A pesar de los esfuerzos y las protestas de usuarios y (¡sí!) algunos artistas, se ha aprobado la ley que permitirá imponer sobre CDs, DVDs, MP3 y cualquier dispositivo de almacenamiento electrónico un impuesto extra. El canon se basa en que cualquier persona es susceptible de bajarse y grabar copias ilegales de canciones y películas (registradas en la SGAE): es decir, es un delincuente en potencia; por lo tanto, se aplica la venda antes que la herida. Esto es como si mañana aprobaran una ley según la cual, como todo hombre es capaz de cometer un delito cualquiera de gravedad, todo hombre deberá nacer, crecer, educarse y vivir en la cárcel (con exclusión de los miembros de la familia real). Esto no es demagogia, es lógica pura y dura.
Pero la realidad acerca del canon es muy distinta de la que quieren hacernos bien; mejor dicho, dicen una verdad a medias, ni siquiera a medias. Yo conozco mucha gente que utiliza dispositivos de almacenamiento digital para muchas cosas: para escuchar música (¿sabéis el goce que es llevar toda tu música en un mepetrés y que suene lo que sea aleatoriamente?), ver películas…, pero también para grabar su tesis doctoral, su trabajo de investigación, las fotos de sus vacaciones, sus poemas, sus fotos familiares viejas para que no se pierdan (porque el papel es biodegradable): ellos pagarán un impuesto por algo de lo que NO han hecho uso ni abuso. Y aún más grave: también conozco a artistas profesionales (como es el caso de Toi, que es fotógrafo), que viven de eso que el canon quiere proteger, es decir, la autoría y la propiedad intelectual, pero resulta que en realidad nadie les dará ese dinero: ese dinero va a parar a… ¡qué sé yo quién! Es como un viejo poema escrito durante la guerra civil: "-Madre, ¿quién ara los campos?/ -El campesino./ -¿Quién hace el pan?/ -El panadero./ Y, ¿quién se lo come?/ -¡Calla hijo! ¡Qué sé yo…!".
También conozco músico que por no estar incluidos dentro de esa lista de amigos (algunos de esas listas son artistas pésimos encumbrados por apadrinamientos, amiguismos y camaleonismos) no recibirán ni un puñetero céntimo por ello. Y no son malos, al contrario: son de lo mejor, pero no muy conocidos. Mientras, infames como L. C. o Rcín. (comprendéis que no ponga nombres, que si no me cierran el chiringuito) se llevarán buena parte de eso que les corresponde a Benedicto, a Antonio Gómez por sus letras, a Antonio Piera por su música, a Elisa Serna, al fallecido Chicho Sánchez Ferlosio (cuyas letras se pudrían en los rincones de sus archivos hasta que algún "cantautor" las reclamaba para ganar dinero con ellas) o al malogrado y nunca bien ponderado Hilario Camacho (víctima de estas tramas de rasca-espaldas). Y podría citar más, muchos más.
Pero en fin: consuela saber que en realidad, aunque mi dinero vaya para la noséqué de Andy y Lucas, yo estaré disfrutando de la música de Raimon. P’a ti la pela, p’a mí el pescao.
Pero la realidad acerca del canon es muy distinta de la que quieren hacernos bien; mejor dicho, dicen una verdad a medias, ni siquiera a medias. Yo conozco mucha gente que utiliza dispositivos de almacenamiento digital para muchas cosas: para escuchar música (¿sabéis el goce que es llevar toda tu música en un mepetrés y que suene lo que sea aleatoriamente?), ver películas…, pero también para grabar su tesis doctoral, su trabajo de investigación, las fotos de sus vacaciones, sus poemas, sus fotos familiares viejas para que no se pierdan (porque el papel es biodegradable): ellos pagarán un impuesto por algo de lo que NO han hecho uso ni abuso. Y aún más grave: también conozco a artistas profesionales (como es el caso de Toi, que es fotógrafo), que viven de eso que el canon quiere proteger, es decir, la autoría y la propiedad intelectual, pero resulta que en realidad nadie les dará ese dinero: ese dinero va a parar a… ¡qué sé yo quién! Es como un viejo poema escrito durante la guerra civil: "-Madre, ¿quién ara los campos?/ -El campesino./ -¿Quién hace el pan?/ -El panadero./ Y, ¿quién se lo come?/ -¡Calla hijo! ¡Qué sé yo…!".
También conozco músico que por no estar incluidos dentro de esa lista de amigos (algunos de esas listas son artistas pésimos encumbrados por apadrinamientos, amiguismos y camaleonismos) no recibirán ni un puñetero céntimo por ello. Y no son malos, al contrario: son de lo mejor, pero no muy conocidos. Mientras, infames como L. C. o Rcín. (comprendéis que no ponga nombres, que si no me cierran el chiringuito) se llevarán buena parte de eso que les corresponde a Benedicto, a Antonio Gómez por sus letras, a Antonio Piera por su música, a Elisa Serna, al fallecido Chicho Sánchez Ferlosio (cuyas letras se pudrían en los rincones de sus archivos hasta que algún "cantautor" las reclamaba para ganar dinero con ellas) o al malogrado y nunca bien ponderado Hilario Camacho (víctima de estas tramas de rasca-espaldas). Y podría citar más, muchos más.
Pero en fin: consuela saber que en realidad, aunque mi dinero vaya para la noséqué de Andy y Lucas, yo estaré disfrutando de la música de Raimon. P’a ti la pela, p’a mí el pescao.