, en su sentido más literal, habían hecho acto de presencia. Algunos de estos ejemplos pueden ser posteriores a GH, aunque tienen su relación: la crisis televisiva; las televisiones no sabían que inventar para captar y fidelizar la atención de una audiencia que se aburría solemnemente ante la TV.
Como dijo una periodista del corazón tras la primera edición: «Estos chicos han renovado los contenidos», y tenía razón. Desde finales de los 90, los programas de la prensa rosa dominaban indiscutiblemente, aunque fuera como secciones en matinées; pero la gente se cansaba de ver siempre a los mismos, que en realidad odiaban, y ver cómo vivían casposos actores y cantantes, algunos con un pie ya en la tumba y otros, que entendieron lo que se iba a poner de moda, arrastrando su dignidad por platós televisivos como patéticas sombras de lo que fueron, hambrientos del dinero que un buen escándalo podría rentarles; sin mencionar los tediosos reportajes sobre la alta alcurnia: simpáticos aristócratas y empresarios que necesitaban un lavado de cara. Así que este género periodístico necesitaba sangre fresca, gente joven que hubiera salido de la nada y contara con la simpatía popular, y GH fue su semillero. Pero con ello, a la vez, se cavaron su tumba, porque, en parte por culpa de este formato, los simpáticos jóvenes fueron desplazados por monstruitos, frikis, algunos salidos de ese mismo programa, porque lo que se movía después de cada edición, lo que se vendía a la juventud, es que, con que duraras lo justo en ese programa, podrías vivir de ello durante toda tu vida sin trabajar. Un gran engaño indirecto, pues sólo uno de aquellos concursantes ha conseguido hacer carrera televisiva, mientras otros trataban de buscar su hueco de cualquier manera.
Podemos considerar que las primeras ediciones fueron el triunfo de la trivialidad; las siguientes lo serían de la frivolidad y de la vulgaridad.
La segunda edición no tuvo tanta aceptación ni éxito de audiencia porque era repetir lo mismo con otras personas, y, antes de que se hundiera el barco, el equipo decidió llevar a cabo ciertos cambios, mientras que la idea del experimento social iba, felizmente, diluyéndose.
Nadie debe engañarse: en televisión pocas cosas se dejan al azar, está todo calculado, y lo que había detrás de GH era un equipo de psicólogos, sociólogos y filósofos que llevaban a cabo la selección de personal… Perdón: de concursantes. La fórmula de traer gente con la que te identificabas no era mala idea, pero si a éstos los juntamos con personalidades más difíciles y establecemos los patrones por los que el Sujeto A chocará con el Sujeto B, tenemos el cóctel perfecto de morbo. Si hay algo que al espectador le guste más que ver cómo dos personas se enamoran, es ver cómo dos personas se despellejan, y los responsables lo sabían, y por eso empezaron a basar la mecánica del juego, más que en la cooperación, en el enfrentamiento que la convivencia de personalidades conflictivas podía generar. Los productores no querían patrones de conducta asertivos, sino agresivos, pasivo-agresivos e incluso pasivos. De una edición a otra, los personajes “normales” desaparecían o entraban en número reducido (para convertirlos en ganadores), siendo desplazados por los de carácter más complicado: un desfile de gritones ególatras, narcisistas, frívolos y materialistas, junto a unas personas con algún rasgo distintivo en principio peculiar o poco común: un seminarista, musulmanes, una chica con acondroplasia, transexuales, negros, gitanos, ciegos…; no hay que confundirse: no era un intento por visibilizar otras realidades que no aparecían en las anteriores ediciones: era, con todos los respetos, un circo, pero bien calculado.
GH se había convertido en un circo por muchas razones: los concursantes ya no podían sorprenderse y traían las lecciones aprendidas: ya no venían para experimentar o ni siquiera a ganar: venían a vivir de todo lo que se movía después de GH: entrevistas, montajes, algún programa, portadas de Interviú… Algunos contaban ya con agentes que les arreglaran todas esas cosas mientras estaban en la casa. La irrupción de las redes sociales en la mecánica del programa no hizo más que empeorar la situación: resulta un poco alarmante que hubiera gentes, de cualquier edad, peleándose con otros por Internet por unas personas que ni siquiera conocen, las cuales ignoran completamente su existencia.
Pero la culpa no fue sólo de los concursantes. Es más que probable que para las primeras ediciones se hubieran establecido ciertos límites y umbrales de conducta predecible aceptables, pero poco a poco se fueron traspasando, y se empezó a jugar con el morbo más descaradamente: cierto es que nunca se mostraron escenas de sexo explícito o desnudos integrales, pero sí se empezó a enseñar lo que a lo mejor dos personas estaban haciendo debajo de un edredón. La realización del programa era menos honesta en lo que mostraba, y la sospecha del amaño indirecto del concurso planeaba. Un ejemplo de uno de los trucos que usaron: a todos, tras hacer una broma o comentario gracioso, pero inoportuno, nos han pegado una ligera colleja que no produce más que un picorcillo temporal, pero coge esa escena, ponla a cámara lenta, pon en el preciso segundo un efecto de sonido que alarme al espectador y repite ese mismo segundo dos o tres veces más: conseguirás un efecto dramático, pareciendo mucho más de lo que realmente fue: aquélla era una de sus tácticas favoritas, junto al corta y pega de escenas, ambientaciones musicales que le dictaban a tu empatía si la persona te caía bien o no, etc. El espectador es confiado por naturaleza: desconoce que lo que está viendo es fruto de un trabajo de edición y post-edición cuidadosamente medido al milímetro para despertar una determinada reacción, por lo cual, lo que ocurría era que el espectador no era libre en sus sentimientos hacía lo que veía, sino que la producción ya le dictaba cómo sentirse respecto a una o varias personas o una situación determinada. La audiencia no decidía con libertad quién abandonaba la casa, porque su juicio ya había sido condicionado previamente. Si hubo un experimento fue éste, aunque a ciertas alturas, la idea de que lo que pasaba en el programa era sorprendente quedaba muy en entredicho, especialmente cuando entran en la casa a la vez los integrantes de un triángulo amoroso.
Por muchos esfuerzos que la presentadora hiciera por tratar de justificar su trabajo con supuestos intelectuales, por intentar dotar de vez en cuando al programa con objetivos culturales (que está muy bien) e incluso de tratar de convertir al programa en la punta de lanza en su cruzada contra el tabaco (nada en contra), aquel bagaje científico-filosófico que aseguraban desde la primera edición había quedado en entredicho hacía tiempo, descubriéndose que el único motivo por el que una persona viera a otro grupo de personas convivir a través de la tele era, ni más ni menos, que el más puro morbo. Y, por supuesto, que el único motivo por el que llevar a cabo este experimento, no era por inquietud científica, sino por el €.
El experimento
Confieso que cuando se anunció y supe de lo que se trataba, GH me daba miedo: pensaba que empezábamos a transgredir ciertas fronteras que podían ser el preludio a algo, y en parte no me equivoqué.
Lo único científico que tuvo GH fue esto. Enfoquémoslo así: un grupo de seres vivos recluidos en un hábitat reducido, pero confortable, con un montón de elementos que les permiten divertirse, mantener una higiene y subsistir mientras son observados por personas a través de una pantalla, algunos con ínfulas de científico. Debes haberlo adivinado: estamos viendo un zoológico. GH era eso: un zoo humano en el que observar el comportamiento de los habitantes, asustarse de la conducta de uno o encandilarse con las monerías del otro; además, un zoo en el que se calculan las probabilidades de conflicto cuando empiecen a faltar algunos bienes, y donde también hay personalidades Alfa, Beta y Omega. Y sucedió que, como cualquier zoo que quiera aumentar visitas, dejó de lado la aburrida y predecible fauna autóctona de la zona infantil y empezó a traer fauna más exótica y peligrosa con el fin de asombrar y emocionar al público. Y llegó un momento en que el zoo cerró y abrió el circo, mostrando a los “monstruos”, a los desagradables, a los raros y, de una manera lamentablemente conducida, a los “especiales”.
Claro que estaba bien y normal que entrara una diversidad de concursantes: no todos iban a ser españoles blancos de cultura católica con buena salud y sin ningún problema físico aparente; pero fue la forma de enfocarlo: los presentaban como raros, peculiaridades, y sabíamos que no lo eran. No hay más que recordar cómo presentaba la ilustre periodista y otros presentadores a este tipo de concursante que se salía de lo común por la razón que fuera, cuando no había nada de excepcional ni raro en ellos por tener una discapacidad, profesar otra fe, practicar determinada profesión o ser de otra etnia. Era un truco para conseguir más audiencia, sirviéndose de manera miserable de las peculiaridades de algunos concursantes.
Ésa es la parte del experimento que conocemos. Pero quizás fuera ver el otro día The Belco Experiment o un reportaje sobre cómo algunas empresas emplean los juegos de Escape-Room para llevar a cabo la selección de personal lo que me haya influido; el caso es que el ojo-cámara del Gran Hermano, el Big Brother de Orwell, no apuntaba sólo hacia la casa: apuntaba a ti.
Si me preguntas qué fue antes, si el huevo o la gallina, no sabría responderte. Pero veo una cierta relación en lo que supuso el éxito de GH con algunos métodos de selección de personal que llevan a cabo algunas empresas, sobre todo porque están elaborados por la misma gente que, si no son sociólogos, psicólogos o filósofos de escuelas algo tenebrosas, al menos sí lo hacen por la pasta. Se elaboran métodos de selección basados en la cohesión grupal o en el enfrentamiento; se miden los patrones de conducta de los aspirantes y trabajadores para decidir sobre su aptitud. Los observan, los miden, los prueban como si fueran ratas de laboratorio, y a veces da la sensación de que el aspirante tiene que divertir al seleccionador para ser elegido. De ahí mi miedo: el miedo a que entonces empezamos a transgredir fronteras y sentamos un precedente, y poco a poco van cayendo límites elementales a favor de la ciencia, de las relaciones laborales o sentimentales, y puede llegar el día en que nos encontremos absolutamente controlados, medidos y predichos, en que no seamos libres ni dueños de nuestras conductas y decisiones.
Pero aún más. ¿Y si te dijera que el sujeto del experimento no era el concursante que veías en la casa? ¿Y si resulta que el sujeto fuiste tú mismo y ni te diste cuenta? Basándome en lo que viví, vi a mucha gente comparar sus relaciones personales y resolver sus problemas como si viviera en la casa de GH, como hacían los niños tras ver a los Tele-Tubbies: imitar conductas. Y no era posible escapar, porque estaba en todas partes, y por mucho que te resistieras te entraba de alguna manera lo que había hecho o dicho el Sujeto A, B, C… Resulta que el experimento sociológico no era en último término ver cómo se comportaba un grupo de individuos, sino en ver cómo lo aceptábamos nosotros, cómo afectaba a nuestra vida cotidiana y cómo lo integrábamos en la cultura. No es novedad, ya que es lo habitual desde la televisión, pero se manipularon nuestras emociones como nunca antes se había hecho: nos dictaron cuál tenía que ser nuestra reacción frente a una persona o una situación, dándonos esa extraña fantasía de tener el poder de juzgar, sentenciar o premiar a semejantes que ni siquiera conocemos realmente. E incluso pretendieron dictar cómo tenía que ser nuestra conducta.
Fuimos las ratas del experimento sociológico más mediático del mundo: fuimos víctimas de una mentira.
22 Feb
¡Muerte al cómico!
¡Cómicos!
Duermen vestidos,
viven desnudos,
beben la vida a tragos.
Son adorados,
son calumniados
como dioses de barro.
Víctor Manuel, “Cómicos”
Como decían en uno de montajes teatrales, que relataba la vida del actor errante en el siglo XVI, Antonio Orozco y José Palacios, del grupo Taormina, los poderes políticos de las aldeas y villas (alcaldes, corregidores, canónigos, etc.) rechazaban y hasta perseguían a los cómicos porque denunciaban al poder, decían las verdades y eso incomodaba. El texto es suyo, pero es algo que podría haber dicho cualquier actor, desde la Grecia antigua, la Roma imperial, pasando por el teatro barroco español, etcétera, hasta nuestros días. Como reflexión no está mal para empezar, aunque habrá que matizarlo.
Ciertamente, la gala de los Goya ha dejado indiferente a muy poca gente, y hacía tiempo que no tenía tanta repercusión desde los días de la guerra de Iraq, no hace mucho. A lo largo de esta semana, llevo viendo ciertas cosas en relación a los discursos que algunos actores, actrices y directores hicieron, y que han desembocado en algunas ocasiones en un linchamiento público, desde la derecha y la ultra-izquierda, a dichas personas, pero más gravemente aún, a la profesión de actor de cine. La cuestión es que es muy difícil sustraerse a la tentación de, si habiendo un representante del gobierno, y más aún, aquél del que depende el salario y el trabajo de uno en cuestión, no lanzar unas cuantas críticas. Por citar los casos más llamativos: Candela Peña lo hizo, aunque quizás se equivocara en un par de cuestiones, para reivindicar los servicios públicos que los ciudadanos –todos- disfrutamos; Maribel Verdú, y no creo que de manera oportunista, dedicó su premio a las personas que lo están pasando mal… Y si para algunos lo de Candela Peña fue un ataque descarado al gobierno de Rajoy, para esos mismos, y lo que más nos jode, para los que están en oposición a aquéllos, Maribel Verdú, con su inofensivo discurso, se convirtió en el chivo expiatorio.
Con esta reflexión, yo no voy a defender a capa y espada a las personas citadas, ni a atacarlas, pues cada uno con su vida y su dinero, fruto de su trabajo, puede hacer lo que le venga en gana si no hace daño a los demás; más bien es un conjunto de pensamientos acerca de algunas manifestaciones que he visto, generalmente en contra. Y voy a empezar por la derecha:
Las reacciones no sólo no se hicieron esperar, sino que se adelantaron: el editorial de La Razón (no sé si me equivoco de periódico) ¡se escribió el viernes anterior!, y el resultado fue invariable, abundando en los tópicos de siempre, con esa curiosa definición de “sectarismo” que tienen estas personas, que viene a redundar en el significado auténtico de la palabra: es decir, según ellos y su diccionario de las realidades paralelas, sectario es “todo aquel que no piensa como yo”. Y así, el señor Marhuenda, el señor Ramírez, y sus legiones, atacaban una gala que, siendo pagada con dinero público, sirvió para criticar al gobierno, insultar a los españoles (pues todos los españoles han elegido este gobierno) y hacer “proselitismo socialista”, la zeja, dadadadá. Impresionante la preocupación de para qué se utiliza el dinero público por parte de estos señores que, ciertamente, nunca han visto Tele-Madrid o Canal 9. Y en los días siguientes llegó el apoteosis: el ministro Montoro, intentando realizar una “hábil” táctica de distracción, respondió al diputado socialista que “hay actores que no pagan impuestos”; un parlamentario de ICV se preguntaba si se refería a Bárcenas, aunque podríamos haberle preguntado también que si se refería a Julio Iglesias: un cantante que desde hace años vive en Miami para eludir impuestos, pero que a diferencia de otros, que lo hacen por la razón que sea, es reclamado de vez en cuando para algún concierto en un pueblo, o por alguna comunidad autónoma gobernada por los populares, como Valencia, para ser imagen, o no sé qué pollas, de la comunidad o ciudad en cuestión, desembolsándole una admirable cantidad de dinero que no pasará el fisco español. Y al mismo tiempo, nuestra Tele-Mordor se ha dedicado esta semana a difamar a Maribel Verdú un día, y al día siguiente a dejar de manifiesto el “sectarismo” del mundo del cine español, sacando para ello las declaraciones del ahora diputado por UPyD Toni Cantó (¡sí Toni!, no te llaman porque no “eres de ellos”: va a ser eso); ¡y lo dicen los medios que otorgaron un premio a Arturo Fernández!, y dudamos que fuera por su calidad interpretativa (cosa que dejo al margen). La industria del cine sectaria, etc., pero no hablemos de los premios “La Razón”, “ABC” o incluso “El País”: ¡no!, será que no se dan por afinidades ideológicas. Voy a resaltar una cosa: en la gala, se dio agradecimiento al director de Intereconomía por financiar la película de animación Tadeo Jones y no se oyó un solo abucheo. ¿Y no se recuerda el Goya honorífico a Alfredo Landa, quien por esas fechas se declaró de derechas?
Total, que la programación de la semana ha sido básicamente –y por tácticos motivos- el “linchamiento público al actor”. A este linchamiento al actor, concretamente a la actriz Maribel Verdú, se ha sumado el alcalde de Valladolid, contándonos sus pajas mentales en vez de declarar por qué razón del mundo la policía irrumpió en el local donde actuaba la cantautora María Rozalén y la hicieran sentir, según sus palabras, como una delincuente.
… y así, con el linchamiento gratuito al actor, desenmascarando “sus escándalos”, evitaremos hablar de cosas más sangrantes.
Cine y dinero público, y junto a esto el uso despectivo de la palabra “subvencionado”, que sólo suele aplicarse de esta manera al mundo de la cultura, a los sindicatos y demás (junto a otros insultos como “becado” y “funcionario”), y no siempre sólo por la derecha, sino por gente que se tiene por izquierdista, cometiendo un error tremendo en su apreciación, pues a menudo, sin esa subvención, bienes y servicios que pagamos por el mínimo, o por ninguno en ocasiones, precio, serían más caros y, por tanto, al alcance de unos pocos. Pareciera que sólo molesta que se subvencione a ciertas personas o entidades, cuando olvidamos que también reciben subvenciones las entidades bancarias, algunos clubes de fútbol, e instituciones y asociaciones de dudosa valía, moralidad y finalidad… Y LA PRENSA, señor Marhuenda, que usted lo sabe bien: la prensa… pues también recibe sus subvencioncitas, por mucho que pretendan engañar a sus lectores (y a quienes no, de manera indirecta). Pero, ¿realmente les molesta que se subvencione con dinero público la industria española del cine, es decir, la cultura? Porque aún no les he oído decir nada de la subvención que recibió José Luis Garci con dinero de la Comunidad de Madrid para rodar una película ambientada en la revuelta madrileña contra las tropas napoleónicas y que no sé si quiera si se llegó a proyectar en los cines. Y si me voy al extremo, no oigo a nadie criticar que se ruede Torrente X (cuando llegue).
Dejo al margen insultos y crueldades de parte de otros elementos con la convicción de que la mayor parte de la gente de derechas de este país es virtualmente (de virtud) y sin remedio mala: todavía me acuerdo cómo en los comentarios en las ediciones de los periódicos muchos de ellos aplaudían la muerte de Yoshito Usui, autor de Shin Chan.
Pero en fin, de ellos me lo esperaba, y hay veces que casi ni molesta. Pero lo que más me molestó fue lo que vino por parte de gente que no lo esperaba:
La primera en la frente, como se suele decir: al día siguiente, en su columna/ blog en Público, Shangay Lily, titulaba “Los Goya de la cobardía” una entrada en la que, al tiempo que atacaba la ausencia de críticas al gobierno, según él, atacaba indiscriminadamente a algunos de los asistentes. Cito un fragmento de su blog:
Menos pose y guiño y más incomodidad. Lo importante no son vuestros dinosaurios egocéntricos, lo importante es que el cine sea arte y no entretenimiento. Y el arte no existe sin compromiso social, sin retratar la realidad, desde aquel bisonte de Altamira hasta las obras de teatro del maestro antifranquista Miguel Romero Esteo. Lo demás es carburante para el consumismo.
Si bien podría compartir, aunque con matices, lo que ahí dice, no deja de sorprenderme, como me sorprendió en su día su fichaje por este diario. Yo recordaba a Shangay por cosas mucho más frívolas, las cuales aparecen en su biografía del blog: se pateaba los platós de televisión, con una actitud de lo más frívola y con expresiones de desprecio snob tales como “Oh darling!” intentando vender su libro de cómo ser glamouroso. Por esa razón, la crítica se hace, si cabe, más incomprensible todavía. Será, como dice un amigo mío, resentimiento por no haber sido invitado.
Y Maribel Verdú salió a recoger su premio y se le ocurrió dedicárselo a la gente que, por culpa de este sistema corrupto, lo está pasando mal… Es normal que la derecha la atacase, por eso del “sistema corrupto” (aunque su discurso no cargó contra nadie en particular): Tele-Mordor, al día siguiente, sacaba algunas revelaciones sobre ella (aunque después de la noticia que se dio hace tiempo sobre una bomba en el aeropuerto Jacques De Gaulle y otras cosas, como comprenderéis, no voy a ser yo quien los tome en serio); pero lo que podría haber pasado por un momento excepcional en el que alguien notorio aprovechase la ocasión para decir una verdad, se volvió en algo un poco raro. Circula en internet esta cosa:
A mí este escrito me cabrea porque parece haberlo hecho alguien con consignas de la derecha neoliberal, y en su gran mayoría cuenta más mentiras o verdades a medias, que verdades. La nota nos la da la línea que dice “nos dedicamos a hacer películas con el dinero de los impuestos de los ciudadanos”, lo cual suena a Marhuenda-Ramírez que hasta huele; y luego lo de que si quieres verlas “tienes que ir al cine”… ¡Nos ha jodido Mayo! Lo de las descargas está bien, pero reconoced que no se vive del aire, que esa subvención es para pagar el coste de la película (que no se paga con la subvención sola). Y el resto es una crítica a una supuesta doble actitud: “hago anuncios de bancos, del Corte…”: eso es trabajo, aunque esté más remunerado; poca gente sabe esto, pero un actor/ actriz pocas veces puede darse el lujo de no aceptar un trabajo: hay temporadas en las que te puedes pasar años sin trabajar. Y el caso es que son las mismas cosas que sacó la noticia de Tele-Mordor. Y aclaremos lo de los vestidos y el pedrerío de una vez: la mayor parte de las veces, son préstamos o regalos de esas casas en particular, que luego tienen que devolver. Comprendo, eso sí, la crítica por la muerte de animales en la susodicha (y me temo que sobrevalorada) película: pero de ahí a achacárselo a ella… Quizás no esté conforme con ello, a lo mejor no lo sabía (los actores no participan en todas las sesiones de rodaje), y tal vez no pudiera darse el lujo de pasar, o quizás ya fue demasiado tarde; pero, la pregunta en cuestión es ¿mató ella al toro?
Entiendo buena parte de las críticas: la mayoría de las veces, los que tienen más dinero pueden llegar a frivolizar algunas cosas (by the way, aún no he oído críticas hacia la “ecológica” baronesa Thyssen, aunque hayan pasado años): pasa ahora, pasaba en los años 30; pero, ¿es que sólo puede criticar al sistema si vives en una chabola y vas vestido con el “mono azul”? En ese caso, apaga y vámonos, porque más de uno de los que están difundiendo algunos escritos parecidos tiene por dónde callar; y, a parte, que qué mejor ocasión para que se sepa lo que pasa, incluso a nivel internacional, que lo haga alguien notorio en un espacio público con bastante audiencia, ya que al del “mono azul” no sólo no le oirán, sino que le tomarán por loco o mentiroso: no porque su palabra no valga nada, todo lo contrario, sino precisamente por ser pobre. Y si no, si adoptamos esta manera radical de ver las cosas, ¡agarremos los libros de Brecht, Machado, Lorca, y mandémoslos a tomar por culo con sus reivindicaciones y su solidaridad! Pues eran burgueses; y nos quedamos sólo con los pensadores, intelectuales, escritores y artistas proletarios (muy dignos y grandes, ¡ojo!).
Me quedo con lo que dijo Fernando Trueba al inicio de la gala: que cada uno diga lo que quiera, “que ya bastante nerviosos estamos como para pensar en ello”; pues si ahora resulta que hasta desde las filas progresistas vamos a criticar porque dijeron, no dijeron, qué dijeron, qué no, y quién lo dijo o no(e insisto: hasta donde yo sé, la carrera de Maribel Verdú no ha dejado ningún “muerto” –literal o metafóricamente hablando-: quizás hace esos anuncios –esos trabajos-, pero, ¿es ella la que desahucia a la gente?), yo ya no sé dónde meterme. Como dijo este mismo amigo mío: ¿qué más tienen que hacer?, ¿quemarse a lo bonzo? A fin de cuentas, algunos de ellos reivindicaron el mantenimiento y protección de los servicios públicos, quizás ni siquiera para ellos, sino para nosotros. Entonces, ¿qué es lo que molesta de ello? “Es que pidieron para subvencionar el cine”… ¡Normal! Es su trabajo, y no pasa por un buen momento: cada producción es una aventura financiera (that’s capitalism!), y la subvención constituye una red para no arruinarse; que de las ganancias de las películas no sólo comen los glamorosos actores, los directores “de la zeja”, etc., sino un montón de gente: técnicos, operarios, maquillaje, peluquería, etc. Lo que se ve, es sólo una parte: es un trabajo hecho por mucha gente. (Luego, ¡eso sí! Iremos como tontos a ver Torrente #)
Quizás esto último haya quedado un poco pueril, no lo sé; pero sí intuyo que está habiendo una manipulación encubierta desde la derecha para que desde las posiciones contrarias se realice el linchamiento al actor que no les baile el agua. El que la ultra-derecha y la ultra-izquierda se den la mano en esta cuestión en particular nos da unas líneas no muy halagüeñas, y no me gustaría que se comenzase a realizar el linchamiento al, no al millonario exactamente, sino al que tiene más dinero que tú, como en otras ocasiones de la historia se hizo, precisamente, para salvar a los que tenían todo el dinero. ¡Cuidado cuando los ricos atacan a los “ricos”!
Goyas aparte, la vida del actor –del de cine y del de teatro- es una dura vida en la que hoy está protagonizando, mañana eres un secundario, y pasado ni apareces, y puedes pasarte años sin trabajar (hablando de épocas económicamente estables). Si las declaraciones y reivindicaciones de algunos actores y actrices son, al final, hipócritas, eso es asunto de su conciencia: sin embargo, si han molestado a quienes tenían que molestar, será por algo.
Cierro con dos cosas. La primera, la canción “Cómicos” de Víctor Manuel, dedicado a los actores y artistas que secundaron la huelga de actores de 1975 y les cayó la del pulpo:
Y una petición, ya que hablamos de lo “bien que viven los actores españoles”. Si tienes la bondad, estés de acuerdo o no con el escrito, te pido que firmes para ayudar al grupo de Teatro Taormina, que no pasa una buena situación. Es una recogida de firmas con la que pretendemos demostrar al ayuntamiento de esta localidad lo mucho que Getafe quiere a su veterano grupo de teatro:
PD: ¡Pero qué guapa iba María León!
10 Ene
Back to the future: Telefónica ficha a Rodrigo Rato para un puesto que ni ellos saben explicar
… Y es que, casi como una profecía, ya lo decían Martes y Trece en los 90; claro que ellos se referían a cuando Timofónica era un/ el monopolio de las telecomunicaciones, y, ¡claro!: si ahora sus usuarios sentían las más de las veces completamente indefensos ante sus chapuzas, tarifas y desastrosa atención al usuario, ¡figúrate cuando no tenían competencia!
6 Sep
Blues del Norte de Saitama (埼玉北部のブルース)
Esta canción pertenece a la banda sonora del popular anime Crayon Shin Chan, basado en el manga original de Yoshito Usui (1958-2009), y parece ser un tema compuesto para la serie; está en un estilo musical muy popular allí (aunque, me parece a mí, un poco mal visto, por lo anticuado), así que, espero, que los visitantes japoneses me tomen por algo que no soy. De todas maneras es una canción muy recurrente en la serie, que ilustra los momentos tristes de los personajes, pero también los de borrachera, etc. Está interpretado por Keiji Fujiwara, que interpreta en la serie al abnegado –y rijosillo- padre de familia Hiroshi Nohara. Para aquellos otakus que les gusta no quedarse en la superficie de los temas relacionados con el manga y demás, aquí está la letra, en japonés y transliterada, y la traducción al castellano, que debemos, tiempo ha, a mi amiga y compañera Toñi, que además tuvo la deferencia de interpretar algunos conceptos difíciles, recabando para ello la ayuda de amigos japoneses:
埼玉北部のブルース
そぼ降る雨に 濡れている
お前の背中が 淋しげで
思わず 抱いてしまったよ
ああ 北埼玉ブルースよ
飲めない酒に 酔っている
お前が何だか 愛しくて
も一度 抱いてしまったよ
ああ 北埼玉ブルースよ
はかない恋に 生きている
お前の心が わかるから
またまた 抱いてしまったよ
ああ 北埼玉ブルースよ
(Sobo furu ame ni nureteiru/ omae no senaka ga sabishigede/ owazu daiteshimattayo/ aa kita saitama buruusuyo// nomenai sakeni yotteiru/ omae ga nani daka aishikute/ mou ichidou daiteshimattayo/ aa kita saitama buruusuyo// hakanai koi ni ikiteiru/ omae no kokoro ga wakuru kara/ matamata daiteshimattayo/ aa kita saitama buruusuyo)
(de la información del vídeo)
El Blues del Norte de Saitama
A mi lado la lluvia cae mojando/ tu solitaria espalda*/ Por fin, sin querer, conseguí abrazarte/ Aah! El Blues de Saitama Norte!// Me emborracho con sake barato**/ por alguna razón te quiero/ una vez más te abracé/ Aah! el Blues de Saitama Norte!// Estoy viviendo un amor efímero/ porque conozco tu corazón/ Otra vez te abracé/ Aah! El Blues de Saitama Norte!
Koichiro Maeda – Toshiyuki Arakawa
Traducción y notas por Toñi
* No pone eso, pero no veía otra forma de darle sentido.
** dice “inbebible” pero interpreto que es “barato”.
2 Sep
Benedicto’s “O aparato”
This is a funny Benedicto’s song, from his 1979’s LP Os nomes das cousas (The name of the things), where the great Galician songwriter makes a wise critic about the television in a swing music style. I guess the most of the things that Benedicto is talking about are so known all around the world: consumerism, manipulated information by the interested groups, inegnuousity of the audience (that sometimes become into faith), consciensce numbing, etc. Anyway, in the Spanish society of the last 70s, it has its social importance: after the years of economical development of 50s and 60s, it was considered as a social backwardness not to have one of those wonderful apparatus:
O Aparato
No meu pobo hai unha rúa
nesa rúa hai unha casa
e na casa pasan cousas
pasan moitas cousas raras.
Disque en lugar preferente
xunto á figura dun santo
coma se unha iglesia fora
hai agora un aparato.
Adornado de puntillas
ben limpiño con plumeiro
seica nos días de festa
zúmbanlle o botafumeiro.
O aparato deste conto
asemella un bicho-caixa:
ten dous cornos, tamén rabo
por diante moita cara.
Ó tocarlle nunha orella
sutilmente preparada
asubía moi finiño
bota a falar e non para.
Debe ter falar moi sabio
ou falar en lingoa estraña
porque cando o bicho empeza
alí todo o mundo cala.
Ten monecos que se moven
sempre dentro da súa caixa
e por moito que lles miren
eles nunca a vista baixan.
Dice que mira por todos
que por todos é mandado
debe ser corto de vista:
do goberno é noticiario.
Trapalladas non lle gostan
as verdades sempre canta
se di que mañán non chove
hai que saca-los paraugas.
Conselleiro da familia
a felicidá sinala:
pode estar na lavadora
na botella ou nunha laca.
Dádo-los tempos que corren
como as cousas van moi caras
el discurre xa por todos
e a cabeza así non gastan.
No meu pobo hai unha rúa
nesa rúa hai unha casa
e na casa pasan cousas
pasan moitas cousas raras.
The apparatus
In my town there’s a street/ In that street there’s a house/ and in the house happen things/ happen a lot of funny things.// As they say, in a preferencial place/ beside a saint’s figure/ as it were a church/ now there is an apparatus.// Adorned with laces*/ quite clean with the duster,/ perhaps on holidays/ they buzz it with the botafumeiro.// The apparatus of this tale/ look alike a box bug:/ it has two horns, also a tail/ in the front it has a large face [Alt. it has very cheek (see note below)]**// As it’s touched its ear/ laid subtly/ turn up very gentle/ start to talk and doesn’t stop.// It musts to have a very wise talking/ or a talking in a strange language/ because as the bug starts/ everyone there shut up.// It has puppets that move/ always inside its box/ and although the more they are looked/ they never look down.// It sais that it looks after everyone/ that it’s told by everybody/ It musts be weak-sighted:/ of Government it’s the news bulletin.// It doesn’t like the lies/ it always sings the truths/ if it sais tomorrown shall not rain/ it’s better to take the gamps.// Family’s adviser/ it points happiness:/ it might be in the washing machine/ in the bottle or in a hair spray.// In view of the actual times/ as the things are very expensive/ it already thinks instead of everybody/ and so they don’t waste their heads.// In my town there’s a street/ In that street there’s a house/ and in the house happen things/ happen a lot of funny things.
Benedicto García Villar
* An old Spanish practice, actually into abeyance: mothers and grandmothers used to decorate the TV machines with homemade laces and curious figures.
** I don’t really know if Benedicto is making a kind of wordplay between the literal meaning of to have a large face, talking about the TV screen, and the figuratively way in Galician (and Spanish) of to have very cheek. So I let the meaning to eanyone’s choice.
Spanish translation:
12 Sep
Con la mochila a cuestas VII (Homenaje a Labordeta): el paisano
Estas arcillas viejas,
estas arcillas pobres,
sólo crean miseria,
sólo producen hambre…
(Labordeta, “Las arcillas”)
Antes que nada, a la manera de Pepe Isbert, “os debo una explicación”… El año pasado, a raíz del fallecimiento del gran José Antonio Labordeta, habiéndome su magnífico libro Regular, gracias a Dios, comencé una serie de homenajes a Labordeta abordando sus distintas dimensiones, tanto biográficas (su infancia, su juventud), como profesionales (profesor, poeta, cantante), más que de una manera “profesional”, sentimental… Y es que cuando falleció, un amigo mío que fue amigo suyo me dijo que no sólo me habría gustado conocerle a mí, sino que yo le habría gustado a él, algo que me emocionó mucho… Pero volvamos a la explicación pues: el último cuelgue lo hice a finales de octubre, bajo el título de “El Juglar”, en el que hablaba sobre su faceta de cantante popular (es decir, del pueblo); quise continuar, pero la verdad es que no sabía cómo… Así que lo fui dejando, dejando, sin saber muy bien cómo acabarlo. Ha sido el maestro Lucini, en su entrada de hoy, con el abecedario poético de Labordeta, el que me ha recordado que el próximo día 19 se cumplirá un año desde su fallecimiento, por lo que he decidido dedicarle dos entradas más para cerrar el ciclo como Dios manda.
El Paisano
La gran virtud de José Antonio Labordeta, en todo lo que llevó cabo, fue la de conectar íntimamente con el pueblo: como cantor, volvemos a decir lo que Tuñón de Lara escribió en la reseña de su LP Cantar i calla: Labordeta no le cantaba al hombre, se ponía a su lado. En su ciudad natal, José Antonio estaba muy próximo a sus vecinos, a sus sentimientos y preocupaciones: le impresionaba la humildad y obstinación de un pueblo campesino, que a menudo se veía obligado a emigrar, pero siempre con esa curioso orgullo que brilla con extraña luz en los ojos de –como dijo Dostoievski- los humillados y ofendidos; y luego estaban las terribles historias de la guerra civil, que aunque fueran como secretos murmurados a voces, Labordeta oyó desde niño. Por esa razón, la mayoría de sus canciones están dedicadas a esa gente: humilde, pero a la vez obstinada y orgullosa, hecha del mismo barro sagrado de la creación y de sus casas.
En gran medida el pensamiento de Labordeta era muy machadiano: “… Todo arte verdadero será arte proletario. Quiero decir que todo artista trabaja siempre para la prole de Adán…”, dijo el inmortal poeta durante la guerra civil (cita completa: https://albokari2.wordpress.com/2007/02/26/%C2%BFquien-puede-resistirse/); un pensamiento que, sin duda, se debía a una de sus grandes influencias, su propio padre, el profesor Miguel Labordeta Sr., que desde la dirección del colegio Santo Tomás de Aquino impartía clases a niños de toda clase social, a veces hasta gratis, comprendiendo la terrible situación que atravesaban algunas familias. Don Miguel era un hombre justo, socialista –no sólo de ideología política, sino más bien en la comprensión intuitiva de que todos somos iguales- que durante la guerra civil dio cobijo a gentes de ambos bandos, a pesar de haber sido amenazado en más de una ocasión, y de ese sentimiento de justicia y de igualdad, de ese humanismo de andar por casa (a veces las cosas de andar por casa, al no estar estropeadas por excesivas consideraciones teóricas, son las mejores), recibió José Antonio sus primeras lecciones: ponerse siempre del lado del que sufre (“ellos son tus mejores amigos”, escribió Nicola Sacco a su hijo mientras esperaba ser ejecutado), nunca actuar con superioridad respecto al otro, y, sobre todo, condenar siempre la injusticia. Con este pensamiento de base, el joven Labordeta se enfrentaba al mundo de la dictadura.
Maestros de la Segunda República, la Institución Libre de Enseñanza, los intelectuales, artistas, etc. asesinados, encarcelados o en el exilio, la poesía de su propio hermano, Miguel Labordeta… De todos ellos Labordeta aprendía que, también como dijo Machado, para poder ser universal primero hay que ser popular: conectar con la gente de las clases humildes más cercanas para poder conectar con las de todo el mundo. Y eso era algo que, en primer lugar, él quiso enseñar a otros en sus clases, y, luego, a través de sus canciones… Maravillosas canciones que la más de las veces nos hablan de lo concreto, de lo cotidiano, de una gente que era la suya, la tuya, la nuestra, pues, aplicando la máxima seegeriana –en cierto modo, variante de la de don Antonio- de pensar globalmente y actuar localmente, Labordeta comprendía que sus canciones debían de hablar de las cosas en este orden: en primer lugar, de las gentes de Aragón: así, Labordeta acercaba al resto del país qué era Aragón y cómo era su gente, y nos sentíamos cercanos, vecinos: y la gente descubría que los problemas y las cuitas de aquella gente eran similares a las suyas –ay de aquel que diga que sus canciones, o las de Raimon, o las de Llach, o incluso las de Paco Ibáñez, han servido para separarnos: a los que mienten, les baja una candela del cielo que les quema la lengua-; luego, a nivel nacional –independientemente de lo que esto signifique, no se me ofenda nadie-, conectando con las gentes de toda España por ese hermanamiento que descubre que, con los matices dados por cada región, los problemas venían a ser más o menos los mismos; y, finalmente, a nivel universal, descubriéndonos que nuestros problemas se enmarcan en una problemática de dimensiones globales. El cantor de la humilde tierra de Aragón conectaba con la gente de todo el mundo: ¡qué orgulloso estaba cuando se enteraba que gentes de Latinoamérica, tanto marxistas como cristianos de base, adoptaban sus canciones en sus movilizaciones! ¡O incluso mucho más lejos, en el sudeste asiático, en todo el mundo!
Fue, precisamente, su sentido del paisanaje, su admiración y respeto hacia la gente humilde, a la clase trabajadora, lo que le lleva a la televisión: en 1990, interpreta al señor Dupont, un vendedor de molinillos de papel (algo tan tierno que le iba que ni pintado), en la serie televisiva dirigida por José Briz Méndez Del Miño al Bidasoa, basada en la novela homónima de Camilo José Cela. Esta serie fue el germen de la docu-serie más famosa, Un país en la mochila, un encargo de RTVE que él se encargó en dirigir y en presentar: a través de sus capítulos, Labordeta –aparentando recorrer a pie la Península y las Islas- nos presentaba impresionantes paisajes naturales, a veces en contraste con la modernidad, gentes campesinas, algunas curiosas, que hablaban con sencillez y claridad; nos hablaba de las costumbres de la tierra, siempre con un respeto y una admiración propia de él, al tiempo que a veces nos ofrecía sus canciones y poemas. La gran virtud de esta docu-serie fue, en contraposición a muchos documentales rurales, que nos presentaba a la gente no como elementos estáticos del paisaje, o como resquicios del pasado: al contrario, eran gentes vivas, que hacían cosas interesantes y tenían muchas cosas que decir… Y Labordeta les daba la palabra. Otra aparición ante la cámara fue en la adaptación al cine de la novela de Ramón J. Sender, Réquiem por un campesino español (Francesc Betriu, 1985), en donde, muy apropiadamente, interpretaba al pregonero del pueblo.
Enseñar y cantar para cambiar el mundo era un buen comienzo, pero Labordeta, como otros cantantes que pensaban que para ello podían y debían hacer algo más (pienso, por ejemplo, en Adolfo Celdrán, que estuvo en la lista del PCE, o de mi estimado Benedicto, uno de los fundadores del Partido Comunista de Galicia), no se conformaba con esto, que estaba muy bien, pero no dejaba de ser una base: así que decide actuar más activamente. No es cierto, como piensa mucha gente, que Labordeta comenzara su carrera política ya como cabeza de lista del CHA (Chunta Aragonesista): su carrera política activa ya había comenzado mucho antes, a principios de los 70, como co-fundador, junto a Eloy Fernández Clemente y otros, y colaborador de la revista Andalán –cuyo nombre, si no recuerdo mal, es una voz aragonesa que significa plantar árboles en surcos y no en hoyos individuales-, una de las publicaciones más importantes de Aragón en cuanto a la formación de un pensamiento y espíritu crítico en la ciudadanía. En 1976, de cara a la transición, fue uno de los fundadores del Partido Socialista de Aragón, PSA (Labordeta, haciendo gala del humor negro made in Aragón, contaba que cuando la doctora le preguntó que si sabía que era el “PSA” –el índice que mide la presencia de tumores en un análisis de sangre-, él respondió, con toda ingenuidad, que claro que sí, que “yo ayudé a fundarlo”), y más tarde concurrió en las listas de Izquierda Unida al Senado. Ya después, una vez “reclutado” para el partido regionalista o nacionalista CHA, fue elegido diputado en el Grupo Mixto. Él mismo declara en su libro que, al principio, al ser él un hombre de tendencias internacionalistas y el CHA un partido nacionalista, tuvo sus reservas, pero una vez examinadas las bases y el programa, aceptó, y ¡la hostia!, declaro: que no se veía tan buen político desde los tiempos de Azaña o de Tierno (con excepciones, por supuesto). Somos legión todos aquellos que sentíamos el impulso de empadronarnos en alguna provincia aragonesa para poder tener el inmenso honor de decir “yo voté a Labordeta”.
Ahora, un poco de crítica hacia políticos y medios de comunicación. Desde el año 2000 hasta el 2008 en que ocupó escaño, tanto en la legislatura de José María Aznar como de José Luis Rodríguez Zapatero, la gente llana y sencilla nos sentíamos, aunque fuera a través de Aragón, representados por alguien por primera vez en la vida, y que me perdonen IU y otras formaciones de izquierda, y las bases del PSOE, pero es que nadie hasta entonces había hablado en aquel lugar de una manera tan comprensible para nosotros, de una manera en la que dijéramos “eso es lo que habría dicho yo”. Labordeta, ya no sólo por el partido al que representaba, sino por cierta prensa hostil hacia su persona (siempre se ceban más con los buenos), le representaban como un nacionalista, separatista independentista (que tampoco es necesariamente malo, a menos que se roce el fascismo), y no era verdad: todos nos sentíamos representados. Uno de sus grandes caballos de batalla fue la oposición al trasvase del Ebro, “Aragón no tiene agua que dar”, decía, “¡insolidario!” le llamaban señoritos que, mientras clamaban en la cámara por el agua del Ebro porque sus regiones la necesitaban (algo que él no ponía en duda), malgastaban la poca que tenían abriendo campos de golf y urbanizaciones de lujo, al tiempo que su prensa afín ponía a la gente de estas provincias en contra del profesor, poniendo en su boca cosas que no había dicho. Y es que, también en política, Labordeta puso en práctica su máxima, quizás alguna vez –y lo reconoció- se equivocara, y otras lo hizo bien, y Aragón estaba orgulloso de uno de sus mejores hijos; pero lo que no hizo nunca fue desatender las otras dos dimensiones, tal como lo hizo también en la canción: defendió la enseñanza de las humanidades y se opuso con todas sus fuerzas al apoyo de la guerra de Iraq (guerra que comenzaron un cowboy borracho de Texas y un estirado británico y que apoyó un mayordomo con bigote): allí, como una reedición del enfrentamiento de Unamuno y Astray, un enfrentamiento entre la razón y la violencia, Labordeta hizo vibrar la misma profunda y sonora voz de cantante, resonando en las paredes y cúpulas del congreso (aún agujereadas por las balas de Tejero), al leer un hermoso poema de su hermano Miguel: y los agujeros del 23-F se rellenaron con un cemento que hablaba de justicia, razón y paz. Pero los medios, a sueldo a día de hoy de los grandes intereses empresariales, de los dos grandes partidos, sólo sabían sacarle cuando protagonizaba la “anécdota del día”: el famoso “a la mierda”, el llamar gilipollas a otro parlamentario del PP (que no le dejaba hablar, como en el anterior caso, y, francamente, y aunque luego le pidiera perdón, Labordeta no parecía ser un hombre que te insultara por nada…), llenaban, en vez de sus alocuciones sensatas y llenas de razón, los telediarios afines, con el fin de ridiculizarle, de desprestigiarle…Pero no lo conseguían: incluso en esto nos emocionaba, porque ¡por fin alguien hablaba claro!
Labordeta, indudablemente, era de izquierdas, aunque no parecía adscribirse a ninguna corriente ortodoxa, y regionalista, pero sin perder de vista otras realidades; se consideraba relativamente nacionalista, sobre todo porque suele llevar a posturas más bien conservadoras, pero siempre comulgó con el internacionalismo; y se definía como ácrata y “anarcoburgués”. Pero era siempre el sentimiento y el sentido de la justicia lo que no le hacía perderse en pensamientos dogmáticos y maniqueos. Una muestra de ello es esta canción, de su disco de 1984, Qué queda de ti, qué queda de mí, acerca de la guerra fría, en la que reparte sopita para todos y no se casa con nadie:
Escuchar: http://www.goear.com/listen/6566a0e/desobediencia-civil-jose-antonio-labordeta
Desobediencia civil
Les devuelvo el DNI
porque yo no quiero ir
donde me van a mandar
con carné de identidad
pues aquí hay que empezar
a decir ya la verdad
que no nos gusta morir
ni en Varsovia ni en la OTAN.
Te aseguran los del dólar
que ellos lo hacen por la paz
y que por eso conviene
estar todos en la OTAN,
pero tú no te lo crees,
te lo pones a dudar,
eres un chico tremendo
no te crees casi ná.
Luego van los "orientales"
y con ese humor sin parar
te pregonan que ellos lo hacen
por la paz y la igualdad
tu tampoco te lo crees
viendo tanto militar
armado hasta los dientes
y con cara de mal plan.
Ustedes dicen que blanco
rosa dicen los de allá,
negro aseguran algunos
que se está poniendo ya
el panorama completo
de todo este personal
del mundo, del universo
y del sistema solar.
Porque si en serio desean
que aquí funcione la paz
déjense de cachondeos
y pónganse, de verdad
a fabricar con las armas
bicicletas, panecillos,
conciertos al aire libre
y tortás de mazapán.
José Antonio Labordeta
http://www.cancioneros.com/nc/12119/0/desobediencia-civil-jose-antonio-labordeta
31 Oct
Joan Eloi’s Fan n. 1
Y es que este cachondo de la guitarra me enloquece… Pero además me enternece: http://www.elperiodico.com/default.asp?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&idnoticia_PK=567477&idseccio_PK=1013
Foto: http://www.buenafuente.lasexta.com/galerias/ver/joan_eloi_vila/741