Encarnación te llamaste
y encarnaban tu Destino
como pago a tus virtudes
fusiles de cinco tiros.
En un Consejo de guerra
se te culpó de un delito
que no perdonan jamás
los que interpretan al Cristo:
haber lavado la ropa
de milicianos heridos.
Con frases afirmativas
los Evangelios han dicho
que Myriam de Nazareth
pañales lavó del Hijo.
Ellos creen en esas cosas,
pero al hallarte en el río
un Tribunal te formaron
y la tumba fue contigo.
Encarnación, lavandera
sin edad y sin ludibrio,
lavandera cuyos brazos
eran expresión de trinos
entre espumas de jabones
y maternales deliquios
sobre las ropas leales
de tus invencibles chicos:
nosotros, todos nosotros,
ante ti nos descubrimos,
y cada clavel sangriento
que encontraste en los trapillos
-heridas de las descargas
que ametrallaron sin tino-
nos ha legado claveles
cinco veces florecidos:
un aroma de explosiones
una flor por cada tiro.
¡Pobre Encarnación Jiménez!
Tus sienes han conocido
la blasfemia en que se amparan
los crímenes del fascismo.