A pesar de que la representación de intelectuales españoles, presididos por Julio Álvarez del Vayo (en sustitución de Valle-Inclán, ya bastante enfermo), paso por las sesiones que tuvieron lugar en el palacio de la Mutualité durante el Primer Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en París en la primavera de 1935, sin apenas pena ni gloria (y, debido a un fallo de cálculo en las intervenciones, su intervención se produjo gracias a la gentileza del escritor francés André Gide), y suscitó muchas críticas (del tipo, “no son todos los que están ni están todos los que son”, aunque Álvarez del Vayo mantuvo el tipo), muchas de las ponencias que se dijeron fueron reproducidas en la prensa liberal e izquierdista y tuvieron mucha repercusión entre la joven (y veterana) intelectualidad española de izquierdas. De entre ellos, le dio mucho que pensar al gran Ramón J. Sender, bien conocido autor de la novela Réquiem por un campesino español, quien en su revista Tensor reflexionaba acerca de la cultura española, llegando a conclusiones sorprendentes; las más importantes son: 1) que, por la evolución histórica nacional, la verdadera cultura española es la que está, por sistema, en un cierto margen de ilegalidad; y 2) que, ya que mucho se hablaba en el Congreso acerca de realismo literario, y sobre todo de realismo-socialista, si una literatura, una cultura, merecía estar allí y mejor representada (no es que tuviera nada –supongo- contra el socialista Álvarez del Vayo, pero éste no era un escritor, sino un político, y como dijo otro escritor –que no recuerdo-, lo que dijo Álvarez del Vayo estuvo bien políticamente, pero no literariamente) por méritos propios, ésa era la literatura y la cultura española. Sender se apoya en claros ejemplos de la cultura, como son Cervantes y su Quijote, las pinturas de Goya y Velázquez, la poesía de Quevedo, etc.
Traigo aquí una reproducción parcial de su artículo, “La cultura española en la ilegalidad”, reproducida en la gran obra de Manuel Aznar Soler I Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura (París, 1935). Se trata en realidad de una selección de párrafos, con mis notas, y las referencias a las páginas para su mejor consulta. Aquí, en la página del Instituto de Estudios Altoaragoneses, puede encontrarse una reproducción facsímil de dicha revista, en donde se recoge íntegramente este sesudo artículo:
http://www.iea.es/_docum/Rememoranzas_7.pdf
Las imágenes son un añadido mío para hacerlo más atractivo…
Ramón J. Sender:
La cultura española en la ilegalidad
«… La burguesía liberal entiende que la cultura es la aptitud de creación de los individuos y de los pueblos realizada en armonía con problemas y necesidades colectivos. Es, al parecer, la opinión del sector liberal burgués, que precisamente, se apoya en esa idea de la cultura como base de su idealismo. Lo que no hacen es pararse a analizar esos problemas y tendencias, y mucho menos sacarle las entrañas a esa expresión de “lo colectivo” donde les aguardan las contradicciones. Y es ahí [689] donde está toda la cuestión. La cultura es la lucha organizada por el dominio de la naturaleza. Donde comienza el hombre a percatarse de sus posibilidades en relación con un medio que ofrece resistencia y se une con otros para comprobar una misma experiencia, sacar una inducción y generalizarla, comienzan la cultura y la civilización.
[Sobre un extracto de las conferencias de Santander, acerca del descubrimiento del fuego] «… El hombre nace con la primera inducción. No sabe lo que es el fuego; pero la experiencia le demuestra que en ciertas condiciones se puede conservar sin peligro, y que eso produce bienestar que ahorra esfuerzo. Para sostener y conservar el fuego lo rodea de maderas secas, lo cubre de cenizas, etc. Pero también tiene que rodear al fuego de una atmósfera imaginativa. Llena con supersticiones el vacío de todo lo que ignora en relación con el fuego. Se inventan mitos en cuya conservación nacen las religiones. “Entre el fuego y el mito del fuego” hay un espacio por donde anda a placer la imaginación del hombre primitivo. Con las primeras tribus salen convenios de asistencia y de defensa, y sobre ellos y sobre los hecho memorables de cada colectividad va fijándose una cierta filosofía moral rudimentaria que se expresa en la poesía u [sic.] en la danza –la danza de todos los pueblos primitivos son descriptivas-. Entre las costumbres y la poesía, entre el trabajo y la danza, el hombre primitivo va y viene identificado consigo mismo y con la vida.»
(…)
690
«La cultura es el proceso que lleva el mito del fuego hasta la moderna termodinámica, la canción berberisca a la “Revue du Monde Musulman” y la poesía del camino comunal a la propiedad privada*, a las fórmulas jurídicas del Corán, hasta –en nuestros días- el Derecho foral aragonés y, finalmente, hasta las pistas soviéticas. “El paso de lo mostrenco a la propiedad privada y después a la social y colectiva.” Adheridas a cada paso quedan reminiscencias. El fuego en las hogueras de San Juan y en el mito guerrero del soldado desconocido. El camino en las abstracciones líricas de los poetas y la rueda, aliada eterna del camino, en el 2πr, fórmula matemática. Ese proceso es, a mi entender, la cultura, y en todo eso hay unidad y continuidad. Por esa unidad y continuidad, los esclavos, los explotados, las clases populares y, por fin, el proletariado, lo han hecho casi todo. Con la vigilancia, la amenaza y la lucha, porque a veces las clases dominantes han tratado de romper la continuidad –el nacionalsocialismo hoy en Alemania- y lo han conseguido. (…) Ese proceso, que se ha ido cumpliendo de manera más o menos accidentada en los países que hoy representan la civilización, lo vemos a lo largo de la historia de España falto de unidad y de continuidad, forzado y contrahecho por las clases dominantes. El empuje de abajo ha impedido, sin embargo, que quedáramos en una situación parecida a la de Marruecos con nuestras cabilas alrededor del santón, del marabú o del kader. El feudalismo y la burguesía tuvieron que ir cediendo una y otra vez. Pero el mismo atraso que se da en las formas sociales se da en la cultura en relación con Francia, Inglaterra, Holanda. El secreto está que en la burguesía española no ha hecho aún su revolución y vivimos una prolongación forzada y anacrónica del feudalismo.
«La historia de la cultura es siempre, naturalmente, un poco la historia de la barbarie. En el caso nuestro es la historia de la barbarie de las clases dominantes bajo la que palpita la necesidad de libertad de pensar, de organizar, de crear, del pueblo. Es la relación simple y obstinada de un proceso de represión de las tendencias sociales racionales, cultas, que nacen en el pueblo al lado de los avances económicos y que exigen la continuidad. ¿Tendencias cultas en el pueblo? Efectivamente. En la Edad Media hay un desbordamiento de formas populares en el arte, en las relaciones sociales, en el pensamiento. [para Sender eran formas que venían de la época prerromana, desde los [691] berberiscos de África del Norte, que los romanos asimilaron, respetaron los árabes y visigodos, y desaparecieron con la derrota de Villalar, y que «Sólo se quisieron destruir a partir de la unidad nacional y de los Reyes Católicos»]
[En muchos aspectos, la Edad Media española se adelantaba a la Revolución Francesa]:
«… En la poesía, en las artes, en el comercio, la libertad daba excelentes frutos. La pasión de la libertad y de la igualdad no nos vienen a nosotros de la Revolución francesa, sino del Atlas. Un estudio severo de esta cuestión resolvería casi todas las confusiones que conturban hoy a los republicanos.»
691-692
Explica cómo el feudalismo visigótico y la iglesia acaban con las instituciones, concejos y asambleas democráticos de los hispano-romanos, que fueron respetadas por los invasores árabes, no obstante (en donde encontraron un refugio contra las pretensiones visigóticas); también de cómo Isidoro de Sevilla protesta al rey Sisebuto, en nombre de la “dignidad del hombre”, la represión contra el pueblo que se oponía a estos cambios. Es un proceso que culmina en 1521:
692
«… Pero nobleza e Iglesia se llenan por fin de razón ante el levantamiento de los comuneros, de donde parte toda la tragedia popular de España. Iglesia, monarquía, nobleza se unieron apretadamente para imponer por el terror un estado europeo compacto. Y la primera consecuencia del terror fue, como siempre, “envilecer e incapacitar al pueblo”. Allí comienza la decadencia, que llega sin interrupción hasta finales del XIX, en que se agita otra vez el país trabajador por la reconquista de sus órganos democráticos, sobre todo en Barcelona y Levante, que son las zonas del capitalismo precoz.
«El desbordamiento de formas populares antes de la Edad Media y en ella produce un arte espléndido, desde la artesanía –alfares, cueros, tejidos, aceros- hasta la poesía y la filosofía. (…) Antes aun de existir la Inquisición se comprenderá que la represión de estas tendencias no habría de ser muy difícil. “Quisieron ahogarlas, pero la corriente socavó y logró abrir un cauce subterráneo.” Ése ha sido ya siempre, sobre todo a partir de la unidad nacional y del Estado, el camino de nuestra verdadera cultura. Sobre ella reinaba despóticamente la superstición, la barbarie metafísica religiosa, que cuando hablaba de cultura quería asimilarse en el prestigio de una lengua muerta las glorias del latinismo… Esa desviación hace que la cultura haya estad desde Ramón Llull en la ilegalidad. Al hablar, pues, de la defensa de la cultura en España nos tenemos que referir a “la conservación de posiciones mínimas frente al Estado”, que representa todavía normalmente la barbarie, más que a la defensa de una cultura en vigencia. Desde antes del Poema del Cid, la cultura es ilegal y se desarrolla cayendo en constantes accidentes y sufriendo largos eclipses. Lo que se impone como cultura no es sino una anticultura teológica, mística y dogmática. La identidad, advertida a tiempo por Carlos V, de los movimientos religiosos (la Reforma, en Alemania) con las revoluciones populares de las que son sólo su disfraz, hace que toda la fuerza del naciente Estado caiga sobre las manifestaciones espontáneas del pensamiento, y especialmente sobre aquellas en las que se trasluce la tendencia a la creación popular. [693] [culpa del atraso cultural a la Iglesia: a Torquemada y a Cisneros especialmente, que presidieron la quema de libros] (…) La salida de la Edad Media se caracterizó por la asfixia de los movimientos y tendencias populares que, bajo la libertad de cultos y de creencias de los árabes –unida a los cuales va la libertad de comercio-, tendían a la consolidación de una nacionalidad o un conjunto de nacionalidades que hubiera hecho de la Península el país más culto y más rico de Europa. La destrucción de lo que pudo haber sido la base de una cultura autónoma iba paralela a la represión de cualquier manifestación de pensamiento no controlada directamente por la Iglesia. (…)
«Contra la corriente popular, antes y después de la expulsión de árabes y judíos, el feudalismo y la Iglesia, que veían el peligro y lo comprobaron después en la Reforma, desencadenan las furias organizadas de la Inquisición. (…) [694] [grandes empresas de telas en Sevilla, Cataluña y Levante entre el siglo XIII y el XV] Las bases de una burguesía con sus libertades económicas y políticas las teníamos en todo el litoral mediterráneo en esas zonas es donde la República democrática tiene una base popular más efectiva. En el terreno ideológico, la misma fusión del espíritu oriental y judío que se ve en el comercio, enlaza sin violencia con las corrientes del Norte –el humanismo liberal- (…) “todo el pensamiento mediterráneo y oriental”, coincidiría en España con el liberalismo de los humanistas a través del recodo del Renacimiento. Este pensamiento herético, que iba de acuerdo con el rápido desarrollo de las condiciones económicas hacia formas burguesas, fue reprimido, perseguido y, finalmente, destruido. (…) Pero lo cierto es que, a partir de la unidad nacional, la monarquía, los señores feudales y la Iglesia poseen la fuerza económica, las armas, el fuego temporal y el eterno, y todo español cuyo pensamiento trasciende con una fuerza de proyección sobre su tiempo es perseguido y destruido si no se aviene con la teología tomista o la mordaza. El feudalismo y la Iglesia se proponen que España no entre en el período de libertad de conciencia y de libertad de comercio que ha creado en otros países una burguesía fuerte, porque temen a esa burguesía, que ha de desplazarles. (…) [a los escritores de esta época, como Fray Luis de León] se les condenaba, como a Santa Teresa y a San Juan [695] de la Cruz, por su realismo, siquiera fuera una simple expresión realista de “lo divino”. Todos ellos conocieron la persecución. Los poetas se tragaban sus versos y los filósofos desviaban su pensamiento bajo el terror, hasta –por ejemplo- el quietismo suicida de Miguel de Molinos.
«Sofocando el movimiento de los comuneros en Villalar y aniquiladas por el fuego sus raíces, la monarquía feudal y la Iglesia se sintieron vencedores. Pero el pensamiento prohibido, el espíritu perseguido, eran muy fuertes en el pueblo. Bajo las formas de judaísmo, herejía, ateísmo, paganismo, había mil matices de rebeldía que mantenían viva la llama del espíritu popular y que, bajo la fuerte caparazón de la teología, representaban con hechos aislados en las letras y en las artes “la continuidad de nuestra cultura” [ejemplo: presencia de desnudos femeninos, a veces lascivos y otras pornográficos, en las sillerías de casi todos los coros catedralicios] (…)»
695-696
Ejemplos en la literatura: poetas populares como el Arcipreste de Hita, La Celestina, El Lazarillo, Quevedo…
696
«… Que esas mentalidades [con el ejemplo del jesuita padre Garav, calificador del Santo Oficio, que describía en sus La fe triunfante en Quatro autos (Mallorca, 1691) algunos autos de fe con cierto sadismo] sean “lo culto” en la España del siglo XVIII, cuando Cervantes escribe en la cárcel el Quijote y hace decir a Sancho con esa amargura cautelosa que impregna toda la obra: “Más valiera que dejáramos las caballerías y nos metiéramos a frailes”, porque doscientos azotes representan en la sociedad de entonces más que “dos mil lanzadas” y que cualquier otro género de heroísmo; cuando Quevedo huye de la justicia con sus manuscritos; cuando allí donde aparece una manifestación del genio popular contra Aristóteles –contra el estado aristocrático y la esclavitud-, contra San Agustín, contra [697] Santo Tomás, va a dar en la cárcel o en la hoguera. Que los millares de padres Garav que pueblan España y a quienes Menéndez Pelayo disculpa en nuestros días*, representen la cultura –y que la represente hoy Menéndez Pelayo- explica la decadencia desde el siglo XVI a principios del XX. Por tres cosas se luchó a lo largo de todo ese periodo: “por la libertad de pensamiento y de comercio, por la autonomía jurídica y por la autonomía e independencia de las formas de pensamiento y de arte”. Otros tres fenómenos se oponían: “catolicismo –inquisición-, civilismo romanista –cesarismo- y universidades orientadas exclusivamente a la imitación de lo clásico”. Nadie se atrevía a hacer otra cosa. Escribir en romance era un signo de incultura, y sólo se atrevían a hacerlo atrincherando la prosa en citas latinas y griegas.
«… Ya en el siglo XIX los reyes que venían sosteniendo el equilibrio interior amenazando a la nobleza con el pueblo, culpando ante el pueblo a la nobleza y aliándose con uno o con otro según la fuerza y la dirección de las presiones, recurrían, cuando el equilibrio se hacía insostenible, a la ayuda de Roma y de alguna corte europea, y a lo largo del siglo XIX intentó dejar el paso a una burguesía débil, desorganizada y lo bastante separada del espíritu popular para no atemorizar a las capas religiosas y feudales. Burguesía educada en conventos, que leía ediciones “expurgadas” del Quijote y que guardaba bajo llave los “libros profanos”, dejando sólo al alcance de la mano los de historia sagrada, de exégesis teológica o de devoción. En los escasos paréntesis en que la burguesía ocupó el poder, o se incorporó al plano feudal o tuvo que dejarse vigorizar por la influencia popular. Una parte de la burguesía, polarizada hacia las corrientes democráticas de la Revolución Francesa, se identificó con el pueblo. (…) El panorama de la cultura, entonces, aún después de abolida la Inquisición, no puede ser más triste. Representa la filosofía española un cerebro obstinado que sigue machacando el hierro ya frío del tomismo –Balmes-; el “lozano” misticismo castellano, el padre Claret. La poesía, un decadente neoclasicismo a través de formas francesas que va a desembocar en el romanticismo después de la fecunda y agitada vida de Moratín –persecución, destierro, etc.- y la no menos agitada de Juan N. Gallego, que tiene que refugiarse en Barcelona, al amparo del Ejército francés que la ocupa, para huir de las iras del rey y de una Iglesia a la que pertenece –era arcediano en Valencia-. [698] Sigue, como en los siglos anteriores, la cultura en la ilegalidad. (…) Después de esta etapa y del suicidio de Larra –talento de primera fuerza, infundido de esencias populares y con una fuerte base de humanidades, que dice: “escribir en España es llorar”-, se entra en un romanticismo imitativo y engolado que cuenta en su haber un gran poeta –Zorrilla- que identifica lo popular con los aristocrático (de ahí su gran éxito conformista) y otros astros menores que viven entre conspiraciones, fugas y romances descriptivos y que a veces, como sucede con Espronceda, representan no la cultura liberal francesa, sino las formas más avanzadas del espíritu popular con sus matices locales y el vigor desconcertado y desigual que se produce bajo un régimen de terror. (…)
«Los libros que podían en aquel tiempo representar la cultura eran perseguidos, aun estando en el poder de la burguesía, si no por el Estado, por su estructura superior católica. Hasta hace veinte años estaba prohibido el Quijote sin enmiendas, La Celestina, el Buscón. Y no hablemos ya de los escritores de la época, de los que sólo se salvaba el padre Coloma. No eran prohibiciones sectarias de un grupo religioso, sino del sector social en el que la Iglesia ejercía su dictadura. (…) Sólo autorizaban los curas cierta libertad en las bibliotecas de algún terrateniente. Se han entendido siempre muy bien con ellos, “porque saben que llevan su suerte unida”. Así, a los propietarios feudales les permitían bromas espirituales que de ningún modo toleraban a los burgueses, ni menos al pueblo. Todavía existen hoy, y no sólo en los pueblos, sino en las ciudades, millares de hogares donde se queman los libros de Pérez Galdós, primer novelista burgués español. En estas condiciones, la “generación del noventa y ocho” presenta dos casos de burgueses de raíz a un tiempo popular y culta: Ganivet y Costa. (…) [699] En la frase de Costa: “política de calzón corto”, de pequeños campesinos, estaba la expresión de un movimiento antifeudal y de una cultura no teológica; el mismo movimiento interrumpido en Villalar con la derrota de los comuneros, resucitado parcialmente hasta hacerse la ilusión de estar en el poder con Jovellanos y Aranda, y reanudado sin éxito a lo largo de todo el siglo XIX. Pero la “generación del noventa y ocho” no la definen Ganivet y Costa, que representan lo más vigoroso y vital y ascendente del pensamiento popular –del pensamiento culto sintonizado con el sentir y el querer del pueblo-, sino Unamuno, Baroja y Azorín. A estas fechas hay que suponer que han dado ya lo más característico de su obra. El primero representa la descomposición de la metafísica medieval. Su resentimiento con Cervantes procede de que Cervantes trató de realizar la liquidación del feudalismo en el Quijote, y lo hizo sin ninguna solemnidad, sacando con la fuerza del genio, sin pretenderlo y sin sospecharlo, a sus dos tristes campeadores del marco de los acontecimientos, proyectándolos en libertad sobre el mundo y los tiempos. Unamuno ha tratado de hacer lo mismo con una solemnidad rectoral, alardes de griego y latín, y dando a su pensamiento, adrede y por fuerza, una falsa proyección sobre el mundo y los tiempos. Con eso ha sucedido que se queda toda la obra de Unamuno en la representación escrita de un fenómeno particular: “la liquidación de un pensamiento feudal rezagado”. Los otros dos escritores caracterizados del 98, sobre todo Baroja, ofrecen un fenómeno mucho más interesante, porque afecta a la médula y a las contradicciones entrañables de nuestro tiempo: la descomposición del idealismo burgués “antes de que haya llegado a tener un vigor mínimo” en la sociedad a la que pertenece el escritor. A Azorín le distingue tal cual tendencia episódica –pero que revela una sensibilidad fina y sana- a identificarse con el sentimiento popular. Es a esa zona del sentimiento popular a la que lleva los episodios más duros de la lucha de clases, tratándolos con un liberalismo humanitario fiel en el fondo a la idea de que el progreso humano no debe detenerse ante ningún prejuicio histórico de conservación. Los casos de Valle-Inclán y Antonio Machado son muy diferentes. Algún día se hará el estudio de la espléndida obra de Valle-Inclán, donde se ve la esencia popular concentrada y sublimada en el camino oculto que corre a lo largo de los últimos cuatro siglos, para reaparecer hoy con su realismo alucinante, buscando los rasgos genuinos de toda la ruina feudal, religiosa y militar. Antonio Machado es también un caso dispar del 98. Su lirismo rebasa el fenómeno social y filosófico al que sirven de distintas maneras Unamuno y Baroja: la metafísica religiosa en quiebra y el idealismo burgués, que no basta, que puede instaurarse y al que así y todo hay que atenerse. Esta literatura ha sido recibida por los sectores liberales de la burguesía con desconcierto y animadversión, y por los reaccionarios, con la escama del agonizante al que le ofrecen un espejo. Alguno de los escritores nacidos bajo el mismo signo, como Maeztu, han huido de esas complicaciones líricas y metafísicas de una tendencia decadente irremediable y tratan de ahuecar la voz y erguir el torso reanimados por la inyección católica e imperialista y por ese falso cinismo que en estos tiempos acompaña a esa actitud en los intelectuales. Todos fueron populares por el “acento de protesta” que tuvieron sus escritos un día. Hoy se sostienen en la atención de las gentes por la intervención de factores negativos: homenajes y condecoraciones. [700] (…) Así y todo, ha hecho falta la instauración de la República para que esos escritores fueran sentados a la mesa de las clases dominantes: academias, homenajes, etc. Ninguno de ellos, exceptuando quizá a Unamuno y a Baroja, está seguro de no conocer todavía la cárcel. En el caso de Valle-Inclán, sería una reincidencia. Cuando las clases feudales estaban en el poder francamente, sin el disfraz democrático, con Primo de Rivera, fue encarcelado gubernativamente. Vuelvan o no a ser perseguido, pueden estar seguros de que o les leerá el pueblo o no les leerá nadie. Menos a Unamuno, que no interesa sino a los curas valientes, a los que se visten de paisano una vez por semana para salir de noche.»
(…)
701
«En estas condiciones [las de la II República, 1935], ¿qué decimos nosotros al hablar de la defensa de la cultura? No podemos hablar de una cultura en vigor, porque lo que nos rige –hará falta repetirlo- es una tendencia restrictiva y coercitiva contra la cultura. (…) Se ha echado del Teatro Español a una empresa acusada de izquierdismo, y lo más avanzado que ha puesto en escena ha sido Fuenteovejuna de Lope de Vega. (…) Con respecto a la libertad de pensamiento, tenemos la censura previa, y ha sido posible la muerte alevosa de un escritor de izquierdas, Luis de Sirval, sin que los tribunales reconozcan en el delincuente sino una imprudencia. Políticamente, dicen de Azaña, muy serios, que es un bolchevique.
«… No se trata de defender los fueros conquistados por la cultura, sino de infundir energía a la cultura que lucha en España hace siglos por desplazar a la teología y a la metafísica, y que sin perder ni la claridad de perspectivas ni la energía ascendente, atraviesa períodos de asfixia como el presente, durante los cuales vuelven a nuestra atmósfera los fantasmas, los grilletes, las hogueras y los silogismos. La cultura está en la ilegalidad. Tiene su campo entre el proletariado intelectual, formado por profesores, médicos, escritores y empleados identificados, consciente o inconscientemente, con la idea del progreso y, por tanto, con los intereses de la clase obrera. La cultura en la ilegalidad no hace sino continuar la tradición de las letras españolas. Desde el Arcipreste de Hita hasta nuestros días, pasando por Rojas, Cervantes, Quevedo, por los neoclásicos y los románticos y por la llamada generación del 98, la posición del hombre de pensamiento ha sido siempre de protesta y lucha. Todos los que han dejado una huella firme en nuestra cultura, en la cultura, se familiarizaron en España con la cárcel. No pocos cayeron en la horca o en la hoguera. De ahí viene el desdén de las [702] clases dominantes por el hombre de letras que procede del pueblo y en el que supone una posición disconforme. Sólo tolera las letras en el canónigo o en el duque. “Lo demás es gente de sambenito y coroza”. Y tiene razón. Les asisten quince siglos de experiencia.
«Ante el Congreso de París nosotros decimos: defenderemos la cultura que aquí es ilegal, porque, identificada con el progreso, lucha por alcanzar nuevas formas. Lucharemos en la vanguardia de la cultura española, que no ha podido aún posiciones básicas. Y en todos los casos defenderemos las conquistas de libertad, dignidad del hombre y del pensamiento del hombre, que con el disfraz farisaico de la cultura y de la civilización, hacen ver que nos conceden las clases opresoras, cuando las ha conquistado el pueblo, las masas trabajadoras, con sangres de su corazón y, lo que vale más, con el sacrificio, a través de los siglos, de sus mejores inteligencias.»
Tensor, Madrid, número 1 y 2, agosto de 1935, pp. 1-21.
Manuel Aznar Soler I Congreso internacional de escritores para la defensa de la cultura (París, 1935). Volumen II, Apéndices; apéndice II: “Dossier español del I Congreso”, pp. 688-702
* Leyenda de las tribus Bakuba del Este de Congo, recogida en La cultura como ser viviente de León Frobenius; en este libro, pp. 689-690.
* N10: «“¿Qué hacer en tal conflicto y con tales enemigos?” (se refiere a la exuberancia del genio popular y a los “enemigos” que traen de la Edad Media formas de cultura antiteológicas). “El espíritu de propia conservación se había impuesto a todo, y para salvar a cualquier precio la unidad religiosa y social había surgido en todos los espíritus el pensamiento de la Inquisición”. Menéndez Pelayo: Heterodoxos españoles, II.»